De política, números y narrativas
Correa se había alejado totalmente de esa narrativa que se fue construyendo desde los días mismos de la campaña presidencial del año 2006. No era más el outsider que representaba a un pueblo, dispuesto a reconstruir más de dos décadas de caos político y de gobernabilidad. Peor aún, desde fines de su gobierno esta narración fue sustituyéndose por otra, en la cual él y sobre todo su vicepresidente eran los principales personajes de un relato de despilfarro y corrupción.
08 de diciembre del 2017
POR: Alexis Oviedo
Phd por la Universidad Católica de Lovaina. Ex investigador del Centro de Aprendizaje Continuo y Participación de esa universidad. Ex gerente del Proyecto de Pensamiento Político de la SNGP. Docente universitario.
Los datos son mera-mente aditivos, mientras el sentido solo es posible desde la narración.
Cuenta la historia que Leónidas, Rey de Esparta (sí, el de la película de Snyder) con un grupo muy reducido de hombres resistió y frenó por algún tiempo al ejército persa, muchísimo mayor en número, cuando éste quiso invadir su país. La leyenda dice que él, con 300 hoplitas resistió a más de 1’000.000 del persas, en una jornada que causó inúmeras bajas en los invasores, aun cuando todos los 300, con su rey a la cabeza, sabían que su muerte era segura.
Entre la leyenda y la realidad median los números. Herodoto dice que no fueron sólo los 300 espartanos, sino 6000 los soldados de toda Grecia que enfrentaron a 1,7 millones de persas. Los historiadores aseveran que el padre de su disciplina se equivocó, al confundir los términos “quilarquía” (1.000), con “mirarquía” (10.000). Estudios recientes aseveran que fueron 2.300 los griegos, que resistieron hasta su muerte, a un ejército persa que entre hombres y animales sumaban 300.000 mil efectivos. De cualquier forma, la verdad y el mito ponen los números a favor del bravo Leónidas.
Lejos de Grecia, miles de años después y sin que medie héroe alguno, nuevos números causan controversia. Mientras los adeptos de Correa dicen que los asistentes a la reunión de su grupo en Esmeraldas, fueron aproximadamente .5000; sus detractores, usando técnicas de conteo de imagen, los ubican solo en 695. Las cifras y su capacidad cuantificadora, cuando se vinculan a la política, se usan para favorecer o atacar a determinado grupo. Los números se convierten en indicadores de la capacidad de acumular fuerza, en señales de la influencia sobre amplios segmentos de población, en herramientas que legitiman un discurso, una tendencia, un caudillo.
Sin embargo, el filósofo Byung-Chul Han, en su Psicopolítica, nos alerta sobre el uso desmesurado y sin contexto de los números y los datos, que nos llevan, dice, a crear una falsa claridad que termina convirtiéndose en una nueva forma de ideología, donde el lenguaje se vacía de sentido y se minimiza la narrativa. Los datos, reitera Han, son meramente aditivos, mientras el sentido es posible desde la narración.
En efecto, los diez días de Correa en el Ecuador, quisieron mostrar su fuerza desde el número de adherentes en las concentraciones. Para comunicar aquello, no dudó en usar ángulos de cámara favorables, donde el caudillo mira en lontananza, con el brazo levantado, cual el Bolívar de la estatua de la Alameda, a un horizonte repleto de seguidores. Pero más o menos seguidores no le ayudaron en la capitalización política. Correa se había alejado totalmente de esa narrativa que se fue construyendo desde los días mismos de la campaña presidencial del año 2006. No era más el outsider que representaba a un pueblo, dispuesto a reconstruir más de dos décadas de caos político y de gobernabilidad. Peor aún, desde fines de su gobierno esta narración fue sustituyéndose por otra, en la cual él y sobre todo su vicepresidente eran los principales personajes de un relato de despilfarro y corrupción, que fue mostrándose con claridad en sentidos y mensajes desde Junio del 2017 y consolidándose desde pruebas contundentes.
El declive del caudillo y de su épica, diría dialécticamente, van aparejando la construcción de la crónica del nuevo mandante del Estado y la legitimación de sus propios estilos. Sin embargo, si éste cae en la confianza excesiva en los datos, por ejemplo aquellos que le cantan al oído el 70% de aceptación a lo que el presidente propone para la Consulta Popular de febrero, si cae en la trampa del dataísmo y desde allí renuncia al entramado de sentido, minará la consolidación de su naciente discurso. Pero la flamante narrativa también corre riesgos desde el cinismo, desde la duda sembrada y desde la “pragmática oscura” que invita a conceder la razón a los suspicaces. Y las tres amenazas se juntan en las “filtradas declaraciones” del Secretario de la Presidencia, que flaco favor hacen a Lenín, en momentos en que este disputa no solo la dirección de Alianza Pais -la primera fuerza política del Ecuador- sino la credibilidad de los diversos sectores con los cuales ha dialogado y crea una crisis de confianza sobre las propuestas y acuerdos que deba hacer el gobierno en el post correísmo y para enfrentar el tema económico.
Leónidas, en Esparta, con 300 o con 3000, resistió heroico, murió y pasó a la historia como ejemplo del cumplimiento del deber, la ética y el amor a la patria. Pasó a la historia como un héroe, porque construyó su épica desde la realidad y desde el mito. En esta tierra ecuatorial, el caudillo ha construido la suya y está lejos de ser digna de lauros, como se la miraba en el 2006. Lenín Moreno está generando su propia epopeya; de sus acciones y omisiones, de su caución o despreocupación, desde los pasos acertados o en falso que de su íntimo círculo tecno-político, depende el sentido que tenga la narrativa que está construyendo.
Entre la leyenda y la realidad median los números. Herodoto dice que no fueron sólo los 300 espartanos, sino 6000 los soldados de toda Grecia que enfrentaron a 1,7 millones de persas. Los historiadores aseveran que el padre de su disciplina se equivocó, al confundir los términos “quilarquía” (1.000), con “mirarquía” (10.000). Estudios recientes aseveran que fueron 2.300 los griegos, que resistieron hasta su muerte, a un ejército persa que entre hombres y animales sumaban 300.000 mil efectivos. De cualquier forma, la verdad y el mito ponen los números a favor del bravo Leónidas.
Lejos de Grecia, miles de años después y sin que medie héroe alguno, nuevos números causan controversia. Mientras los adeptos de Correa dicen que los asistentes a la reunión de su grupo en Esmeraldas, fueron aproximadamente .5000; sus detractores, usando técnicas de conteo de imagen, los ubican solo en 695. Las cifras y su capacidad cuantificadora, cuando se vinculan a la política, se usan para favorecer o atacar a determinado grupo. Los números se convierten en indicadores de la capacidad de acumular fuerza, en señales de la influencia sobre amplios segmentos de población, en herramientas que legitiman un discurso, una tendencia, un caudillo.
Sin embargo, el filósofo Byung-Chul Han, en su Psicopolítica, nos alerta sobre el uso desmesurado y sin contexto de los números y los datos, que nos llevan, dice, a crear una falsa claridad que termina convirtiéndose en una nueva forma de ideología, donde el lenguaje se vacía de sentido y se minimiza la narrativa. Los datos, reitera Han, son meramente aditivos, mientras el sentido es posible desde la narración.
En efecto, los diez días de Correa en el Ecuador, quisieron mostrar su fuerza desde el número de adherentes en las concentraciones. Para comunicar aquello, no dudó en usar ángulos de cámara favorables, donde el caudillo mira en lontananza, con el brazo levantado, cual el Bolívar de la estatua de la Alameda, a un horizonte repleto de seguidores. Pero más o menos seguidores no le ayudaron en la capitalización política. Correa se había alejado totalmente de esa narrativa que se fue construyendo desde los días mismos de la campaña presidencial del año 2006. No era más el outsider que representaba a un pueblo, dispuesto a reconstruir más de dos décadas de caos político y de gobernabilidad. Peor aún, desde fines de su gobierno esta narración fue sustituyéndose por otra, en la cual él y sobre todo su vicepresidente eran los principales personajes de un relato de despilfarro y corrupción, que fue mostrándose con claridad en sentidos y mensajes desde Junio del 2017 y consolidándose desde pruebas contundentes.
El declive del caudillo y de su épica, diría dialécticamente, van aparejando la construcción de la crónica del nuevo mandante del Estado y la legitimación de sus propios estilos. Sin embargo, si éste cae en la confianza excesiva en los datos, por ejemplo aquellos que le cantan al oído el 70% de aceptación a lo que el presidente propone para la Consulta Popular de febrero, si cae en la trampa del dataísmo y desde allí renuncia al entramado de sentido, minará la consolidación de su naciente discurso. Pero la flamante narrativa también corre riesgos desde el cinismo, desde la duda sembrada y desde la “pragmática oscura” que invita a conceder la razón a los suspicaces. Y las tres amenazas se juntan en las “filtradas declaraciones” del Secretario de la Presidencia, que flaco favor hacen a Lenín, en momentos en que este disputa no solo la dirección de Alianza Pais -la primera fuerza política del Ecuador- sino la credibilidad de los diversos sectores con los cuales ha dialogado y crea una crisis de confianza sobre las propuestas y acuerdos que deba hacer el gobierno en el post correísmo y para enfrentar el tema económico.
Leónidas, en Esparta, con 300 o con 3000, resistió heroico, murió y pasó a la historia como ejemplo del cumplimiento del deber, la ética y el amor a la patria. Pasó a la historia como un héroe, porque construyó su épica desde la realidad y desde el mito. En esta tierra ecuatorial, el caudillo ha construido la suya y está lejos de ser digna de lauros, como se la miraba en el 2006. Lenín Moreno está generando su propia epopeya; de sus acciones y omisiones, de su caución o despreocupación, desde los pasos acertados o en falso que de su íntimo círculo tecno-político, depende el sentido que tenga la narrativa que está construyendo.
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