Sentido Común
José Hernández
Es grave.
La lógica, el sentido común, la
realidad como hecho producido… nada pesa frente a las acciones y a los ríos de
palabras que vierte el Presidente. Oírlo da escalofrío. No se equivoca. Su
gobierno es perfecto. Los otros son el infierno hecho realidad. De aquellos que
no piensan como él no espera nada. Solo existen para justificar lo que él es y
hace. Los otros solo pueden ser motivo de sarcasmo eterno. Y de juicios.
Lleva ocho años repitiendo lugares comunes, canciones,
lemas, máximas, insultos, amenazas…
Lleva ocho años catequizando mediante una empresa –la más
colosal de la que se tenga memoria en el país– para imponer la verdad del
poder. Lleva ocho años liderando una maquinaria política y mediática fabricada
para triturar personas, realidades, estadísticas, biografías…
En ocho años ha hecho obras con la plata del petróleo,
pero ha producido un poder desbocado, insensible y cínico que no oye, no
razona, no dialoga. Un poder arrogante y fanfarrón ante el cual no hay
racionalidad ni argumento que valga. Un poder castigador que da frío en la
espalda. El juicio a Bonil es un ejemplo palmario de esa obsesión inquisitorial
en que el correísmo ha convertido la política. Y hay que regresar por unos
segundos a esa pantomima para corroborar, otra vez, el daño que la enajenación
política hace a la vida pública en el país.
9-F: el abogado de diario El Universo y los dos abogados
de Bonil demuestran la insensatez del juicio y la conducta dolosa de los jueces
del poder que esconden información y amañan los informes. La defensora de las
asociaciones que pusieron la demanda, habla del racismo contra los negros. Y
dan ganas de gritarle dónde quiere que se firme contra todas las ignomias que
evoca. ¿Pero qué tiene que ver aquello con el caso concreto del Tin Delgado?
Lenin Hurtado, abogado de Bonil, habla con sentimiento de su padre. De su
infancia. Del tesón que puso para formarse. Habla como abogado y como negro.
Negro se dijo porque negro es. Y desde ahí, sabiendo la historia de segregación
y racismo que ha habido contra su comunidad, llama a no trivializar la lucha
contra el racismo. Y pone el caso de Bonil allí donde siempre debió estar: el
Tin Delgado tuvo una intervención desafortunada en la Asamblea. ¿Cómo, por
señalarlo en una caricatura, se vuelve racista el autor contra toda la
comunidad negra? ¿El Tin no puede ser criticado? ¿Los funcionarios negros no
pueden ser fiscalizados?
En los pasillos los amigos negros que están contra Bonil
se extravían en sus explicaciones. No defienden al asambleísta (que, reconocen,
sí tuvo una intervención desafortunada)… pero el Tin es un símbolo de los
negros. ¿Entonces, no se puede criticar lo que hizo concretamente? Sí, pero no
porque el Tin es un símbolo…
Dos horas perdidas. Dos horas de simulación por parte de
jueces sin nombre que, con la mirada perdida, fingen cumplir leyes y
reglamentos. Los leen. Dos horas que fluyen en forma surrealista hacia la única
salida prevista por el poder: la culpabilidad de los demandados por sus
inquisidores o sus comités.
La defensora de las asociaciones negras hizo una pésima
defensa. No importa: es recompensada, pues ahora hace parte de los ganadores.
No importa, entonces, el derecho, el proceso torcido, las razones evocadas, la
lógica, el sentido común… Este poder no oye, no razona, no dialoga, no admite
tesis y las que se evocan las tergiversa. Así fue en este juicio. Así ha sido
en tantos otros…
¿Qué le queda a esta sociedad? ¿Integrarse al circo y
simular que esos organismos inquisidores y tramposos (llámense Secom, Cordicom
y demás cortes oficialistas de todo pelambre) son imparciales? ¿Callarse ante
las injusticias que hoy administran los verdaderos odiadores de todos aquellos
que respiran diferencia y dignidad en el país?
Si la razón no tiene espacio en la esfera pública, el
Presidente debe decir cómo deben hacer los ciudadanos para comunicarse con su
Gobierno. ¿Cómo se defienden, cuando crean que tienen que hacerlo, sin ser
triturados por la maquinaria arbitraria y frenética que él lidera?
¿Es el Presidente consciente de que la ausencia de lógica
y de justicia ha convertido la esfera pública en un desierto para muchos y en
una cloaca para otros?
Si no hay espacio para la razón y el sentido común, ¿qué
le queda a la sociedad? ¿El simulacro? ¿La resistencia?
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