jueves, 16 de julio de 2015

Correa estira la lógica mortífera

Por José Hernández

¡Qué gobierno más predecible! Se calienta la calle, el Presidente anuncia que ellos pondrán más gente. Porque son más, muchísimos más. Se desborda la calle y se programa un paro nacional, el Presidente anuncia un debate nacional. Ya dio esa orden a sus ministros y María Duarte, ministra de Desarrollo Urbano y Vivienda,confesó a Expreso que también les pidió “dejar de andar en carros de lujo”. Hay que cuidar las apariencias.
El supuesto diálogo llega como parte de la estrategia de supervivencia. Mientras el Presidente descalifica a los manifestantes que salen a la calle, ordena a sus subalternos realizar diálogos sectoriales con aquellos que piensan salir a la calle. La movida es vieja y a veces funciona: consiste en tratar de neutralizar a algunos actores sociales para que las protestas no confluyan en una de mayor amplitud. El correísmo ya sabe que en las calles no son más, muchísimos más y cambia de táctica: ensaya el diálogo. Esta empresa tiene algunos problemas para el gobierno.
1: El síndrome de clonación que sufren por igual militantes y funcionarios: remedan a Correa. Son socarrones, cínicos y mitómanos. Son insultadores y prepotentes. La única diferencia es que mientras el Presidente inventa la realidad, ellos hacen de torre repetidora. Hay que oírlos en las radios: hablan de diálogo pero respiran superioridad moral. Hablan de diálogo pero acusan a los interlocutores de golpismo. Hablan de diálogo pero creen que el país les escrituró el poder para siempre.
2: Apenas abren la posibilidad de dialogar, la vuelven imposible. El Presidente, de nuevo agravó la tónica: el 24 de mayo pasado, en suInforme a la Nación, hizo una oda a la confrontación. ¿Quién se puede oponer a que confronte, por ejemplo, con la mentira? Ahí no está la trampa. Está en que es él quien califica lo que es verdad. ¿Y con quién confronta? He aquí las disyuntivas que dio: represores y reprimidos; esclavistas y esclavos; dominadores y dominados… ¿Alguien duda en qué lado se incluye él? Y claro, en el mundo maniqueo que es el suyo, explicó lo que es consensuar (que es el resultado de dialogar): consensuar –dijo– es sinónimo de someterse, de claudicar. Entonces reivindicó el deber de confrontar. E incluso asignó a los jóvenes una tarea: renegar de las falacias (de aquellos con los que hoy dice querer dialogar). Una de ellas la denominó política light, de mostrador: nos quieren imponer -dijo- que la política democrática es necesariamente la política del consenso.
Confrontar más, responder con más revolución fue el mensaje del minuto 27 hasta el minuto 35 de ese Informe a la Nación. Y todos los ministros, a quienes ahora ordenó dialogar, estaban presentes. Y lo aplaudieron. Todos, incluyendo los que ahora acusan a manifestantes y dirigentes de la oposición de no querer dialogar. Y los que preparan shows mediáticos para mostrar que el gobierno siempre ha querido dialogar.
La pregunta es: ¿qué harán con discursos presidenciales como el del 24 de Mayo? ¿Qué harán con esos silogismos amañados que afirman que su deber es confrontar y destruir al otro y, a la vez, acusan al otro de no querer dialogar? ¿Mantendrán esa afirmación tan primaria como repugnante, intelectualmente hablando, (la trajo a colación Correa en el mismo Informe a la Nación) que las elites y medios que apoyaron la dictadura son los que rechazan la confrontación?
Que el Presidente y no Pabel Muñoz ni Fánder Falconi (a quien no tardarán en resucitar para estos menesteres) diga cómo resuelve la contradicción en que metió a su gobierno: si confrontar es su deber, para ello no se requiere dialogar. Y si no quiere consensos (porque eso es claudicar) ¿para qué quiere dialogar?
¿Hay otra posibilidad? Sí, hay que considerarla por decencia intelectual y necesidad política: que Correa haya entendido que la oda que hizo a la confrontación, hace menos de dos meses, es una pesadilla para el país y para él (basta con piense en Venezuela). Y que haya decidido desactivar la bomba de tiempo que él mismo armó. En cuyo caso, debiera dar de baja el discurso del 24 de Mayo e instruir a sus ministros que cesen de imitarlo y, sobre todo, que en vez de aplaudirlo lo zarandeen cuando propone subir la violencia al escenario político. Porque ese será el resultado de la confrontación radical que él propuso.
3: El gobierno condiciona el diálogo con un país hastiado por el modelo imperante desde hace ocho años. Cualquiera pudiera considerar que su deber, mas bien, es dar pruebas de que ha entendido los mensajes enviados desde la calle. Y que esas pruebas incluyen producir gestos políticos claros, contundentes e irreversibles de que abandona la confrontación como norte de su política.
Algunos han hablado de parar las enmiendas que incluyen la elección indefinida, neutralizar (más aún y eso es una proeza) la Contraloría y usar las Fuerzas Armadas, al lado de la Policía, para tareas de control del orden interno. Es decir, eternizarse en el poder, no dar cuentas y convertir a las Fuerzas Armadas en su soporte. Eso se llama gobernar con el deseo. Renunciar a esa trilogía perversa, iniciar (¡tras ocho años!) la lucha contra la corrupción, respetar a los ciudadanos, acabar con los juicios y la cárcel para los disidentes, poner fin a la catequesis miserable e hiriente que maneja Fernando Alvarado, cerrar la dependencia abyecta que maneja Ochoa, creada para perseguir medios y periodistas con tribunales despreciables, tanto como los supuestos jueces y seudo semiólogos que lo rodean… El Presidente tiene un gran menú para escoger cuáles son las señales que quiere dar de que el supuesto diálogo no persigue, como ya afirmó con las dos leyes cuestionadas, convencer al país de que él tiene la razón. Si sigue parado en ese punto, debiera también cambiar al gurú que siempre lo consideró como un producto destinado a confrontar para ser exitoso. Esa etapa ya pasó.
4: Correa cree que puede desvincular las protestas para evitar cambios drásticos. Querer dialogar con ciertos sectores, mientras desprestigia el resto de manifestantes, responde a un viejo sueño de su gobierno: recuperar parte de las bases sociales que tuvo al inicio de la administración. Los dos proyectos supuestamente contra los ricos fueron saludados por esa vieja izquierda que montó este modelo y que soñó, sin éxito, con gobernar al Presidente. No extrañaría que, en ese contexto, Ricardo Patiño vuelva al ministerio de la política.
Correa envía mensajes no de querer corregir sino de querer sobrevivir. En marzo apeló a los empresarios. En abril posesionó a Nathalie Cely como Ministra Coordinadora de la Producción, Empleo y Competitividad. En junio volvió a dar un bandazo pero esta vez hacia el ala de la vieja izquierda que sigue soñando con Castro y defendiendo al impresentable Maduro.
Esos bandazos, esa incoherencia política, destruye el discurso que ahora promocionan los tecnócratas del gobierno, como Pabel Muñoz. Los políticos como Doris Soliz o Viviana Bonilla, tan desgastados, han sido relegados. Y otros como Jorge Glas prefieren invitar a los ciudadanos a “rebelarse contra la doble moral”. Como dicen en las redes sociales, el chiste se cuenta solo.
5: El peso de la realidad-mitómana es devastador. El Presidente no admite los hechos. Los manifestantes están mal informados. O son manipulados. O son cuatro pelagatos. O quieren volver al pasado. Correa no admite que los ciudadanos quieren poner coto a su modelo concentrador y autoritario. Y que debe corregir porque si persiste en esa línea conducirá al país a un bloqueo institucional peligroso y violento.
El llamado al diálogo constituye, en sí, otro dilema para el Presidente: salir de la confrontación absurda que planteó o hundir al país en ella. La pelota está en su campo.

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