miércoles, 19 de febrero de 2014

La irrupción de la realidad



Por: César Montúfar
En un estado de propaganda la realidad es la cuña de sí misma; los hechos se confunden con la voz del poder, con los delirios y miedos del gobernante, con los planes que se evalúan aunque no se ejecuten, con las estadísticas oficiales, con los informes redactados por cumplir, con las primeras piedras de los elefantes blancos. 
Lo real se suspende; el poder lo convierte en versión oficial; reina el eslogan y el país es la fotografía de una valla al filo de la carretera. El Gobierno ecuatoriano, no sin cierto despliegue de ingenio, ha inventado incluso una ley, varios reglamentos, dos instituciones públicas, la Supercom y el Consejo de Comunicación, para sancionar a quien la escriba, dibuje, fotografíe o filme; a quien la traiga a colación. 

Aquello, sin pudor, lo llama comunicación responsable. Pero la realidad sigue ahí, resiste y, de vez en cuando, asoma la cabeza, irrumpe. Y, entonces, los problemas aparecen, las fisuras se transforman en grietas, los pequeños temblores remueven lo más profundo. La realidad irrumpe y desmiente la voz del poder, los delirios y miedos del gobernante; los planes que se evalúan aunque no se ejecuten, las estadísticas oficiales, los informes redactados por cumplir, las primeras piedras de los elefantes blancos. La realidad se asoma con estudiantes portando pancartas, con activistas gritando su verdad, con periodistas cumpliendo su oficio, con personas comunes y corrientes mirando más allá de lo que les dicen. Y aquello enloquece al poder; ciega sus decisiones, provoca insultos, sabatinas, equivocaciones, amenazas de renuncia si no lo obedecen, Manda, entonces, a castigar al caricaturista, encarcelar al director del hospital que lo contradijo, cerrar la señal de una radio, allanar domicilios para "llevarse denuncias de corrupción" y etcétera. Esa irrupción de la realidad, precisamente, ocurre hoy en Venezuela con las protestas que invaden las calles y que el Gobierno busca no solo prohibir sino, sobre todo, ocultar. Aquello, de igual forma, puede suceder en el resultado de algunas circunscripciones del país, incluida Quito, en las elecciones venideras. A veces, incluso, las torpezas del poder nos permiten ver esa realidad desnuda como cuando la semana pasada, en una fiebre de pánico electoral, el Alcalde encargado de Quito dejó sin efecto peajes, redujo multas e impuestos. Lo propio hizo Bucaram, allá por 1997, al bajar el precio del gas cuando su mandato se evaporaba ante las protestas ciudadanas. (Disculpen la asociación mental entre el alcalde Albán y el expresidente, pero resulta, de modo patético, inevitable.) Esa irrupción de la realidad es muchas veces silenciosa y tranquila. Sigue un tiempo distinto al vértigo político, a los tiempos de elecciones, a los planes cuatrianuales del Buen Vivir. Puede tardar pero cuando llega es una bola de nieve, un aluvión, un huracán y no hay poder que la pueda abolir; no hay discurso ni policía que la contenga. Esa realidad rebelde y porfiada, hermosa; como una niña que crece hasta tornarse en una marea incontenible.

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