Hernán Pérez Loose
Para la próxima semana Glas habrá cesado en su cargo de vicepresidente. A él no lo ha interpelado su conciencia, que lo habría obligado a renunciar cuando fue detenido; ni lo ha interpelado la Asamblea, cuya mayoría no tuvo la decencia de destituirlo oportunamente. Como al deudor moroso, a él lo va a interpelar el simple pasar del tiempo. Y es que según el art. 150 de la Constitución, para la próxima semana la ausencia de Glas de su cargo debe considerarse como “definitiva” y su cargo vacante. A diferencia de lo que ocurre con la ausencia definitiva del presidente, la del vicepresidente no requiere de la participación de la Corte Constitucional, para que compruebe dicha ausencia, ni de la Asamblea, para que la declare. Tampoco le exige la actual Constitución al presidente un plazo para que envíe a la Asamblea la terna para llenar dicha vacancia, tal como lo exigía la Constitución de 1998. En consecuencia, el presidente Moreno podrá tomarse su tiempo para enviar dicha terna. El Ecuador no colapsará por esa demora. Muchos países, como Chile, por ejemplo, eliminaron hace tiempo la figura del vicepresidente.
El año se va cerrando con la vergüenza histórica de tener en la cárcel a un vicepresidente, que fue elegido y posesionado hace pocos meses, por participar en una oprobiosa red de corrupción. Con la prisión de Glas, de varios exministros y con las órdenes de captura del excontralor –quien se jactaba de recibir coimas solo al contado– y de otros altos funcionarios del pasado régimen, el país ha empezado a conocer las dimensiones de la organización criminal que nos gobernó. Es como si recién comenzáramos a caminar por el primer círculo del Infierno de Dante. Ahora se está entendiendo, aunque sea parcialmente, cómo funcionó esa fábrica de corrupción que diseñara el exdictador.
Estos maleantes fueron capaces de robarle a la ciudadanía miles de millones de dólares, que ahora debemos reponerlos pagando más impuestos. Manosearon la autoridad de la ley, la dignidad de la función pública y la legitimidad de las instituciones republicanas. Fueron capaces de encubrir a violadores de niños para evitar que se desprestigie su supuesta revolución ciudadana, y ahora hasta protegen al ministro responsable. Fueron capaces de falsear cifras sobre la economía y dejar quebrado al país con una deuda impagable, con el único propósito de que fracase el gobierno que lo iba a suceder. Fueron capaces de apoderarse de los juzgados y tribunales para protegerse ellos, y para perseguir a opositores y periodistas. No hay suficientes palabras para describir toda la destrucción que provocó esta banda. Sembraron odio por doquier y convirtieron a la política en el arte del insulto y del engaño. Impusieron la mediocridad, la grosería y el esbirrismo como virtudes públicas. Y de paso se comparaban con Bolívar, Alfaro, Lincoln y Jesucristo.
Lo que debemos discutir ahora es por qué los ecuatorianos permitimos que esta gente abofetee nuestra dignidad tal como lo hizo y qué vamos a hacer para que esto nunca más vuelva a suceder. (O)
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