El periodista
venezolano que es víctima de un juicio que no termina
Las
letras de Petkoff contra el 'poder irresponsable' le valieron un juicio que
viola toda lógica.
Por: VALENTINA LARES MARTIZ |
En
1990, Petkoff fundó, con otros disidentes del Partido Comunista de Venezuela,
el MAS. En él permaneció hasta 1998, cuando el MAS apoyó la candidatura
presidencial de Chávez.
La pisada es inconfundible, la silueta
que franquea la entrada cambia todo al traspasar el umbral. Entra el viento y
una furia gentil pero electrizante, que se ahorra el “buenos días” y va directo
al saludo de quien quiere llevarle el pulso a todo: “¿quihubo?”. Es decir, qué
ha pasado, qué hay de nuevo, cómo están, cómo va la cosa.
Así entraba Teodoro Petkoff a la
redacción de TalCual, su querubín-periódico, con su camisita azul clara –casi
siempre la misma, o una rosada pálida– y un sándwich envuelto en papeleta de
aluminio que trae de su casa. TalCual,
el diario fundado en el año 2000 –hoy
semanario– que le sirvió de puerto intelectual y político tras ostentar títulos
peliculescos como exguerrillero, excomunista, tránsfuga, fundador de partido,
ministro, candidato presidencial, repudiado por Leonid Brezhnev pero amiguísimo
de Gabriel García Márquez, por citar solo algunos.
Ninguno de ellos le incomoda. La edad
sí, le pesa como un fardo, la detesta desde que cumplió 50 años como explica su
secretaria de toda la vida, Azucena Correa: “Recuerdo claramente que ese día le
dolió y no le gusta mucho que lo feliciten”.
Pero ya acumula 83 años y aunque hoy le
aqueja algún malestar físico y su voz es tenue, su pensamiento sigue siendo
como un faro, una brújula política que lleva dentro y que sigue poniendo a
disposición de quien quiera preguntarle.
Su historia personal es frondosa, se
erige como un doble tronco la lucha contra el dogma y el autoritarismo y lo ha
tenido claro desde los 16 años.
De las calientes tierras de Bobure,
en el estado Zulia –donde nació– se encomendó a las filas del Partido Comunista
de Venezuela (PCV) en 1949, pero no como un militante de base cualquiera,
asumió la faena de tal modo que no tardó mucho en escalar posiciones y llegar
al buró político.
La verdad no había cómo parar esa
disposición de lucha, su determinación la recuerda hoy con mucha claridad su
amigo y compañero de casi todas (si no todas) las grandes aventuras, Pompeyo
Márquez.
“Claro que recuerdo cuando lo vi por
primera vez. Llegó a la redacción de Tribuna Popular –el periódico del partido–
diciendo que quería escribir la crónica deportiva. Que no nos preocupáramos,
decía, él estaba dispuesto a pagarse su pasaje para cubrir los juegos...
resulta que escribía de lo más bien, pero no era lo único. De pronto teníamos un
muchacho corajudo, luchador, dispuesto como pocos a la política y sin miedo
alguno a enfrentarse a los poderosos buscando la solidaridad y el respeto por
los oprimidos”.
Así entraron a las filas guerrilleras
en los años sesenta. La ofensiva anticomunista del presidente Rómulo Bentacourt
lo llevó a la selva y a la cárcel, de donde se fugó dos veces, en un par de
historias que le gusta contar: la primera en 1963, cuando lograron llevarle
sangre a la cárcel, la tomó y fingió vomitarla para luego bajar sujeto de una
sábana y escapar del Hospital Militar.
La
segunda, en 1967 y con Márquez, cuando escaparon del cuartel San Carlos a
través de un túnel construido desde afuera justo hacia donde estaba su celda. “Su mujer nos trajo la brújula para hacerle el
azimut a los excavadores, estuvimos tres años presos pero nos fuimos”, dice.
Sin embargo, la aventura de verdad
comenzó al entender el abismo que separaba la utopía comunista de la realidad.
Reconoció el autoritarismo inherente a la hoz y el martillo y quién sabe si
dudó poco o mucho pero escribió un libro –Checoslovaquia, el socialismo como
problema– con el que zanjó la deuda con su conciencia rebelde y terminó
abandonando al PCV para crear el Movimiento Al Socialismo.
Este abrazó a una izquierda moderada
que pronto entusiasmó incluso al mismo Gabo, quien le donó la plata de su
premio Rómulo Gallegos a Petkoff para que comprara una imprenta para el
partido.
“Para
mí fue un momento mayor de una amistad entrañable que duró siempre”, escribió el propio Petkoff el año pasado, con
ocasión de la muerte de su amigo.
Pero la red de amigos de Petkoff se
teje tanto de nobeles y otra gente famosísima como de decenas, cientos de
personas que reconocen haber tenido algún intercambio de palabras con él y a
quienes sorprendió por su extraordinaria capacidad de prestarles atención.
Petkoff exhibe la rara cualidad de
ser un “escuchador” tanto o mejor que orador, y eso que pocos le ganan en lo
último. Cuenta con la frase prodigiosa –“Chávez es un psicópata, que no es lo
mismo que ser un loco”–, la de la filigrana política –“estamos mal pero vamos
bien”–, la esclarecedora –“el país se equivocó al escoger a su Presidente”–, o
la simplemente retadora –“no me escriba que soy un pendejo porque más pendejo
será usted”–, como le respondió a un aventurado que le llenaba su correo
electrónico de insultos.
Sorprende
a los desconocidos la humildad con que solicita la opinión de los demás un tipo
que parece saberlo todo.
“Teodoro es un hombre tímido en lo
más profundo de su ser –dice Azucena Correa–. Es aparentemente brusco, pero es
una forma de hablar, una forma impulsiva. En realidad es estupendamente
gentil”.
Sería esa cierta hosquedad la que le
impidió calar en las masas cuando se lanzó a candidato presidencial, en 1983 y
1988, en la Venezuela acostumbrada a votar por quien supone héroes. Pero seguro
fue también una cualidad que se aprecia poco en la política latinoamericana: la
sinceridad.
Y Petkoff es cultivador de una
sinceridad que ha fastidiado a dirigentes, camaradas, líderes y periodistas,
que le ha valido no pocos repudios y retiradas fundamentales, como la que hizo
de su propio partido cuando este decidió apoyar al teniente coronel Hugo Chávez
como candidato a la presidencia en 1998.
Intuía bien Petkoff la avalancha que
caería sobre Venezuela de la mano de Chávez. “Nunca discutimos si Chávez era de
izquierda o de derecha”, cuenta Pompeyo Márquez, “Teodoro y yo siempre intuimos
que lo que venía era un gobierno militarista, a Chávez siempre se le vio la
tentación de caer en el culto a la personalidad. Lo advertimos, pero el partido
no nos escuchó. Si algo se aprende con Teodoro es a pensar con claridad, a no
tenerle miedo al dogmatismo y buscar tu propio rumbo, al menos yo agradezco que
de él aprendí eso”.
A
esas alturas el rumbo que tomó Petkoff fue el del periodismo. Escribir nunca
fue nuevo para él, que desde la década de los 70 ha publicado 12 libros.
Para no desaprovechar su lucidez
política los otrora aventajados dueños de la Cadena Capriles –hoy Grupo Últimas
Noticias, comprada por capitales desconocidos muy coquetos con el chavismo–
ofrecieron a Petkoff la dirección del vespertino El Mundo, desde donde destiló
su sinceridad alucinante y corrosiva en la página editorial, atrayendo una
lectoría inesperada. No duró mucho. El entonces presidente Chávez estrenó con
Petkoff la presión a la prensa que sería un sino de su gobierno y logró
sacarlo.
Esa ausencia tampoco fue larga. Desde
antiguos militantes del MAS hasta amigos adinerados pusieron plata para que
Petkoff tuviera una nueva página editorial, esta vez desde un periódico que muy
rápido se convirtió en referencia, TalCual.
El título de la primera página del
primer número fue “Hola, Hugo”, y no hacía falta un dedo de frente para
percibir su metamensaje: “No importa lo que hiciste o lo que hagas, sigo aquí”.
Y en esa redacción hacía la entrada triunfal del “¿quihubo?” y el sándwich,
presto cada día a las seis de cada mañana a escribir el dardo-editorial con el
que marcaría más de una vez la ruta de la opinión pública venezolana.
Luego se reunía con su joven
redacción, a la que no gustaba dar instrucciones sino propuestas, y también
pedirles alguna galleta o caramelo. Te decía qué bonita tu camisa o eso que
escribiste ayer.
No
siempre entraba en profundidades políticas, prefería comentar la genialidad de
Seinfeld o de alguna lectura que lo impresionaba, como El Maestro y Margarita de Mikhail Bulgákov.
Reírse y maravillarse seguro es parte
del temple que le permite enfilarse siempre contra el poder arrollador e
irresponsable, como se lo dijo al chavismo durante años, “claro y raspao” y
que, en sus quince años de existencia le ganó a TalCual más multas y acoso
judicial y económico que a cualquier otro periódico de la historia venezolana
contemporánea.
La intolerancia del poder llegó al
punto de crear una torcida causa judicial que hoy tiene a Petkoff y a la junta
directiva del malogrado diario acudiendo a tribunales por un “régimen de
presentación” de un juicio que ni comienza ni termina y viola toda lógica
procesal.
Pero la impronta de Petkoff es
todavía imborrable, delicado o no de salud él firma su presencia ante la
justicia comprada, sin dejar de decir lo que piensa. Total, la sinceridad es
una brisa que no para, y Teodoro es un vendaval.
VALENTINA LARES MARTIZ
CARACAS
Corresponsal de EL TIEMPO
CARACAS
Corresponsal de EL TIEMPO
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