¿Cruzados de brazos ante el trágico éxodo venezolano?
Lo que ocurre a diario en el puente internacional de Rumichaca es, probablemente, una de las evidencias más potentes y lacerantes de cómo han fracasado las iniciativas de integración política en el continente. O de cómo los Estados del continente no han tenido ni la sensibilidad ni la responsabilidad para movilizarse frente a uno de los fenómenos más trágicos de la historia de la región.
Todos los días, miles de venezolanos tratan de llegar hasta las oficinas de migración ecuatorianas para hacer sellar sus papeles y poder ingresar al país. Ahí, muchos buscarán alguna forma de subsistencia, otros tratarán de seguir viaje al sur para hacer lo mismo en el Perú, Chile o Argentina.
Las escenas recuerdan a esas películas en blanco y negro que registran la huida de cientos de miles de españoles por la frontera con Francia, durante la Guerra Civil. O a los desesperados sirios tratando de salvar sus pellejos, en Europa, de la brutalidad de la guerra que los acosa.
Pocas cosas deben ser tan tristes como la del espectáculo de un pueblo forzado a dejar su tierra, sus afectos y su patrimonio. En Rumichaca, ahí donde Ecuador y Colombia se juntan, la tragedia del éxodo venezolano muestra una de sus costuras más tristes.
En Venezuela el colapso del modelo económico hace que vivir decentemente se haya convertido en un privilegio exclusivo de quienes tienen posibilidades de traer dinero y comida desde el exterior o de quienes tienen nexos con el poder o el hampa. Los signos son evidentes: no hace falta mucho esfuerzo para ver en las filas de venezolanos que quieren ingresar al Ecuador a personas con claros signos de desnutrición. “Vamos al Perú”, dicen casi todos cuando se les pregunta sobre su destino, aunque resulta obvio que ante el temor de que el periodista sea una autoridad migratoria ecuatoriana encubierta, nadie diga que pretende quedarse en el Ecuador.
Según un supervisor de la oficina de Migración colombiana que habló con 4Pelagatos son entre dos mil y tres mil los venezolanos que cruzan la frontera colombo-ecuatoriana diariamente. Un policía ecuatoriana coincide con el cálculo del colombiano. Del lado colombiano, las autoridades hacen el papeleo de salida de Colombia en los propios autobuses, sin permitir a los venezolanos que salgan de ellos. En el lado ecuatoriano, los migrantes tienen que acercarse a las ventanillas donde atienden, solícitos y amables casi siempre, los funcionarios ecuatorianos.
Aunque el operativo migratorio en el lado ecuatoriano es importante y bastante eficiente, las circunstancias desbordan las posibilidades logísticas y burocráticas. Apenas unos minutos en la frontera bastan para llegar a la conclusión de que el éxodo venezolano es una tragedia humanitaria en toda la extensión de la palabra. Según un estudio de Eurasia Group, más de dos millones de venezolanos ya han abandonado su país desde que el chavismo subió al poder en 1999. Según esa consultora de riesgo político, la cantidad de venezolanos en el exilio, en julio del 2017, es ya más de la mitad de los refugiados sirios.
Pero la tragedia humanitaria en Sudamérica no parece haber movido los resortes de los organismos regionales de integración, a pesar incluso de las alertas lanzadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que, a principios de año, pidió a los estados miembros de la Organización de Estados Americanos, OEA, adoptar medidas para reforzar los mecanismos de responsabilidad compartida con relación a la situación de los migrantes venezolanos. Sin embargo, la inmovilidad de los organismos internacionales ha sido pavorosa. La OEA, a pesar del pedido, no ha hecho mayor cosa y el tema del trágico éxodo de venezolanos no ha sido, ni de lejos, un tema que haya convocado encuentros de cancilleres o activados mecanismos propios de la organización para encontrar una salida conjunta al problema.
La inmovilidad es aún más escandalosa en el caso de otros foros regionales como Unasur o la Celac, ambos con una historia de complicidad con el chavismo-madurismo. El caso de Unasur, por ejemplo, es pasmoso e indignante. ¿Cómo es posible que un organismo que tiene al tema de la migración como uno de sus ejes fundacionales no se haya movilizado ante lo que está ocurriendo con los venezolanos? Es verdad que actualmente el organismo está paralizado por el boicot que hace Venezuela, en vergonzoso asocio con el Ecuador de la canciller María Fernanda Espinosa, para que no se elija un nuevo Secretario General, porque eso le conviene al gobierno de Maduro. Pero que ninguno de sus estados miembros haya hecho algo para movilizar a los otros países es inaudito e impresentable.
Lo que ocurre en Venezuela actualmente es algo que pone en evidente riesgo a la paz social en toda la región y que debería movilizar la sensibilidad humanitaria de cualquier gobierno medianamente decente. Se trata de un fenómeno parecido al que Europa enfrenta con el caso de los refugiados sirios y que hizo que la Unión Europea adopte medidas como fijar cuotas de refugiados para cada uno de los países miembros. ¿Qué ha hecho Sudamérica como cuerpo colegiado para afrontar y tratar de solucionar el drama de los migrantes venezolanos en forma conjunta? Es evidente que casi absolutamente nada. ¿Cómo es posible que no haya habido una cumbre de cancilleres o presidentes para afrontar este tema?
La inacción de Unasur frente a una auténtica tragedia humanitaria pone en entredicho la utilidad de un organismo que sí supo, en cambio, movilizarse en ante temas políticos que sí interesaban a los gobiernos miembros. Unasur, por ejemplo, ha sido muy eficiente enviado veedores electorales a santificar opacas elecciones organizadas por gobiernos que quieren eternizarse en el poder pero no ha enviado una sola misión de observadores a mirar lo que ocurre con el migrante venezolano que se juega la vida por subsistir en las calles de Ecuador, Colombia, Peru o Chile.
Por lo que se ha visto hasta ahora, el drama de millones de venezolanos no ha merecido ni un solo esfuerzo de Unasur. ¿Por qué? Es evidente que éste es uno de los temas que ha llevado al gobierno de Venezuela a sabotear que el organismo pueda reconstituirse ahora que los gobiernos miembros amigos del chavismo-madurismo, entre esos el Ecuador de la canciller María Fernanda Espinosa, están en minoría. A Venezuela, es obvio, no le interesa que los otros países del continente, aún peor organizados en un foro regional, se apersonen de un tema que inevitablemente va a poner en cuestión el modelo económico y político del chavismo-madurismo. El silencio del alcahuete mayor del despotismo venezolano, Ernesto Samper durante su paso por Unasur como Secretario General, es una de las más indignantes evidencias de aquello.
El mayor experto en el tema, el sociólogo venezolano Iván de la Vega, sostiene que la emigración forzada de venezolanos es ocasionada por motivos muy distintos a los que ocasionaron otros fenómenos migratorios en el continente, como desastres naturales o situaciones de guerra. “En el caso de la migración venezolana obedece a malas políticas públicas aplicadas por los dos últimos gobiernos, con lo cual la migración ha llegado a niveles críticos”, sostiene De la Vega. Según el sociólogo, esta expulsión forzada de venezolanos fue una política ex profeso del chavismo para provocar “pobreza intelectual” en el país y así garantizarse el monopolio del poder.
Pero que Venezuela haga lo suyo para frustrar cualquier intento por articular una integración política regional que cuestione lo que está forzando a sus ciudadanos a salir del país, no quiere decir que los otros Estados miembros de la Unasur o la misma OEA puedan olvidarse de la tragedia. Se trata no solamente de un fenómeno que puede desbordar las capacidades institucionales y logísticas de los países de la región sino que está destruyendo el patrimonio humano de la propia Venezuela que se está vaciando de sus ciudadanos más capacitados y educados. No en vano muchos críticos de la situación en Venezuela piensan que el régimen de ese país prefiere quedarse con una población empobrecida a la que únicamente le interesa ser alimentada por el Gobierno.
Cada día que pasa la situación empeora. Mientras tanto los gobiernos de la región, que no se espabilan y deciden enfrentar el problema, son cómplices, cada uno de acuerdo a su actitud y medida, de una tragedia humanitaria que debe avergonzar a todos los pueblos de América del Sur. Cruzar la frontera en Rumichaca, seguramente al igual que cruzar otras fronteras del continente, es sin duda un acto profundamente triste. Mientras eso siga ocurriendo, los gobiernos del continente deberían sentirse avergonzados.
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