Publicado el 23 diciembre, 201722 diciembre, 2017 por AGN
[Alberto Ordóñez Ortiz]
La vida nos sume, a veces, en la delirante espiral del jolgorio. En otras, nos remite al claroscuro de la zozobra. Y, por supuesto, cuando nos sitúa sobre el oleaje del éxtasis, nos glorifica y expande a todo lo que da la dorada madeja del gozo. Está en su naturaleza cambiante. Nunca quieta. Siempre variable. Si pretendemos dimensionarla de alguna manera o acercarnos a su multidimensional presencia, nos atreveríamos a decir que está en la seguridad de que lo único seguro es la inseguridad. Y esa naturaleza imprevisible es la que precisamente la llena de la magia que representa lo insospechado: porque si todo fuese conocido de antemano, la vida perdería total sentido y sobre todo el incomparable encanto de la sorpresa y, desde esa visión, que sea una permanente caja de sorpresas. Desde luego, es más. Mucho más que eso. Mi percepción no pasa de ser sino un acercamiento. Una simple aproximación. Pero esa el desconocimiento del futuro, es el que nos permite soñar y fabricar sueños: la materia estelar de que estamos hechos y la que nos impulsa a buscar sin pausas nuevos y más distantes horizontes. He allí su gloria y su real estatura.
La vieja discusión entre el libre albedrio y el determinismo colocada sobre el tendido de las opiniones vertidas, cobra plena vigencia e inusual vigor. Pero, en nuestra modesta opinión; la primera, es decir la que permite -me refiero al libre albedrío- que las personas elijan, tomen sus propias decisiones, las midan y las sopesen previamente, es la que prevalecería y más todavía si es la que nos abre de par en par las puertas para que construyamos a pulso nuestro porvenir o, dicho con palabras redondas: nuestro destino. Es así como nos enfrenta al inescrutable e inalcanzable futuro y nos pone de vuelta a que la batalla de la existencia y por la existencia, sea la que nos permita sentir la vida en el remansado o acelerado palpitar de nuestro corazón, que es, el lugar en que se concitan, empinan y desvelan nuestras emociones. El libre albedrio nos lleva de la mano al país de las quimeras, que por analogía se equipara con la visión que sobre la existencia tiene Calderón de la Barca, quien la definió así: “La vida es un sueño”. Y, por cierto, un sueño fulgurante. Porque su cortedad oprime y estremece.
El tema de fondo radicaría entonces en determinar cuáles de nuestros objetivos de vida son los sustanciales: ¿los materiales o los espirituales? Para esclarecerlo, permítanme transcribir el siguiente mensaje de Buda: “Lo único que destruye tu capacidad natural es tu mente deseosa. La mente excesivamente deseosa te convierte en un mendigo, pero si alcanzas a controlarla, serás un emperador. Y cuando una persona lo logra, dondequiera que vaya, llevará consigo la atmósfera del júbilo que produce su control”.
Y, agrega: “Tu energía será inagotable, desaparecerá toda confusión, estarás totalmente contento en el aquí y ahora, y en el centro de tu ser arderá esa llama que ilumina todo. La decisión es nuestra. De nosotros depende lograr que todos nuestros años -y todos los que vengan- sean primavera. (O)
Y, agrega: “Tu energía será inagotable, desaparecerá toda confusión, estarás totalmente contento en el aquí y ahora, y en el centro de tu ser arderá esa llama que ilumina todo. La decisión es nuestra. De nosotros depende lograr que todos nuestros años -y todos los que vengan- sean primavera. (O)
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