domingo, 26 de julio de 2015

Entre pateaduras y escupitajos

Francisco Febres Cordero
Domingo, 26 de julio, 2015


Se hallaba ahí, en la Plaza de la Independencia, cumpliendo con su trabajo de reportero. Alguien lo identificó, pero no estaba seguro de que era él. ¿Tú eres el autor del libro El gran hermano?, le preguntó. Él dijo que sí. Entonces comenzaron a gritarle. Y a patearle. Un joven se interpuso y le salvó.
No es el primer periodista agredido físicamente. Ha habido otros casos, algunos de los cuales han permanecido en silencio. Caminando por la calle, más de uno ha recibido un escupitajo. Otro, se libró de ser atropellado al cruzar la esquina por un conductor que, además de insultarle, le quiso jugar una mala pasada. A otros les han roto sus cámaras. Y así, la lista llega a ser larga y se resume en una sola palabra: violencia.
Una violencia que comenzó cuando el presidente de la República inició su mandato arremetiendo, cada vez con mayor virulencia, contra la prensa independiente a la que le puso el sambenito de corrupta.
Corrupta, porque no estaba alineada con todas sus ejecutorias. Porque cuestionaba. Porque desentrañaba algunas trapacerías de un régimen que, poco a poco, iba tomando ese cariz autoritario que luego se volvió desembozado. Corrupta, porque no cumplía a pie juntillas con las imposiciones del poder, para lo cual se inventaron las artimañas que hoy la tienen amenazada con tribunales especializados en la caza de brujas, como en la Inquisición, o en sojuzgar la libertad de pensamiento, como en el macartismo.
Si la prensa es corrupta, corruptos son quienes la hacen día a día. Por eso, la fotografía de algunos de ellos son exhibidas en las sabatinas tal como se hace con los delincuentes más buscados, para que el pueblo los identifique plenamente: ahí están. No son abstractos, son seres concretos, aprehensibles. Son los enemigos del Gobierno, de la revolución. Del presidente.
El oficio es satanizado con insultos, improperios, burlas, amenazas, juicios. Y bendecido –claro– solo si es ejercido como el presidente quiere: con loas a su favor, con silencios cómplices, con venias y zalamerías. “Lean El Telégrafo”, apostrofa el presidente mientras desgarra a manotazos los ejemplares de los diarios que no le son serviles.
Y así estamos, sin un minuto de tregua, sin una sabatina en que esa prensa corrupta no tenga protagonismo ni reciba denuestos. Sin que esa violencia verbal tan furibunda y ciega tenga freno, en un camino que se vislumbra sin retorno.
“Mentira, mentira, mentira”, repite el presidente (que con el tiempo devino en excelentísimo, un título ganado a pulso, así como Franco o Trujillo fueron generalísimos y otros de su jaez fueron eminentísimos, dignísimos, supremísimos), cuando algo no se aviene a sus incuestionables designios.
Sin embargo, ahí sigue la prensa con sus periodistas que han dado ejemplo de gallardía. Una gallardía que el hombre común va demostrando también en las calles, cansado de tanta prepotencia, tanta arbitrariedad, tanta deshonestidad, tanta impudicia.
Ante eso, el excelentísimo señor presidente de la República, desde su tarima, con sus muecas nerviosas y su sonrisa impostada, puede seguir repitiendo sus gastadas muletillas contra la prensa, que esta seguirá diciendo lo suyo mientras existan periodistas que no se arredran ante los insultos, las pateaduras, los escupitajos, ni ante esos juicios bastardos, infames e infamantes.(O)

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