Si alguna vez usted sintió pasión por algo que vio hacer a otros y le llamó tanto la atención al punto de quedar hipnotizado por eso que parecía mágico, extraordinario, casi sobrenatural, empezará a comprender lo que yo sentía cuando niño.
Corría el año de 1949, meses atrás yo había nacido y me acercaba a los seis meses de vida. Llegó un 12 de abril de ese año, mi padre José Antonio sumando esfuerzos económicos y físicos con su hermano Alberto inauguraban una radiodifusora a la que bautizaron con el nombre de Radio Ondas Azuayas. Los equipos transmisores de esta emisora los había construido ´Don Octavio ´Espinosa un autodidacta de aquel mundo mágico relacionado con las ondas hertzianas. Un transmisor de 300 watts de potencia y unas instalaciones de estudios y planta transmisora ubicadas en pleno centro de la ciudad de Cuenca, eran la parte visible de ese emprendimiento. ¡300 watts! ahora casi nada, pero en aquel entonces y con ese equipo transmisor nacía la emisora ‘más moderna y potente del Austro Ecuatoriano’.
Recuerdo que mi padre, - cuando yo empecé a comprender un poco mejor las cosas -, me contaba que su pasión por la radio nació allá por ‘inicios de los años 40’ (1940) a finales de la Segunda Guerra Mundial. Me decía que mi abuelo José Antonio fue uno de los primeros en haber adquirido un receptor de radio y que en su Hacienda ‘La Playa’ en el cantón Sígsig, al llegar la noche la familia se reunía en torno a esa caja sonora para escuchar las noticias que transmitía la BBC de Londres. La BBC, me decía, narraba acompañando con el número de toques de un gong, la cantidad de aviones alemanes que habían sido derribados, al tiempo que informaba de los avances que tenía ese conflicto mundial. Fue cuando mi padre se dijo a sí mismo, ¨yo quiero tener una radio para poder informar de lo que está pasando en nuestro entorno y para transmitir mis ideas y mis pensamientos´
La radio…, la radio. Consistía de un transmisor que era una caja metálica que contenía un pesado transformador, condensadores, resistencias, alambres de todos los calibres y los ´tubos´ electrónicos incandescentes que trabajaban al rojo vivo y de los que dependía la potencia de la emisora, - por entonces no se conocía los transistores, que simplificaron el asunto -, para que la radio emita la señal se necesita una antena y esta no era más que un alambre de grueso calibre aislado y con una medida adecuada a la frecuencia de transmisión que empezó siendo los 1260 kc en amplitud modulada (A.M.), el alambre estaba templado sobre la azotea de la casa, dentro del edificio estaba un pequeño amplificador y mezclador de señales de audio para dejar pasar los sonidos reproducidos por dos ´tocadiscos´ de 78 R.P.M. con ´agujas´ para que suenen los discos de carbón, un par de micrófonos, un par de grabadoras de cinta, todo ello acomodado sobre la mesa de control, por cierto había una cabina de locución y las oficinas adecuadamente equipadas. Más tarde, mi padre modernizó los estudios de la radio e incluyó un auditorio para la emisión de programas en vivo con cantantes y artistas, una de sus mayores adquisiciones fue la de un piano detrás del cual vi frecuentemente al señor Huberto Santacruz interpretando sus melodías.
Este era el ´mundo mágico´ de la radio que yo conocí cuando daba mis primeros pasos.
Me encantaba estar en ese lugar y empecé a ser parte del mismo desde muy temprana edad, a mis seis años ya sabía manejar los controles, recuerdo que me consentían, me enseñaban y me dejaban practicar.
Allí conocí a personajes tan interesantes como César Andrade y Cordero, Teodoro Rodas Heredia, Jaime Cobos Ordóñez, Antonio Lloret Orellana, Fabián Molineros, Rigoberto Cordero y León, Osmara de León, Jorge Piedra Ledesma, entre otros, a los que se sumaban mis tíos Alberto, Remigio, José Gerardo, Julio, Enrique y Martha, que hicieron parte, unos más, otros menos, de ese entorno radial. Por los micrófonos de la radio pasaron también casi todos los políticos destacados de cada una de las épocas que me ha tocado vivir, con algunos de ellos perdura mi amistad, otros ya han partido.
Me gustaba experimentar y mi padre me consentía. En la década de los 60´s surge como novedad la frecuencia modulada (F.M) y se empieza a hablar del sonido estereofónico. Por entonces mi padre había ampliado su cobertura radiofónica con la instalación de una nueva emisora identificada como ¨Radio Reloj¨, y claro, pensé que también podíamos transmitir en ´estéreo´. Las dos radios funcionaban en el mismo local, lo que facilito mi ´gran idea´ de también emitir una señal estereofónica, la primera en Cuenca, aprovechando las señales de las dos emisoras, acoplé un amplificador al principal de Ondas Azuayas y derivé parte del audio hacia Radio Reloj. Tras informar a los oyentes que podían disfrutar de la ‘maravilla’ del sonido estereofónico disponiendo de dos receptores acomodados cercanamente en su hogar, para que se aprecie el efecto, los oyentes debían sintonizar las dos frecuencias de radio a un volumen similar, colocarse a prudente distancia y ya estaban escuchando en estéreo. Las transmisiones de esta índole se efectuaron por algunos días domingo en la mañana y con discos del Almacén Musical de propiedad de mi tío Alberto.
Pero este mundo mágico también tuvo sus escenarios de terror y de angustia, la radio sufrió clausuras, su local y nuestra casa fueron apedreados, se nos tildaba de comunistas, se nos retiró la publicidad, éramos una familia numerosa, once hermanos – yo el mayor -, sentimos hambre, desprecio en el colegio de parte de nuestros compañeros del establecimiento y del aula, y todo porque teníamos un padre que con valentía se atrevía a defender sus principios democráticos. A mi padre el obispo de la época llegó a “excomulgarle”.
El tiempo ha transcurrido raudamente, los escenarios, la tecnología, la política, la gente, no son los mismos y vivimos otros momentos. Pero para describir algo de la historia intermedia de la radio y de lo que vivimos hoy, me reservo otro momento y otros espacios.
Por ahora, déjenme decir, que como cuando niño, sigo pensando en la magia de la comunicación y en la necesidad de defenderla en los escenarios de la verdad y sobre todo en el de la libertad.
Eduardo Cardoso Martínez
2015-10-03
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