jueves, 29 de octubre de 2015

Correa perdió el debate

Por José Hernández

El debate de Rafael Correa con Mauricio Pozo, Alberto Dahik y Ramiro González, anoche en la televisión, arroja, entre otras, nueve conclusiones:
  1. El correísmo sigue organizando las presentaciones de Rafael Correa, con interlocutores, sin decencia intelectual alguna. Sin duda en Carondelet creen que en televisión no se nota que el moderador llega instruido, es obsecuente con el oficialismo y está dispuesto a ser desconocido por el Presidente. Rodolfo Muñoz cumplió con esos requisitos: ni siquiera respetó las reglas que anunció. Con frecuencia recordó el límite de tiempo a los economistas y les pidió no interrumpir. En cambio Correa jugó en cancha propia: sus intervenciones superaron casi siempre seis minutos e hizo, bajo la mirada oblicua de Muñoz, comentarios descomedidos mientras los otros hablaban.
  1. El libreto del árbitro verde-flex estaba dirigido a descalificar por adelantado las intervenciones de Mauricio Pozo, Alberto Dahik y Ramiro González. Fue tan penoso su papel, de recadero del gobierno, que preguntó a Mauricio Pozo si creía que sus políticas habían logrado que Ecuador despegue económicamente… Es decir, Muñoz pretendió comparar un gobierno que lleva 9 años con uno que duró 2 años, tres meses. Un gobierno que controla todos los poderes, con uno que fue botado del poder… La letanía podría ser larga. Su fingido desconocimiento de la historia, le salió costoso: precisamente es Mauricio Pozo quien puede presentar, en las condiciones que fue ministro, la mejor gestión de los gobiernos anteriores. Los libretistas del correísmo creen que la insidia y la mala fe no se notan en televisión. Chillan.
  1. Correa se sentó con Alberto Dahik y Mauricio Pozo porque entiende que el mayor peligro político proviene, en este momento, de las críticas que hacen al modelo económico. Eso explica la estrategia del programa: llevarlos al set, restregarles lo que hicieron en otros gobiernos, exhibir fotocopias de las buenas cosas que alguien, en alguna parte, dice del gobierno y prodigarse un montón de auto elogios tipo “estamos haciendo las cosas bien, muy bien”. Pero lo que ocurrió durante dos horas, prueba que la visión maniquea que funcionó en la bonanza ya no basta para explicar la crisis económica que vive el país.
  1. Es la primera vez que Correa luce absolutamente incómodo ante las cámaras y su cuerpo lo delató: no sabía cómo ser el centro del show, sudó, perdió papeles, no sabía si hablar a sus interlocutores o mirar a la galería… Finalmente, y sabiendo que las réplicas debilitaban su aire profesoral, acusó el golpe: le echó la culpa a la falta de tiempo. Pocas veces su técnica en este tipo de intervenciones fue tan evidente: alabar al inicio a sus interlocutores, presentarlos como personas serias, competentes, cuyos análisis él lee, pero apenas siente que de-construyen su pensamiento, tratarlos como alumnos irresponsables que no saben lo que dicen. quiso dar lecciones a Dahik y Pozo e incluso les entregó sus escritos… como si eso probara que tiene la razón. Pero los dos no se achicaron.
  1. Correa probó que no le interesan los debates económicos. Le obsesiona su impacto político. Por eso anoche volvió a caer –siempre cae– en la sicología proyectiva: desde el comienzo dijo que sería un debate técnico. Pero la obstinación política lo venció. Se quejó de que lo interrumpían. Pero no paró de interferir y proferir epítetos y calificativos mientras los otros hablaban. Y, finalmente, se dirigió más a la galería que a sus interlocutores. Es obvio: él necesita una barra tanto como Velasco un balcón. Su mayor defecto no es estar convencido de sus ideas: es no oír siquiera lo que los otros dicen, no aquilatarlo. Lo escucha solo para destruirlo. Y lo intenta aniquilar sin estilo. Irrespetando al interlocutor que antes alabó. Degradando al que antes dijo leer. Denigrando al que antes dijo considerar. Correa se da ínfulas de académico pero el debate solo lo entiende como la posibilidad cierta de cometer un asesinato simbólico. Y además lo celebra con esa sonrisa corrosiva que, frente a la gravedad de lo que se discutía, el televidente advertido castiga.
  1. Si había alguna duda sobre el desierto de ideas por el cual transita el correísmo, anoche se diluyó. Lo prueba la forma como el moderador verde-flex planteó el debate: entre el presente y el pasado de la economía ecuatoriana. Una apuesta arriesgada que Dahik subrayó cuando dijo que se ocuparan del avión en emergencia y luego, en tierra firme, hablaran del pasado. Correa no asumió el papel de líder de un país cuya economía tiene semáforos en rojo sino de historiador desencantado del pasado. Si gobernar es prever y dar respuestas a las inquietudes de la población, el ejercicio hecho por el Presidente tuvo más que ver con la religión (encarnar la verdad, tener la razón) que con la política (cotejar sus salidas con expertos que no las comparten). Correa se dedicó a negar evidencias: la gravedad del desempleo y sobre todo del subempleo, el monto de la deuda externa, el riesgo país, la ausencia de inversión extranjera, el decrecimiento económico, la recesión… Para él, el ejercicio no consistió en indagar cómo está haciendo la tarea sino justificar lo que hace. En ese sentido, es dudoso que baste con exhibirse ante economistas ortodoxos para tranquilizar a su electorado. Su intervención no aportó información alguna a los ciudadanos inquietos por las realidades de la economía. Correa hizo otro ejercicio de propaganda.
  2. Una pieza se salió del libreto: Ramiro González. Él fue el primero en poner en evidencia al árbitro verde-flex. González también tuvo el mérito de sacar de quicio a Correa (vieja arma de los políticos en la televisión porque saben que quien se pica pierde) y demostró que Rodolfo Muñoz sobraba en el set. Correa lo mal-trató tratándolo como su ex empleado. Pero González supo regular el voltaje de sus intervenciones para reequilibrar el juego y dejó dos declaraciones (con aire de confidencias) planeando en el país. Una: dijo que Correa no se presentará a las elecciones en 2017 (Usted sabe Presidente, le dijo). Dos: los Isaías financiaron la campaña de Correa. En ese punto, González dijo mucho. O muy poco. Ese tema, como se vio en las redes sociales desde anoche, reclama más capítulos.
  1. Correa perdió el debate. Es verdad que ha sido consecuente (y a muchos ha convencido) de que no tiene responsabilidad en la crisis (que él niega) y que ésta se debe a la dolarización (no tener moneda), a la revaloración del dólar y a la devaluación de los vecinos y a la caída de los precios del petróleo. Pero anoche no pudo mostrar que lo que ha hecho en el plano económico es técnicamente lo que había que hacer. No respondió preguntas concretas, incisivas y reiteradas de Pozo y de Dahik. Ejemplo: ¿son tontos los gobernantes de 80 países que acumularon fonditos para paliar la era de vacas flacas? ¿Lo es Noruega que ha ahorrado 800 mil millones de dólares? ¿Lo es Bachelet en Chile? ¿Se puede decir, con todos los índices a la baja, que aquí todo está bien, que no pasa nada? Le dijeron con cifras que hay recesión, déficit fiscal y déficit comercial, desempleo, cierre de líneas de crédito, atrasos en pagos… incremento de puntos en el riesgo país. Correa no logró salir del espacio de la auto justificación que se traduce en exhibir, desde hace meses, las cifras de su balance.
  2. El Presidente no dijo nada nuevo. Sus convencidos, convencidos siguen. Los anticorreístas tienen ahora nuevos argumentos y tesis en su arsenal. Los indecisos, en cambio, debieron quedarse con la sensación de que Correa en vez de explicaciones y decisiones, sigue pidiendo actos de fe. Pero no es lo mismo creer en milagreros en bonanza petrolera que en época de vacas flacas. Y la única decisión anunciada (el presupuesto para el 2016) dejó entender, por su monto, que llega con ajuste. Dicho de otra manera: sí hay crisis pero es políticamente aconsejable negarla. Fue lo que hizo durante dos horas.

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