miércoles, 28 de octubre de 2015

El correísmo tiene pavor a las calles
La pretendida huida a Montecristi aparece como una trampa. Porque volver al lugar donde nació la Constitución para aprobar las reformas sin luego someterlas a una consulta popular, tal como ocurrió con la Carta Magna, es la más cínica expresión de viveza criolla. Es pura picardía. Es aplicar la historia a conveniencia.
27 de octubre del 2015
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Con el reciente viraje neoliberal, la distancia del Gobierno con el espíritu transfor-mador de 2008 es abismal".
Un asambleísta del oficialismo ha anunciado que las sesiones para tramitar las mal llamadas enmiendas constitucionales se llevarían a cabo en Montecristi.
Teñida de la rústica solemnidad con que el correísmo suele adornar este tipo de maniobra, la iniciativa se presta a varias lecturas.
En primer lugar, miedo. El correísmo sabe que hace mucho tiempo perdió su apoyo en la ciudad de Quito. Las movilizaciones sociales de este año, en rechazo al gobierno, no solo fueron multitudinarias, sino cada vez más radicales. La gente considera que la aprobación de las reformas sin consulta popular es una descarada provocación. Así de simple. Y lo último que quiere Alianza PAIS es enfrentar la protesta social, añadir a la crisis económica un nuevo factor de convulsión social, proyectar una imagen internacional de intolerancia y abuso político. Tiene pavor a las calles.
En segundo lugar, la pretendida huida a Montecristi aparece como una trampa. Porque volver al lugar donde nació la Constitución para aprobar las reformas –como pomposamente lo declara el asambleísta de marras– sin luego someterlas a una consulta popular, tal como ocurrió con la Carta Magna, es la más cínica expresión de viveza criolla. Es pura picardía. Es aplicar la historia a conveniencia. Y el pueblo, que  no tiene ni un pelo de tonto, sabrá diferenciar entre demagogia y realidad. Tarde o temprano les pasará la factura por esta vulgar artimaña.
En tercer lugar, pérdida de legitimidad. A diferencia del año 2008, cuando la Asamblea Constituyente sintetizó las aspiraciones de cambio de la mayoría de ecuatorianos, hoy las reformas correístas tienen un elevado porcentaje de rechazo ciudadano. Sobre todo, plantean una disputa política entre distintos grupos y sectores sociales. Por esta razón, precisamente, no pueden ser arrancadas del espacio natural donde se dirimen los conflictos políticos del país; es decir, la Asamblea Nacional, en Quito. Escamotear la participación ciudadana y esconderse del pueblo equivale a meter la cabeza en un hueco para negar la realidad.
En su momento, Montecristi fue el símbolo de la reconciliación nacional con la esperanza, fue la posibilidad de un pacto social histórico. Hoy, luego del abandono del correísmo de los postulados que justificaron el proceso constituyente, ya no lo es más.
Menos aún con el reciente viraje neoliberal del gobierno. La distancia del gobierno con el espíritu transformador de 2008 es abismal.
Tramitar las reformas en Montecristi sería como jugar las eliminatorias al mundial de fútbol en Galápagos.

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