miércoles, 18 de febrero de 2015


Sentido Común

José Hernández


Oír al Presidente ya produce escalofrío
Se entiende que nada de lo que se haga, se diga o se escriba saca al correísmo de la obsesión inquisitorial que lo anima. Ni siquiera el humor.
Es grave.
La lógica, el sentido común, la realidad como hecho producido… nada pesa frente a las acciones y a los ríos de palabras que vierte el Presidente. Oírlo da escalofrío. No se equivoca. Su gobierno es perfecto. Los otros son el infierno hecho realidad. De aquellos que no piensan como él no espera nada. Solo existen para justificar lo que él es y hace. Los otros solo pueden ser motivo de sarcasmo eterno. Y de juicios.
Lleva ocho años repitiendo lugares comunes, canciones, lemas, máximas, insultos, amenazas…
Lleva ocho años catequizando mediante una empresa –la más colosal de la que se tenga memoria en el país– para imponer la verdad del poder. Lleva ocho años liderando una maquinaria política y mediática fabricada para triturar personas, realidades, estadísticas, biografías…
En ocho años ha hecho obras con la plata del petróleo, pero ha producido un poder desbocado, insensible y cínico que no oye, no razona, no dialoga. Un poder arrogante y fanfarrón ante el cual no hay racionalidad ni argumento que valga. Un poder castigador que da frío en la espalda. El juicio a Bonil es un ejemplo palmario de esa obsesión inquisitorial en que el correísmo ha convertido la política. Y hay que regresar por unos segundos a esa pantomima para corroborar, otra vez, el daño que la enajenación política hace a la vida pública en el país.
9-F: el abogado de diario El Universo y los dos abogados de Bonil demuestran la insensatez del juicio y la conducta dolosa de los jueces del poder que esconden información y amañan los informes. La defensora de las asociaciones que pusieron la demanda, habla del racismo contra los negros. Y dan ganas de gritarle dónde quiere que se firme contra todas las ignomias que evoca. ¿Pero qué tiene que ver aquello con el caso concreto del Tin Delgado? Lenin Hurtado, abogado de Bonil, habla con sentimiento de su padre. De su infancia. Del tesón que puso para formarse. Habla como abogado y como negro. Negro se dijo porque negro es. Y desde ahí, sabiendo la historia de segregación y racismo que ha habido contra su comunidad, llama a no trivializar la lucha contra el racismo. Y pone el caso de Bonil allí donde siempre debió estar: el Tin Delgado tuvo una intervención desafortunada en la Asamblea. ¿Cómo, por señalarlo en una caricatura, se vuelve racista el autor contra toda la comunidad negra? ¿El Tin no puede ser criticado? ¿Los funcionarios negros no pueden ser fiscalizados?
En los pasillos los amigos negros que están contra Bonil se extravían en sus explicaciones. No defienden al asambleísta (que, reconocen, sí tuvo una intervención desafortunada)… pero el Tin es un símbolo de los negros. ¿Entonces, no se puede criticar lo que hizo concretamente? Sí, pero no porque el Tin es un símbolo…
Dos horas perdidas. Dos horas de simulación por parte de jueces sin nombre que, con la mirada perdida, fingen cumplir leyes y reglamentos. Los leen. Dos horas que fluyen en forma surrealista hacia la única salida prevista por el poder: la culpabilidad de los demandados por sus inquisidores o sus comités.
La defensora de las asociaciones negras hizo una pésima defensa. No importa: es recompensada, pues ahora hace parte de los ganadores. No importa, entonces, el derecho, el proceso torcido, las razones evocadas, la lógica, el sentido común… Este poder no oye, no razona, no dialoga, no admite tesis y las que se evocan las tergiversa. Así fue en este juicio. Así ha sido en tantos otros…
¿Qué le queda a esta sociedad? ¿Integrarse al circo y simular que esos organismos inquisidores y tramposos (llámense Secom, Cordicom y demás cortes oficialistas de todo pelambre) son imparciales? ¿Callarse ante las injusticias que hoy administran los verdaderos odiadores de todos aquellos que respiran diferencia y dignidad en el país?
Si la razón no tiene espacio en la esfera pública, el Presidente debe decir cómo deben hacer los ciudadanos para comunicarse con su Gobierno. ¿Cómo se defienden, cuando crean que tienen que hacerlo, sin ser triturados por la maquinaria arbitraria y frenética que él lidera?
¿Es el Presidente consciente de que la ausencia de lógica y de justicia ha convertido la esfera pública en un desierto para muchos y en una cloaca para otros?
Si no hay espacio para la razón y el sentido común, ¿qué le queda a la sociedad? ¿El simulacro? ¿La resistencia?

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