martes, 20 de octubre de 2015

Lo que es con Rafael, es con sus puños…

Por José Hernández
El desempleo se extiende como mancha de aceite. El costo de la canasta familiar no cesa de subir. La recesión avanza… Y el Presidente reta a Andrés Páez a una sesión de puños. ¿Lo uno explica lo otro?
De este caso se han dicho muchas cosas en las redes sociales. Ver al Presidente aupando el circo, produciéndolo, causa rabia. Y tristeza. Ver a Andrés Páez en las mismas provoca estupefacción. Pero, claro, eso es en las redes. Porque este caso, como otros –también producidos por el Presidente– no parece afectarlo. Y, además, divierte a sus fans.
“Gordita horrorosa” va a la par de sus actitudes sexistas: se recuerdan sus expresiones sobre la mini falda de las asambleístas.
Los insultos que reserva a sus contradictores tienen mucho que ver con discriminación y afectación a los derechos humanos.
Sus acotaciones sobre la homosexualidad han sido, para no repetir discrimen, políticamente incorrectas.
Bajarse del carro rodeado de sus guardaespaldas, perseguir a aquellos que le hicieron “la mala seña”, como dicen los niños, revela la idea de omnipotencia que tiene de sí, tan propia de los señores feudales.
Reivindicar para sí la majestuosidad del poder, para otorgarse derechos al tiempo que los niega a los ciudadanos, es aplicar en forma irremediable un adagio popular: la ley es para los de poncho…
Atacar a los otros aprovechando la infraestructura del Estado, usar la fiscalía, tener jueces y tribunales a su favor… ilustra la historia tradicional de los poderosos, de aquellos que no dan cuentas a nadie.
Desafiar a golpes a un adversario no tiene que ver ni siquiera con los códigos masculinos del siglo XIX… El duelo estaba pensado para reparar el honor que era un elemento esencial de la identidad de la burguesía europea. Proponer una guerra de puños es reclamar un escenario para exhibir los atributos más primarios del macho alfa.
Sin duda, Rafael Correa tiene muchas características valiosas de liderazgo, de obstinación, de trabajo. De eso hablaban en 2006 sus admiradores cuando proponían hacer una revolución que cambiara, precisamente, los códigos preponderantes del macho alfa en la cultura ecuatoriana. No en la política solamente; también en la cultura. Es decir, vehicular nuevos comportamientos que buscaran trastocar roles, invertir actitudes, abrir las mentes… dominar los demonios que nutren el machismo y otros lastres culturales. Esa es una tarea permanente, de cada ciudadano, de cada persona; una tarea que nunca está ganada. Y a la cual todos estamos convidados. Cada día.
Los colectivos sociales que empujaban esas causas (mujeres y todo tipo de minorías) plegaron ante la tarea suprema de “hacer la revolución”. Eso es lo que Xavier Lasso llama “la equidad”. Y postergaron sus visiones. Correa volvió –o quizá nunca salió– de la matriz dominante, política y culturalmente en el país: el caudillo. El macho alfa por antonomasia.
El gran error –de Alberto Acosta, de mujeres valiosas, de progresistas y académicos rebeldes– fue no ver la necesidad de hacer un revolcón cultural. No asumir –mirando autoritarismos de derecha y de izquierda– que el cambio, para que sea real y sostenible, incluye, en primera línea, los referentes culturales. La ecuación es sencilla: si no se piensa diferente, se repite lo que se pretende cambiar.
El correísmo hizo lo que había hecho la derecha, solo que con más plata: mostrar obras. “Otra obra de León”, “Otra obra de la Revolución Ciudadana”. Ahí están las obras y el correísmo pretende ser revolucionario por eso. Pero el prototipo del macho alfa es más fuerte que nunca en el país. Una muestra: aquellos que quisieran botar a Correa del cargo, tienen un solo reparo: ¿dónde hay otro líder? No dicen “como él”. Pero hurguen un tris: eso es lo que quieren decir.
Correa desaprovechó una oportunidad histórica para cambiar al país. Hizo obras. Hace obras. Pero dejará un ciudadano que cree que ningún cambio se puede hacer sin un capataz. Sin un todopoderoso rodeado de gente armada. Sin tribunales que obliguen a la gente a pensar o hablar de cierta manera. Sin un Estado que dé trabajo o bonos. Sin un Presidente que corra tras los irreverentes, insulte, se crea por encima de todos, haga chistes sexistas o esté dispuesto a trompearse con aquel que se meta con él o con lo que estime su dignidad. O su honor.
La sociedad no avanzó. Retrocedió a esas épocas en que la fuerza regulaba todo: el poder y las relaciones interpersonales. Correa quiere ahora demostrar que lo que es con él, es con sus puños. Eso es penoso. También lo es que un político ilustrado, como Andrés Páez, no entienda que él igualmente se devolvió tan lejos. Eso dice que tampoco él ve el vacío cultural y la necesidad de poner más sociedad y más personas donde solo hay espacio para machos alfa.

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