martes, 20 de octubre de 2015

¡Nos hunde el populismo!

Mauricio Gándara Gallegos
Lunes, 12 de octubre, 2015


Inicialmente pensé titular este artículo “fracasa el socialismo”, pero comprendí que eso no era apropiado porque el Gobierno actual no ha instaurado un régimen socialista como los concebidos por los grandes ideólogos del socialismo. Nuestro Gobierno ha gobernado mediante medidas y actitudes de relumbrón que le ganen las simpatías de un gran sector de la población sin preocuparse mucho de si esas medidas y actitudes conducirían a su desarrollo sostenido y permanente. Eso es el populismo.
Hoy que conocemos que América Latina es la menos preparada para enfrentar la crisis de la economía mundial, y que el Ecuador es uno de los tres países cuya economía decrece, se contrae, es hora de que el Gobierno enfríe la cabeza, despierte de sus ensueños y, en acuerdo con la sociedad, adopte las medidas que detengan la marcha hacia el precipicio y podamos retomar la ruta hacia el progreso y el bienestar reales. Parece que el presidente Correa se identificó con el rey Midas de la fábula que convertía en oro todo cuanto tocaba su varita mágica; no quiso aceptar que esa varita mágica no era otra cosa que el elevadísimo precio del petróleo. Dotado de la varita mágica y de un notable carisma, ilusionó a los ecuatorianos, que entraron en un frenesí de consumo y optimismo. Con la varita mágica y su carisma, el presidente, nos ha conducido, al igual que en otra fábula, la del flautista de Hamelín, hacia donde él ha querido. Inútiles han sido todas las voces que lo prevenían del peligro, que le aconsejaban no despilfarrar, ahorrar, tener reservas. El mercado mundial lo ha desposeído de la varita mágica, ya nada de lo que toca se convierte en oro; y es hora de que se despoje de la flauta a cuyos acordes nos está conduciendo a ahogarnos en el río del desastre.
El presidente tiene que aceptar la realidad internacional y la interna. En la primera, solamente necesita mirar a sus coidearios populistas, a sus compañeros en el tobogán del descenso. Al ritmo que lleva, de una contracción del diez por ciento anual de su economía, la Venezuela de Chávez y Maduro, desaparecería en una década. El Brasil, otrora de pujante economía, optó por el populismo, construyó fabulosos estadios –que nos recuerdan la refinería del Pacífico y el edificio de la Unasur–, y fue carcomido por la corrupción del populista gobernante Partido de los Trabajadores. Por el contrario, los países latinoamericanos del Pacífico, quienes, a pesar de la caída de los precios de las materias primas, mantienen un aceptable nivel de crecimiento, y cuentan con reservas de decenas de miles de millones de dólares, que nosotros no las tenemos, deberían ser nuestros socios. En lo segundo, hay que superar las contradicciones. Se pide la cooperación del sector privado, se habla con sus dirigentes, pero ellos no son toda la economía; pueden producir más, pero si no hay confianza general, no hay consumidores. Hay que renunciar al capricho de las leyes de herencia y de plusvalía. Hay que renunciar a la reelección indefinida. Hay que tener el valor de asumir los errores. (O)

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