Por: Felipe Burbano de Lara
Los resultados de las elecciones del domingo dejan un claro
mensaje: el Ecuador es mucho más diverso y plural de lo que se imagina la
revolución ciudadana; muestra que toda esa complejidad territorial no puede ser
reducida a la voluntad de Alianza País y del presidente Correa, que él no es
dueño de esa voluntad, y que los votantes exigen respeto. El gran derrotado,
sin duda, es el liderazgo del presidente en sus pretensiones de imponerse de
modo absoluto en todos los territorios.
Las derrotas en Guayaquil y Quito son claras. De nada
sirvieron sus constantes ataques al modelo de gestión guayaquileño. Los votantes
han respaldado de modo inequívoco la gestión de Nebot en el Municipio, a pesar
de la hostilidad, las críticas y las ironías constantes de Correa hacia el
“exitoso modelo guayaquileño”. Aquí la pregunta clave es ¿qué le corresponde al
presidente después de la ratificación abrumadora del alcalde? Pues simplemente
dar pasos para convivir, de modo democrático, con alguien que piensa de modo
distinto. Se trata de respetar, en este caso, el pronunciamiento reiterativo de
los votantes guayaquileños a favor de Nebot; y reconocer que ese
pronunciamiento tiene tanta legitimad democrática, tanta respetabilidad, como
el apoyo que esos mismos votantes dieron al movimiento de gobierno en la
elección presidencial y de asambleístas del 2013.
El caso de Quito es más complejo. Dolorosa e inesperada
derrota la del partido de Gobierno con un margen muy amplio. Los votantes
quiteños dieron la espalda a Augusto Barrera y al propio Rafael Correa, a pesar
de las advertencias de este último sobre un fin apocalíptico de la revolución.
No le creyeron, no creen en la revolución o no admitieron su dramatismo. Correa
mostró una imagen de fragilidad de su movimiento, miedo ante la derrota e
inseguridad en su propio liderazgo. Se equivocó al pensar que su entrada en la
campaña daría la vuelta el escenario porque no comprendió que su liderazgo
también estaba siendo cuestionado a través de Augusto Barrera. Triste para el
presidente Correa sentir esa distancia de los votantes, tener que admitir que
en las ciudades las lógicas son múltiples, diversas, que el Estado debe
reconocerlas en lugar de imponer sobre ellas un modelo único y avasallador.
Hay muchos otros hechos y mensajes que dejan las elecciones
del domingo. Por ejemplo, que las arenas de la política no se agotan en el
Gobierno central y en la patria, que el Estado no puede construirse desde un
verticalismo centralista, que el liderazgo nacional requiere construirse en una
lógica más compleja de diálogo e interacción con los gobiernos locales. Muestra
también la fragilidad del movimiento Alianza País. ¿Qué se ha construido en las
grandes ciudades? ¿Dónde están los nuevos liderazgos y la organización? La
dirigencia pensó que bastaba pasear la imagen del presidente junto a los
candidatos para que el triunfo se diera.
Derrotas en las ciudades importantes del país deja un mensaje
claro al presidente: escuche, dialogue, sea democrático, respetuoso, tolerante,
deje de maltratar las libertades y, sobre todo, no se sienta dueño de la
voluntad popular.
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