martes, 3 de febrero de 2015

Correa atrapado y sin salida



Por José Hernández

Las redes sociales: es la nueva guerra emprendida por el Presidente. Nueva, tras la retahíla acumulada: contra la prensa, los banqueros, los empresarios, la Conaie, la oposición, los Yasunidos, los jóvenes (Luluncoto, Mejía…), los sindicatos, la ONG, los caricaturistas…
Correa entiende así la política: como una conflagración contra un enemigo que él debe destruir. Es la idea que el buró político le acolitó al inicio del gobierno cuando lo animaron a destrozar –también con la lengua– los supuestos bastiones del antiguo régimen. Tenía cualidades para eso: desenvoltura, desfachatez y esa mordacidad asesina que está más cerca de la idea de muerte simbólica que del sentido del humor que él reivindica.
Destruir al otro, negarle el carácter de interlocutor, convertirlo en el hazmerreír de sus seguidores, disminuirlo como persona hasta volatilizarlo, amenazarlo… esas características se repiten irremediablemente en las cruzadas que emprende el Presidente. Cruzadas políticas y no muestras de “su estilo personal”, como dicen sus amigos. Para ellos hay una diferencia y citan la Constitución de Montecristi, el Plan Nacional del Buen Vivir y el libro de Correa (“Ecuador: de la banana republic a la No República”) como pruebas de que gobiernan basándose en un ideario político.
En los hechos, el Presidente no elabora pensamiento político. Su discurso se basa en su visión económica, la guerra contra los otros y las versiones que han fabricado sus estrategas alrededor de su persona. Cinco lucen claramente:
1. El mito fundacional: ese ha sido el motor desde Montecristi. La maquinaria oficialista funciona como si el país debiera empezar de cero.
2. La fortaleza asediada: Ellos contra todos. Ellos: manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes. Los otros: poderes del pasado que merecen ser destruidos.
3. El líder amenazado: ese miedo –debidamente trabajado por sus estrategas– se plasmó, para empezar, en la imagen del guardaespaldas con manta antibalas alrededor del Presidente.
4. La orfandad institucional: La idea del vacío oscila entre el temor de no tenerlo (por la razón que sea) y el alivio de tenerlo: “ya tenemos Presidente, ya tenemos a Rafael”.
5. Él es el presente… y el futuro: Ecuador ya cambió, gracias a él. Pero no se puede ir: él es la garantía de que la revolución siga y el pasado no regrese…
La política para el correísmo se resume, entonces, en Correa: Vinicio Alvarado lo convirtió en un producto que, al igual que cualquier otro, debe seguir las leyes del mercado: estar siempre de moda, ser apreciado por los consumidores (buena salud en los sondeos y en las urnas) y no admitir, en el imaginario social, competidor alguno.
Si Correa es todo, se entiende por qué él y sus seguidores no necesitan renovar idearios ni elaborar pensamiento político. Las encuestas y las guerras ganadas bastan. Ganar es el único desasosiego del producto-Correa. No convencer. No dialogar. No debatir. No demostrar que tiene la razón. Solo ganar.
Ganar y sumar. Ellos han ganado más elecciones. Ellos lograron el mayor número de firmas para inscribir el movimiento. Ellos tienen más elegidos. Ellos tienen más votos en el país. Ellos han ganado más juicios. Ellos son más. La historia dará la razón solo a ellos…
Para el correísmo la política es el arte de sumar para él y restar para los otros. Si ellos son más, los otros no son nada. Han sido aplastados. No tienen derecho ni siquiera al pataleo.
Hasta ahora con los petrodólares (pocos se han percatado de que la era de vacas gordas se acabó), un buen porcentaje de la sociedad ha aceptado que el Presidente se fortalezca demoliendo a los otros. Y que lo haga con leyes, superintendencias y decretos adefesiosos.
Correa luce atrapado en esa lógica. Prisionero de las mistificaciones del mercadeo político que hizo de él un producto. Convencido de que nada es más urgente que perseverar en lo que tanto éxito electoral le ha dado. Esto no solo es evidente en las sabatinas: la pobreza conceptual se refleja en las entrevistas que da a los medios gubernamentales. Se repite. Desgrana respuestas pueriles. Convierte las tesis de sus críticos en pruebas de odio y bilis contra él. No tiene indulgencia alguna por aquellos que ponen en jaque sus supuestas virtudes… Ese guión lo ha usado hasta el agobio.
¿Puede cambiar? No hay señal alguna. Por el contrario: el correísmo parece decidido a incrementar el número de tiros en la nuca y la frecuencia con que se los pega. Su forma lineal de pensar –que lo hace creer que estará 300 años en el poder– parece autorizarlo a pensar que también la impunidad es eterna.
El correísmo no aprende. No sabe frenar. No es autocrítico y toma, sigue tomando sus deseos por realidades. Un ejemplo: afirmar que el 23-F no sufrió una derrota ni el electorado envió un mensaje. Afirmar que los elegidos contra sus candidatos eran sus panas. En claro, sostener que ganó arrolladoramente. Y en vez de revisar actitudes y políticas, hundir el acelerador con más arrogancia y mayor coerción.
“Todo les está permitido a los que actúan en nombre de la revolución”: el desenfado político del correísmo hace pensar que esta máxima de Joseph Fouché sigue vigente. Y ese personaje tenebroso de la revolución francesa y el bonapartismo, la escribió hace 222 años…
Una interrogante política surge con la anunciada escasez de petrodólares: ¿seguirá buena parte del electorado –embelesado hasta ahora con la lluvia de dólares– aplaudiendo la obra pública pero indiferente al “estilo personal” de Correa que es, en realidad, autoritarismo de Estado?
Sus defensores dicen –exhibiendo ciertos sondeos– que al Presidente-teflón nada le pasa y que su capital político sigue intacto. Con falaz regodeo aducen que la alta política también rima con ensalzar al líder y destrozar a todos aquellos que no se alinean. Así lo hacen desde que llegaron al poder y, como siguen ahí, no hay razón para cambiar en el nuevo frente de batalla: las redes sociales.

En el horizonte de la eternidad, la política para ellos sigue sumando cero.

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