martes, 10 de marzo de 2015

Carta abierta a Lenin Moreno: ¿Quién es Usted, realmente?
José Hernández

Señor Vicepresidente,
Aghamouri, un personaje de Modiano, último premio Nobel de literatura, dice en la novela La hierba de las noches: “En el fondo, nunca se juega con dos barajas”. Su último viaje al país prueba que tampoco usted escapa a esa regla. En horas, dijo y se desdijo. Se distanció, en el caso Bonil, de la irracionalidad del correísmo y, luego, se sometió ante la lógica servil de ese aparato. Confesó no aprobar la reelección indefinida pero –también en horas– desempolvó la imagen del gigante de América que evocó en Cuenca. Y dijo que los activos de Correa –lo mejor que ha pasado al país en 100 años, según usted– no se pueden desperdiciar. Reconoció que Bonil no quiso afectar al Tin Delgado, pero celebró que haya pedido excusas… Olvidó decir que lo hizo bajo la imposición del aparato inquisidor del gobierno que usted sirvió y defiende.
Señor Vicepresidente,
Rara vez, en tan pocas horas, se ha notado con tanta acritud su deseo ilusorio de jugar con dos barajas. También lo hizo como segundo mandatario. Usted asumió el rostro amable de un gobierno cuyos rasgos despóticos decía no aprobar. No estuvo usted de acuerdo con que el Presidente dijera “gordita horrorosa” a una periodista de diario El Universo. Usted estaba presente ese día, según me refirió. El Presidente no cambió; usted sí. ¿Lo hizo para permanecer en el gobierno y no tener que dialogar con su conciencia ante el engorroso problema de tener que definirse? ¿Recurrió usted al amago surrealista de usar dos barajas?
En todo caso, con las distancias que decía tener con correísmo-real, usted reincidió en su cargo. Y pretendió situarse a las antípodas de lo que hacía y decía el Presidente. Lenin Moreno, el Vicepresidente, el rostro amable, tolerante, comprensivo y hasta risueño. Rafael Correa, el Presidente, el autoritario, el hombre frío, maquiavélico, calculador e implacable. ¿Esa dicotomía, tan básica en la filosofía y en la religión, fue también una creación de Vinicio Alvarado? ¿O la inventó usted pensando que es dable celebrar la obra pública mientras se ignoran los atentados a los derechos Humanos? Usted lució cómodo en ese molde del bueno de la película. E incluso se prestó, con viajes al exterior, para que hicieran una campaña que se proponía terminar en Oslo, recibiendo el Premio Nobel de la Paz. Inaudito, pero cierto.
Que usted haya vivido desdoblado en el gobierno, no lo convierte en un caso excepcional. Sindicalistas, activistas sociales, académicos, artistas, políticos (algunos amigos personales suyos) hicieron lo mismo. Y hoy, sin mayor autocrítica y sin haber escrito una línea sobre sus errores y villanías toleradas, han vuelto a la escena política. Pero usted sí puede conformar un caso excepcional si pretende, como parece señor Vicepresidente, seguir encendiendo –como dicen en España– una vela a Dios y otra al diablo.
En este juego, para empezar, no hay dos barajas. Se supone –diga si con razón o sin ella– que usted está en fila de aquellos que quieren suceder al Presidente en el caso –no consentido– de que no corra en 2017. Se entiende que haga méritos para ello. Los ha hecho siempre. Usted ha ansiado ser el Salomón perfecto de Alianza País. Un rol estrafalario en estos tiempos. Quizá un ejemplo muestre la necedad de ese propósito: cuando Correa profirió “gordita horrorosa”, usted lo puso por cuenta de su temperamento impulsivo. Esa explicación equivalía a empatar el partido. Cuando Correa redobló los ataques contra la prensa, usted dijo que los dos bandos debían morigerar sus posiciones. Usted sabía que Correa no empata los partidos: quería acabar con la prensa independiente, imponer su visión como única, establecer un aparato inquisitorial… etcétera. Usted lo sabía. ¿Otro empate, señor Vicepresidente?
¿Cree usted, como dice el Presidente, que aquí se persiguen delitos y no personas? ¿Qué dijo usted de las víctimas del 30-S, del coronel Carrión, en particular? ¿Qué dice usted de lo que ha pasado con Mery Zamora? ¿O con Kléver Jiménez y Fernando Villavicencio? La lista es larga. El Presidente dice que la Justicia hace su trabajo. ¿Qué dice usted? ¿Le parece imparcial una justicia dirigida por el ex secretario personal del Presidente?
Usted vuelve de vez en cuando al país y en sus opiniones siempre se nota el intento –desaforado y fantasioso– de empatar el partido. En el fondo –como dice el personaje de Modiano– no hay dos barajas. Usted juega con la de este poder que ciertamente ha hecho cambios de infraestructura importantes. En democracia y derechos humanos también los ha hecho, señor Vicepresidente. Son, como usted anota, históricos. Se ha retrocedido sin pausa sin que usted, que convirtió esos valores en la base de su discurso en la Vicepresidencia, haya admitido que el partido lo gana Correa por amplia goleada.
Nadie debiera preocuparse sobremanera de lo que usted dice. Como a nadie preocupa lo que dicen Gabriela Rivadeneira o Jorge Glass, especializados en repetir sin gracia lo que dice -a veces con talento- el Presidente. Pero usted mantiene un alto nivel de popularidad que ganó con su trabajo (misión Manuela Espejo) y su deseo de jugar con dos barajas.
En estos días no solo afectó su popularidad y su credibilidad. Cometió un atentado contra su identidad: ¿Quién es usted, realmente, señor Vicepresidente? ¿En qué cree usted, realmente? ¿Por cuáles valores, de los tantos que dice tener y defender, se juega usted realmente? ¿Cree usted que un partido se empata con mucho cemento y sin libertades? ¿Está usted de acuerdo en esta alianza –para regentar la sexualidad de jóvenes y adultos – entre el Ejecutivo, amantes del Opus Dei y voyeursdel correísmo en los moteles?
¿Someterse con agradecimiento incluido a la lógica totalitaria –como usted lo acaba de hacer atragantándose con sus propias declaraciones– lo faculta a seguir hablando de valores y principios?
Si Aghamouri tiene razón y, en el fondo, nunca se juega con dos barajas, ¿no es hora de que usted deje de nadar entre dos aguas?

Con el buen humor que usted siempre preconiza.

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