PABLO ORTIZ GARCÍA
Mucha gente que habita en la Sierra ecuatoriana suele exclamar, cuando algo le sorprende, “¡adio!”, o dice “de no creer”. Pero si usted, amable lector, considera que lo que comentaré más adelante es verídico, podrá sentir lo que se suele oír en las calles y mercados de las ciudades andinas: “¡qué iras, vieras!”. Es que si lo que relataré hubiera ocurrido hace mucho tiempo, tal vez usted dudaría de lo sucedido, porque la memoria es frágil y, además, bondadosa. Hace unos días, el Presidente de la República dispuso, a través del ministro respectivo, que se expulse del territorio ecuatoriano a una ciudadana brasileña-francesa, quien mantiene una unión estable y monogámica con un súbdito ecuatoriano (es decir, con los mismos derechos y obligaciones que toda pareja que se ha casado, según lo dispuesto en la Constitución y en el Código Civil). El motivo, para tan drástica medida fue porque esa señora no tenía autorización para presenciar ni participar en una manifestación en contra del gobernante. Se la echó del país, sin respetar los más mínimos derechos humanos, como el de tener una familia. En otras palabras, por ser extranjera se le canceló la visa y tuvo que abandonar a su marido, amigos, trabajo y país. En el discurso que Correa leyó en la Organización de las Naciones Unidas, dijo todo lo contrario a lo que hizo días atrás. El Mandatario calificó de “vergonzosas las políticas migratorias de países desarrollados”. Abogó porque “la movilidad humana no sea criminalizada (ni) se prive a las personas de sus derechos fundamentales”. Por otro lado, señaló que no se debería penalizar la libre circulación de las personas que buscan seguridad y trabajo (eso que Manuela Picq buscaba y tenía en este Ecuador contradictorio por las cambiantes decisiones del Presidente). Por un lado, ante el pueblo ecuatoriano se expulsa a un extranjero, pero ante los representantes de otros países que lo escucharon en la ONU y las cámaras de televisión de alcance global, habla de que la solución no son las fronteras. Que los extranjeros deben ser recibidos en cualquier momento y en cualquier nación. ¿Qué mismo quiere este enigmático político? Por un lado llama a que se eliminen fronteras y, por otro, expulsa a la mujer (esposa) de un ciudadano ecuatoriano. Habla a favor de los pobres, pero vive como un jeque que se da el lujo de disponer de “sus” aviones presidenciales. A propósito, nadie sabe hasta el día de hoy cuántas personas le acompañaron al paseo por Nueva York... ¡Ya se lo descubrirá! Ecuador país de contradicciones y arrebato. Esto no genera, a la mayoría del pueblo, nada más que “iras”, que hasta le produce “un ataque de colerín”, por la manera de gobernar tan contradictoria y llena de revancha. En donde las reglas del juego se las pone según quien sea el jugador. portiz@elcomercio.org
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