jueves, 13 de febrero de 2014

Reflexiones sobre el caso Bonil



Por: Orlando Alcívar Santos
Mientras en España la vicepresidenta de un gobierno conservador como el de Rajoy, destaca el trabajo de los humoristas de prensa (eso ocurrió al reunirse con ellos el lunes de esta semana en Madrid) diciendo de paso “nada mejor que te pongan en tu sitio o te cures de la vanidad” y elogiando “su inteligencia, talento, agudeza y disciplina”, algunos funcionarios del rígido gobierno socialista ecuatoriano piensan lo contrario acerca de los caricaturistas, se toman demasiado en serio, lo cual se muestra, además de intolerante, algo ridículo.
No voy a entrar en política porque su utilización crea sesgos en cosas como esta que merecen ser analizadas con total imparcialidad, distendidamente, sin crispaciones, y al dejar la política a un lado hago un breve ejercicio filosófico sobre la libertad, esa facultad del ser humano que nace con él, que es de su naturaleza, que no requiere que se la otorgue nadie, que le permite hacer lo que desee siempre que se encuadre en la ley, en la moral y en las buenas costumbres.

Pero si miramos con profundidad, el hombre NO es absolutamente libre, nadie es absolutamente libre porque de algún modo depende de los demás o está condicionado por los demás, por la sociedad y por el Estado cuyos derechos deben ser respetados al igual que los del individuo. Solo un hombre aislado del mundo y de sus pares, sin familia, sin amigos y sin patria puede ser completamente libre si es que esa condición de aislamiento total realmente existe: además de que puede ser libre pero no feliz porque la felicidad es una sensación y un estado de plenitud ligado íntimamente con la libertad. Todo este exordio previo porque quiero explicar que Xavier Bonilla, Bonil, tiene como ser humano el atributo esencial de la libertad que le permite pensar con su cerebro y percibir las cosas según su entendimiento, lo que no impide que su censor en el Gobierno tenga también la misma libertad para interpretar la conducta de Bonil. Quiero decir que somos libres para pensar, para decir, para opinar, al igual que el Gobierno, la Policía o el fiscal son libres para sentirse ofendidos, por lo que –según mi análisis personalísimo– el tema no va por allí sino por la pena impuesta a Bonil por el hecho de opinar –y además a través de una caricatura que siempre implica humor– junto con la sanción al periódico por acoger una opinión.
Hubiera sido suficiente que así como el caricaturista emitió públicamente su comentario por medio de un dibujo, el Gobierno hubiera expresado el suyo desmintiendo lo dicho sin hacer un despliegue innecesario de la fuerza del Estado ¿o del régimen? para imponer un castigo. Porque nadie ha demostrado todavía, objetiva o judicialmente, quién tiene la razón.
El choque de visiones entre un periodista cáustico cuyos dibujos molestan al Poder y un novel funcionario que decreta sanciones inapelables, no debería ser juzgado por ese mismo funcionario –con prescindencia de cuán independiente sea– sino por un juez que forme parte de la Función Jurisdiccional, no de la administrativa. Sigo pensando que hay un mal diseño constitucional de algunas de las instituciones del Estado y que ese daño necesita urgente reparación, como se hizo con las carreteras.

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