Por: Benjamín Fernández Bogado
Cualquier gobierno en el mundo sabe que el final de sus días
está cerca cuando golpea, hiere o mata a jóvenes, mujeres, niños o ancianos. En
esta franja etaria no está permitido reprimir y los gobernantes cuerdos lo
saben muy bien.
¿Qué pasa cuando el manual de instrucciones se violenta? O
para ponerlo mejor en contexto: ¿qué pasa cuando el grupo de choque (una
especie de camisas pardas del fascismo italiano) decide con apoyo de la autoridad
del Estado acabar con los manifestantes de signo contrario?
En todos estos casos la historia es bastante precisa: las
soluciones pacíficas a los conflictos se separan de cualquier posibilidad.
Y peor aún cuando se aísla a una parte de la población con
medidas absolutamente ilegales y se conculcan las libertades de expresión y de
prensa que justamente impiden que la violencia como la que se da en Venezuela
termine con muertos y heridos.
Maduro está acelerando el proceso de salida de un régimen que
tiene todas las características de un fascismo de izquierda donde la retórica
contraria cada vez suena más hueca.
El caso venezolano es perfectamente el camino de una tragedia
griega. Maduro sabe que va a caer, Maduro no quiere caer, pero hace todo lo
posible para caer.
La lógica de Homero es absolutamente aplicable al mandatario
venezolano, quien pretendiendo emular a Chávez convierte a su gobierno completo
en una ópera bufa.
Los muertos y los heridos podrían ser responsabilidad de
quien el mandatario pueda imaginarse sin ningún fundamento, porque la lógica
retórica de estos mandatarios es huir de la racionalidad acusando de lo que
acontece a su país a los cada vez más lejos yankees para acabar en Uribe o el
Sultán de Brunei.
Cuando el delirio supera a la razón cualquier argumento
irracional se convierte en dogma. Pobre Venezuela y pobre América Latina que
nunca como ahora tuvo todas las oportunidades para hacer de su pueblo próspero
y desarrollado, con instituciones creíbles y sólidas que permitan que las
conquistas del desarrollo se prolonguen en el tiempo.
Este subcontinente del que parece se enamoró el infortunio,
parafraseando a Roa Bastos, uno de sus mejores escritores, sigue perdiendo oportunidades.
Gobernantes que viven en el conflicto permanente para legitimarse ante una
turba que posteriormente se busca salvarlas con pretextos absurdos, que
convertirían en nuestras tierras a Kafka en un escritor costumbrista.
Piden desde el agonizante Mercosur el retorno del diálogo. La
gran pregunta es ¿cuál de ellos cuando se proscribió el verbo y se persiguió
con saña y muerte al contertulio de ocasión? Con los caníbales no se discute de
gastronomía.
Hace muchos años un juglar alquilado le dedicó unos potentes
versos al golpe contra Allende, hoy cabría preguntar ¿quién escribirá aquello
de “…no pisaré las calles nuevamente de la que fuera Caracas ensangrentada?”.
Publicado originalmente en El Comercio, el 19 /02/14
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