Por José Hernández
Las
redes sociales: es la nueva guerra emprendida por el Presidente. Nueva, tras la
retahíla acumulada: contra la prensa, los banqueros, los empresarios, la
Conaie, la oposición, los Yasunidos, los jóvenes (Luluncoto, Mejía…), los
sindicatos, la ONG, los caricaturistas…
Correa entiende así la política: como una conflagración contra un
enemigo que él debe destruir. Es la idea que el buró político le acolitó al
inicio del gobierno cuando lo animaron a destrozar –también con la lengua– los
supuestos bastiones del antiguo régimen. Tenía cualidades para eso:
desenvoltura, desfachatez y esa mordacidad asesina que está más cerca de la
idea de muerte simbólica que del sentido del humor que él reivindica.
Destruir
al otro, negarle el carácter de interlocutor, convertirlo en el hazmerreír de
sus seguidores, disminuirlo como persona hasta volatilizarlo, amenazarlo… esas
características se repiten irremediablemente en las cruzadas que emprende el
Presidente. Cruzadas políticas y no muestras de “su estilo personal”, como dicen
sus amigos. Para ellos hay una diferencia y citan la Constitución de
Montecristi, el Plan Nacional del Buen Vivir y el libro de Correa (“Ecuador: de
la banana republic a la No República”) como pruebas de que gobiernan basándose
en un ideario político.
En los
hechos, el Presidente no elabora pensamiento político. Su discurso se basa en
su visión económica, la guerra contra los otros y las versiones que han
fabricado sus estrategas alrededor de su persona. Cinco lucen claramente:
1.
El mito fundacional: ese ha sido el motor desde
Montecristi. La maquinaria oficialista funciona como si el país debiera empezar
de cero.
2.
La fortaleza asediada: Ellos contra todos.
Ellos: manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes. Los otros: poderes
del pasado que merecen ser destruidos.
3.
El líder amenazado: ese miedo –debidamente
trabajado por sus estrategas– se plasmó, para empezar, en la imagen del
guardaespaldas con manta antibalas alrededor del Presidente.
4.
La orfandad institucional: La idea del vacío oscila
entre el temor de no tenerlo (por la razón que sea) y el alivio de tenerlo: “ya
tenemos Presidente, ya tenemos a Rafael”.
5.
Él es el presente… y el futuro: Ecuador
ya cambió, gracias a él. Pero no se puede ir: él es la garantía de que la
revolución siga y el pasado no regrese…
La
política para el correísmo se resume, entonces, en Correa: Vinicio Alvarado lo
convirtió en un producto que, al igual que cualquier otro, debe seguir las
leyes del mercado: estar siempre de moda, ser apreciado por los consumidores
(buena salud en los sondeos y en las urnas) y no admitir, en el imaginario
social, competidor alguno.
Si Correa
es todo, se entiende por qué él y sus seguidores no necesitan renovar idearios
ni elaborar pensamiento político. Las encuestas y las guerras ganadas bastan.
Ganar es el único desasosiego del producto-Correa. No convencer. No dialogar.
No debatir. No demostrar que tiene la razón. Solo ganar.
Ganar y
sumar. Ellos han ganado más elecciones. Ellos lograron el mayor número de
firmas para inscribir el movimiento. Ellos tienen más elegidos. Ellos tienen
más votos en el país. Ellos han ganado más juicios. Ellos son más. La historia
dará la razón solo a ellos…
Para el
correísmo la política es el arte de sumar para él y restar para los otros. Si
ellos son más, los otros no son nada. Han sido aplastados. No tienen derecho ni
siquiera al pataleo.
Hasta
ahora con los petrodólares (pocos se han percatado de que la era de vacas
gordas se acabó), un buen porcentaje de la sociedad ha aceptado que el
Presidente se fortalezca demoliendo a los otros. Y que lo haga con leyes,
superintendencias y decretos adefesiosos.
Correa
luce atrapado en esa lógica. Prisionero de las mistificaciones del mercadeo
político que hizo de él un producto. Convencido de que nada es más urgente que
perseverar en lo que tanto éxito electoral le ha dado. Esto no solo es evidente
en las sabatinas: la pobreza conceptual se refleja en las entrevistas que da a
los medios gubernamentales. Se repite. Desgrana respuestas pueriles. Convierte
las tesis de sus críticos en pruebas de odio y bilis contra él. No tiene
indulgencia alguna por aquellos que ponen en jaque sus supuestas virtudes… Ese
guión lo ha usado hasta el agobio.
¿Puede
cambiar? No hay señal alguna. Por el contrario: el correísmo parece decidido a
incrementar el número de tiros en la nuca y la frecuencia con que se los pega.
Su forma lineal de pensar –que lo hace creer que estará 300 años en el poder–
parece autorizarlo a pensar que también la impunidad es eterna.
El
correísmo no aprende. No sabe frenar. No es autocrítico y toma, sigue tomando
sus deseos por realidades. Un ejemplo: afirmar que el 23-F no sufrió una
derrota ni el electorado envió un mensaje. Afirmar que los elegidos contra sus
candidatos eran sus panas. En claro, sostener que ganó arrolladoramente. Y en
vez de revisar actitudes y políticas, hundir el acelerador con más arrogancia y
mayor coerción.
“Todo les
está permitido a los que actúan en nombre de la revolución”: el desenfado
político del correísmo hace pensar que esta máxima de Joseph Fouché sigue
vigente. Y ese personaje tenebroso de la revolución francesa y el bonapartismo,
la escribió hace 222 años…
Una
interrogante política surge con la anunciada escasez de petrodólares: ¿seguirá
buena parte del electorado –embelesado hasta ahora con la lluvia de dólares–
aplaudiendo la obra pública pero indiferente al “estilo personal” de Correa que
es, en realidad, autoritarismo de Estado?
Sus
defensores dicen –exhibiendo ciertos sondeos– que al Presidente-teflón nada le
pasa y que su capital político sigue intacto. Con falaz regodeo aducen que la
alta política también rima con ensalzar al líder y destrozar a todos aquellos
que no se alinean. Así lo hacen desde que llegaron al poder y, como siguen ahí,
no hay razón para cambiar en el nuevo frente de batalla: las redes sociales.
En el
horizonte de la eternidad, la política para ellos sigue sumando cero.
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