Por Rodrigo Pesántez Rodas
(Publicado en la edición 85 de la Revista El Observador, Febrero del 2015).
Es difícil conjuncionar en un solo tiempo y espacio
como los de hoy en los que estamos saludando el advenimiento de un nuevo libro
de un ilustre hijo de esta tierra nuestra, el Dr. Marcos Robles López. Difícil
y fragmentada, -decimos- si prescindiéramos en dar por lo menos una
visión ligera de su vertiente escritural tan caudalosa, avalada por su
pensamiento crítico y reflexivo, su metodología dialéctica, su psiquis percepcional,
sus aleros investigativos, enjambrados todos ellos en su vasta y
envidiable erudición, en los campos de la Historia, Filosofía, Religión,
Antropología, Política y otros más.
Para comprender mejor los horizontes de su
pensamiento, los epicentros de su accionar intelectivo, sus juicios de valor,
tenemos necesariamente que recurrir a los almácigos que alimentaron los
primeros ramajes de su vida, aquellos que codificaron su personalidad y
robustecieron sus ideales.
La primera bienaventuranza suya, la que empañaló de
mitos y trinares su nacencia fue la de haber visto el primer fulgor del día en
este Peleusí de Azogues, fontana y arcilla done la rebeldía es historia
que palpita en el alma y la ternura, una espiga que se dora en el corazón.
Vinieron después los años de su niñez y
adolescencia. Escuela y Colegio, letras y números llegando con avideces a él y
a sus contemporáneos nosotros, de la mano amiga y el pensamiento lúcido de
quienes fueron sus maestros, nuestros maestros que, sin ser Magísters ni PhD
junto a sus conocimientos nos impartieron valores.
Luego, su entorno familiar: su Madre, maestra igual
que la mía, en escuelas rurales donde las aulas eran las parcelas de los trigos
y maizales y el timbre de recreo, el silbo de los mirlos y jilgueros. Entonces.
no es nada aventurado pensar que Marco acompañaba a su progenitora en este
periplo existencial sin más brújulas y compañeros que los chaquiñanes y
lomeríos que se iban ya enzarzando con las primeras raíces de su sensibilidad
que años más tarde macerados ya entonces con el aroma de los recuerdos
aflorarían con creces en dos preciosos libros suyos: Historia de Peleusí de
Azogues, 1995 y Peleusí de Azogues, 2010.
Nadie entonces como él, como tú Marco Robles para
haber escrito con tanta acuciosidad investigativa, con tanto amor y pasión casi
idolátricos desde el amanecer ancestral de nuestros horizonte míticos hasta esa
revelación con la que lograste castellanizar a nuestra Pacha Mama,
oficializándola con su aureola semántica de Peleusí de Azogues: connubio de un
metal de alma cristalina dormido en las entrañas telúricas de nuestro Guabzhún,
con el amarillo aroma de una solanácea de nuestros campos que no eran más que
una primavera de mariposas con pétalos revoloteando desde las faldas del Abuga
hasta las cimas del Cojitambo.
Pero aquí no terminan sus adanes por redescubrir,
esclarecer, reivindicar temas y espacios dormidos, olvidados, bajo la
indiferencia imperdonable de la mirada y accionar de nuestros coterráneos. Este
es el mayúsculo mérito de Marco Robles que nosotros debemos de reconocer con
soberanas gratitudes; pues, su estilete de investigador lo llevó a desempolvar
viejos archivos y envejecidos documentos que ningún otro azogueño lo había
realizado en bien de la cuna nativa y de la provincia toda, con tanta prolijidad,
probidad, veracidad y ética histórica. Aquí en estos libros están las páginas
que el tiempo ha retornado con fulgores de perennidad: Teogonía y Demiurgos en
la Cultura Cañari, 1988, Nuevos Datos Históricos de la pequeña patria, 1996;
Biblián y su Historia, 1997; Cañar: su historia y su cultura, 2000; Páginas
olvidadas de José Peralta, 2002.
No sería justo cerrar este período de idénticos
aleros vivenciales, emocionales y percepcionales sino registráramos sus últimos
aportes, cuando no hace mucho tiempo insustentables aspiraciones foráneas
pusieron en duda el azogueñismo de dos grandes escritores nuestros: Teófilo
Pozo Monsalve y Ernesto López Diez, una vez más Marco Robles, con esa
inclaudicable morosidad por dignificar la verdad a través de documentos históricos,
testimonios familiares de primera mano y ramajes genealógicos, los puso
definitivamente casa adentro, junto a las riberas del Burgay que en su murmurar
de diáfanos cristales irá consolidando sus nombres, sus obras que ya son
referentes de jerarquía intelectual en las letras ecuatorianas.
A partir de este visionar telúrico, ancestral,
geopolítico y cultural, su pensamiento va a tomar una directriz mucho más
científica, analítica e interpretativa con un libro que marca un hito
inédito en la bibliografía continental, Mito y Filosofía en el Mundo Andino.
Esta toma de conciencia universal, crítica y
reflexiva es el resultado de su nueva formación académica en centros
universitarios de la Unión Soviética, concretamente en Kiev, Ucrania y
Moscú, con altos estudios en Filosofía y Antropología Cultural y amistades con
talentos de singular valía como la que mantuvo con el historiados Anatoli
Belov, con quien compartió ideas afines sobre los orígenes de la cruz, temática
subyugante en los futuros ensayos de Marco Robles que con amplitud
investigativa lo llevaron a los escenarios de esclarecedoras revelaciones. Su
pensamiento sigue nutriéndose de nuevos contenidos en el mirador de los
acontecimientos históricos mundiales en sus cauces sociales, políticos, religiosos
y aun psicológicos. Su dialéctica entonces toma el sendero a la inversa; parte
de la antítesis para cuestionar la tesis con el apoyo de una notable erudición
enzarzada de nutridos soportes bibliográficos. De esta fontana surgen sus
libros: La ideología cristiana, 1982, Preludio y Aurora de la Reflexión, 1994 y
El Mundo Político Grecorromano, 2003, entre otros.
Y ya entrando en el espacio para el que nos hemos
convocado como es el de dar la bienvenida a un nuevo libro suyo, con sumo
placer vamos a recibir por lo menos las primeras lluvias de esas tempestades
históricas, tan bien recogidas y argumentadas.
Volumen de miradas diferentes en cuanto a temáticas
y personajes pero unidas por un mismo sistema de análisis y reflexiones que nos
llevan a comprender mejor ciertos nubarrones que han empañado y empañan los
senderos lumínicos de la verdadera historia. En sus primeras páginas hay un
personaje al que Marco lo trae en su soma y en su psiquis para situarlo en su
justo medio, pues que, de eso se trata, cuando hablamos del gran filósofo
germano del siglo pasado Martin Heidegger. Marco parte de una premisa:
demostrar que los contenidos filosóficos de este pensador no son
consecuenciales ni recíprocos con los continentes ideológicos de su accionar.
Un hombre que fue admirado por su capacidad de precisión de sus lenguajes, así
como por su aportación al discurso humanista, filósofo que con su reconocido y
fundacional libro, El Ser y el Tiempo, determinó el sentido
del ser, y no de los entes; este mismo que categorizó la diferencia entre una
vida auténtica y una vida enajenada; éste que nació bajo el alero de Minerva,
paradójicamente traicionó la naturaleza y el esplendor de su dialéctica, de su
espíritu indagador al adherirse públicamente al movimiento nacionalsocialista
cuando los nazis llegaron al poder.
Oro de los cuestionamientos que reproduce Marco
Robles es el de la naturaleza filosófica del existencialismo que venida desde
los horizontes hegelianos tomó forma aunque sin fondo en los postulados
sartreanos, al afirmar que toda acción implica un medio y una subjetividad
humana. Lo que nos lleva a la dicotomía del ser frente al existir y que bien lo
cuestionó no un filósofo sino un literato de fama universal Shakespeare en se
célebre sentencia: “To be o no to be”, es decir somos o no somos.
El pensamiento socio-político de Marco Robles, para
entenderlo mejor en los aleros de sus investigaciones y cuestionamientos está
codificado en los postulados de Carlos Marx, que a su vez se alimentaron del
socialismo científico de Federico Engels, su entrañable camarada. Este
reverberar histórico planteaba entre otras aspiraciones la de que se conozca y
reconozca al ser humano dentro de la sociedad. El hombre y la naturaleza son
esenciales en sí mismo –nos dice- y de esos requerimientos correlacionantes
nace la gesta revolucionaria de mayores reivindicaciones sociales, políticas y
económicas de principios del siglo pasado. Lamentablemente esa praxis no
alcanzó a relievar sus objetivos pues, según Marco Robles debíanse primero especificar,
separar las ideas del marxismo de cuartel, de las del comunismo científico; de
trazar una línea divisoria entre stalinismo y leninismo lo que al no realizarse
oportunamente ocasionó profundos desniveles que empezaron a desmoronar las
bases no del marxismo, ni del leninismo, ni del socialismo, sino de sus
deformaciones concretas según lo afirma Robles. Nosotros estaríamos de su lado
si no supiéramos que todos los regímenes totalitaristas venidos ya sean de la
derecha o de la izquierda nos privan, nos arrancan la más bella semilla del
pensamiento humano: la libertad de expresión.
Los cuestionamientos a los desgarradores tiempos
del nazismo no están exentos en las páginas de este libro. La figura
sicopatológica de su líder Adolfo Hitler con su teoría de la eugenesia no solo
que asesinó a millones de judíos -¡y qué ironías de la vida!-, siendo su abuelo
también judío, sino que extendió sus tentáculos antihumanos, totalitaristas,
criminales a otras esferas sociales, políticas y aun religiosas de Europa y
América. Y en estos espacios es donde Marco Robles alcanza su plenitud
investigativa al probar con documentos y fotografías la actitud no de la
Iglesia Católica que como Institución es respetable, sino de sus jerarcas, de
los purpurados y santificados del Vaticano que, olvidándose de que Jesús, su
máximo líder religioso aquí en la tierra también fue judío, se codearon,
se reverenciaron, disimularon actitudes con el propio verdugo nazi y con
organizaciones antisemitas.
Eugenio Pacelli, italiano que luego llegó al papado
con el nombre de Pío XII mantuvo buenas relaciones con el genocida Adolfo
Hitler. Mayor fue su actitud antisemita cuando guardó un criminal silencio ante
la masacre infernal de las cámaras de gas y hornos crematorios en la Segunda
Guerra Mundial.
Para explicar esta dualidad dentro del
comportamiento (habilidad política de muchos gobernantes de ayer y de hoy en
Latinoamérica), Carlos Marx afirmó con mucha razón que a Hegel se le olvidó
decir que los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos
veces: una vez, como tragedia y otra como farsa. Así actuaba Pío XII, como era
italiano, su simpatía encajaba en las tragedia del régimen fascista de
Mussolini, en tanto que su farsa flameaba en el nazismo de Hitler. Y así
querían elevarlo a los altares como santo, sino hubiera sido por el mundial
rechazo de los judíos que no olvidan ni olvidarán el cruel exterminio de sus
antepasados.
Terminamos con un pensamiento de hondas raíces
filosóficas que dice: “La Ley del Universo es la no permanencia, lo único que
permanece es la transformación infinita”. La lectura de este libro nos hará
transformar nuestro pensamiento y desde entonces será parte de la
plenitud infinita.
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