lunes, 3 de febrero de 2014

Correa y la política como placer de oírse



Por: José Hernández
Director adjunto
La bronca que cazó el Gobierno con los médicos sirvió para demostrar que no necesita a un montón de gente: Ministerio de la política, asesores, cúpula del movimiento, asambleístas… El Presidente copa todos los puestos juntos. En realidad, Rafael Correa no aprende. Dirá que sí. La política es, para él, el arte de oírse, la convicción de que tiene que imponer y, claro, la supuesta astucia para endosar las (pésimas) consecuencias de lo que genera a otros.
Se supo, desde que apareció el problema con los médicos, por culpa del artículo 146, que el Gobierno iba a propiciar un serio desgaste social. El menú que sirve no cambia: negar el problema. Hacer creer que el grupo que reacciona no entiende. Atacar a los dirigentes. Mostrar a esas personas como innecesarios (se pueden reemplazar). Usar un manojo de sutiles o abiertas amenazas (cualquier ley). Tratar de aislar a los rebeldes del resto de la opinión (defienden intereses gremiales o particulares...). Incluirlos en la lista de  esa pobre gente que es manipulable. Convertirlos en fuerzas desestabilizadoras o enemigos del Gobierno… Declarar la victoria, hasta siempre.

El arte de la política que, en el fondo, es un ejercicio respetuoso de convencer -oyendo y hablando-, no le interesa. Y cuando el correísmo entiende que, por más votos que tenga o más cadenas irrespetuosas que produzca, no llegará a implantar sus razones, busca chivos expiatorios. Esta vez, en un acto de extraordinaria originalidad, volvió a señalar a ciertos medios -este en particular- por haber puesto una “o” donde debía ir una “e”. Un error sin duda, lamentable y así se reconoció, pero insignificante a la luz del problema anunciado desde hace por lo menos tres meses y medio. Entonces surgieron las  amenazas de renuncia  si no se cambiaba el contenido del artículo 146...
En cualquier democracia, los desencuentros con la opinión son  momentos vitales para  los políticos. Por eso los presidentes tienen  círculos de confianza, ministros de la política, asesores, gente del partido, asambleístas… Aquí el Gobierno se contentó con dorar la píldora (los médicos dicen que  no respetó el compromiso al que llegaron) y puso a trabajar el aparato de propaganda que sirvió  el menú de siempre.
Correa habla mucho de los seres humanos pero, al parecer, no los conoce tanto como debiera. ¿Acaso es difícil entender que esos médicos están legítimamente inquietos con la sola idea de ir a la cárcel por un artículo que, a sus ojos, no es preciso y está, como gran parte del Código, sujeto a la interpretación de un juez? ¿No se  entiende que un médico no concibe en  su plan de vida, granjearse demandas por las ambigüedades de un Código Penal que, apenas nace, suscita planes para reformarlo  entre aquellos que votaron por él?
Nadie criticó al Presidente por tomar en cuenta los intereses de los ciudadanos también expuestos a eventuales malas prácticas médicas. Pero en el Gobierno, ¿quién podía dudar de que debían llegar a un acuerdo con los médicos? En vez de aquello, el propio presidente crispó el ambiente, buscó salidas de emergencia inviables (llenar el país de médicos de afuera), incluso evocó la posibilidad de mandar enfermos en avión al exterior… Es decir, en vez de hacer política pública, él y su Gobierno prefirieron ignorar legítimas inquietudes. Y buscaron chivos expiatorios con argumentos tan originales como deleznables.
El Presidente debe sentirse feliz de encontrar tanto apoyo a su alrededor y tantas personas (en el Gobierno y en la Asamblea) que repiten, como si se sintieran forzadas, sus palabras, explicaciones e incluso exabruptos.
¿A eso se le llama lealtad partidista? ¿Es eso lo que necesita un Presidente? En los hechos  ningún comedido rinde servicio a nadie limitándose a imitar a su jefe. Y Correa termina, tras ese enorme desgaste generado por su Gobierno, en el punto indicado por el sentido común: buscando una salida política a la legítima aspiración de un grupo preocupado.
La bronca deja entonces  dos lecciones: sobra gente a su alrededor y la política sigue siendo, para él, el placer  de oírse.

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