¿Dónde realmente está la corrupción?
No debe sorprendernos que hoy, a propósito de las interminables denuncias de corrupción, los compadres se saquen los cueros al sol sin el más mínimo pudor. Eso sí, con un aditamento que indigna: no existe ningún remordimiento por el daño que ambos bandos le han infringido al país. La trifulca se limita a evidenciar cuál rival tiene un rabo de paja más largo.
27 de febrero del 2019
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Que hoy los correístas obtusos y resen-tidos enfilen sus dardos contra los more-nistas solo refleja el grado de cinismo al que han llegado".
Al movimiento Alianza PAIS se le escurrió la ética por una alcantarilla de Montecristi, allá por el año 2008, cuando los pragmáticos del partido lograron controlar el proceso. Una vez aprendidos los códigos de la vieja politiquería nacional, pusieron el diapasón a ritmo populista. Lo demás vino por añadidura.
Por eso no debe sorprendernos que hoy, a propósito de las interminables denuncias de corrupción, los compadres se saquen los cueros al sol sin el más mínimo pudor. Eso sí, con un aditamento que indigna: no existe ningún remordimiento por el daño que ambos bandos le han infringido al país. La trifulca se limita a evidenciar cuál rival tiene un rabo de paja más largo.
La algazara con que los antiguos compinches pretenden fiscalizarse mutuamente no debe distraernos de un pequeño pero trascendental detalle: quien montó el sistema de corrupción estatal que opera hasta la fecha fue el movimiento Alianza PAIS. Es decir, una organización con jefaturas y modus operandi perfectamente estructurados, donde las jerarquías definían la magnitud de los negociados. La actual disputa entre Moreno y Correa no es más que el efecto secundario de una grave patología.
Que hoy los correístas obtusos y resentidos enfilen sus dardos contra los morenistas solo refleja el grado de cinismo al que han llegado. Mejor dicho, de descomposición. Peor aun cuando echan mano de las denuncias de dos periodistas que fueron perseguidos con saña durante el anterior gobierno. Porque, a fin de cuentas, los involucrados de lado y lado son ramas del mismo árbol.
Por eso resulta sospechoso que el gobierno de Alianza PAIS, que hoy está en el poder, promueva iniciativas para investigar los delitos de corrupción. ¿Cómo hacerlo, si todavía existe una enorme masa de funcionarios del correato enquistados en la administración pública? ¿Cómo investigar a aquellos funcionarios cuya conversión al morenismo no los exime necesariamente de responsabilidad? No se puede olvidar que todos conservan la misma impronta verde-flex, la misma huella digital.
No es aventurado suponer, entonces, que las dificultades interpuestas por el gobierno en la designación de funcionarios para algunos organismos del Estado respondan a la necesidad de mantener un cadáver oculto en el desván. Ni siquiera la amplia legitimidad del Consejo de Participación transitorio ha logrado superar algunos obstáculos. Basta confirmar la persistencia del presidente Moreno en designar por tres ocasiones a la misma persona a la dirección de la Superintendencia de Bancos para concluir que algo huele mal en Carondelet.
La noción de independencia de las funciones de control no puede quedar en el plano meramente declarativo. En política, no hay buenas intenciones sin resultados. En la lucha contra la corrupción, estos no pueden estar mediados por compromisos de ninguna clase. Ya vemos cómo la evaluación de la Función Judicial naufraga en el cenagoso río de los compadrazgos.
La sociedad debe seguir presionando para que sean instituciones verdaderamente autónomas las que fiscalicen a los poderes públicos. Los de antes y los que vendrán, los de adentro y los de afuera, tal como en su momento declaró el actual Presidente.
Por eso no debe sorprendernos que hoy, a propósito de las interminables denuncias de corrupción, los compadres se saquen los cueros al sol sin el más mínimo pudor. Eso sí, con un aditamento que indigna: no existe ningún remordimiento por el daño que ambos bandos le han infringido al país. La trifulca se limita a evidenciar cuál rival tiene un rabo de paja más largo.
La algazara con que los antiguos compinches pretenden fiscalizarse mutuamente no debe distraernos de un pequeño pero trascendental detalle: quien montó el sistema de corrupción estatal que opera hasta la fecha fue el movimiento Alianza PAIS. Es decir, una organización con jefaturas y modus operandi perfectamente estructurados, donde las jerarquías definían la magnitud de los negociados. La actual disputa entre Moreno y Correa no es más que el efecto secundario de una grave patología.
Que hoy los correístas obtusos y resentidos enfilen sus dardos contra los morenistas solo refleja el grado de cinismo al que han llegado. Mejor dicho, de descomposición. Peor aun cuando echan mano de las denuncias de dos periodistas que fueron perseguidos con saña durante el anterior gobierno. Porque, a fin de cuentas, los involucrados de lado y lado son ramas del mismo árbol.
Por eso resulta sospechoso que el gobierno de Alianza PAIS, que hoy está en el poder, promueva iniciativas para investigar los delitos de corrupción. ¿Cómo hacerlo, si todavía existe una enorme masa de funcionarios del correato enquistados en la administración pública? ¿Cómo investigar a aquellos funcionarios cuya conversión al morenismo no los exime necesariamente de responsabilidad? No se puede olvidar que todos conservan la misma impronta verde-flex, la misma huella digital.
No es aventurado suponer, entonces, que las dificultades interpuestas por el gobierno en la designación de funcionarios para algunos organismos del Estado respondan a la necesidad de mantener un cadáver oculto en el desván. Ni siquiera la amplia legitimidad del Consejo de Participación transitorio ha logrado superar algunos obstáculos. Basta confirmar la persistencia del presidente Moreno en designar por tres ocasiones a la misma persona a la dirección de la Superintendencia de Bancos para concluir que algo huele mal en Carondelet.
La noción de independencia de las funciones de control no puede quedar en el plano meramente declarativo. En política, no hay buenas intenciones sin resultados. En la lucha contra la corrupción, estos no pueden estar mediados por compromisos de ninguna clase. Ya vemos cómo la evaluación de la Función Judicial naufraga en el cenagoso río de los compadrazgos.
La sociedad debe seguir presionando para que sean instituciones verdaderamente autónomas las que fiscalicen a los poderes públicos. Los de antes y los que vendrán, los de adentro y los de afuera, tal como en su momento declaró el actual Presidente.
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