Presidente Correa, con balas no regresa el embeleso…
Por José Hernández
Presidente,
Usted acaba de golpear las puertas de los cuarteles. Acaba de llamar a militares y policías a “combatir por la Patria sin esperar recompensa” y a enfrentar lo que usted considera “intentos desestabilizadores”; que no son otra cosa que expresiones de descontento que provocan sus políticas y sus actitudes.
Usted acaba de poner metralletas y tanquetas donde debiera haber sensatez y lucidez. Usted acaba de convertir –otra vez– a los militares en árbitros de las disensiones civiles tan normales en una democracia. Usted ha llegado, Presidente, al único punto posible tras haber llevado la política al grado cero: la fuerza.
Usted solo cree en el enfrentamiento. En la destrucción (simbólica hasta ahora) del otro. No es esa tesis la que lo ha convertido en ganador de 10 elecciones. Es haber contado con el consentimiento, con la aprobación de una mayoría de ciudadanos. Usted no necesitó las armas para convencerlos de apoyarlo. No logrará con armas que el embeleso regrese. No puede usted pretender que los militares se conviertan, otra vez, en tutores de una democracia en la que usted no cree.
Si creyera en ella, no golpearía las puertas de los cuarteles tratando de convertir la disidencia y la protesta, a los ojos de los militares, en actos de desestabilización. Tampoco restaría legitimidad a esa parte de la ciudadanía que un día lo apoyó desde las calles, desde las chacras, y hoy, marchando, le piden rectificar.
Si usted creyera en la democracia, no llamaría a los soldados a “combatir por la Patria”; cuando la Patria se compone, precisamente, de ciudadanos diferentes que ejercen derechos consagrados en la Constitución ante usted, que pretende encarnar todos los poderes del Estado.
Si usted creyera en la democracia no mentiría ante esos soldados armados, presentando a los manifestantes como gente violenta. No lo han sido y usted sabe que los actos condenables y condenados, han sido totalmente excepcionales.
Albert Camus escribió, en un manifiesto en 1939, que un periodista debe luchar por lo que cree verdadero “como si su acción pudiera influir en el curso de los acontecimientos”. Pues bien: ¿cuál pudiera ser en este momento ese curso de los acontecimientos? Sus pasos, con ritmo seguro y casi encantatorios, hacia la violencia. Y en ella, usted quiere poner de su lado a la Policía y a las Fuerzas Armadas.
Usted no hizo política cuando tenía dinero a manos llenas –hasta para despilfarrar– y una espesa capa de teflón lo protegía. Y ahora, que no tiene plata y niega la crisis fiscal, llama a Ricardo Patiño para organizar grupos de choque, golpea las puertas de los cuarteles y moviliza a los transportistas a quienes usted instruye. Y claro, ellos le deben favores.
¿Contra quiénes quiere que actúen, Presidente? Contra las comunidades indígenas que caminan hacia Quito? ¿Contra los quiteños de clase media que han mutado, según los parpadeos visionarios de su nuevo Canciller, en hordas violentas? ¿Quiere usted que los militares entren en el juego empuñando las armas? ¿Quiere usted que imiten a Marco Montenegro, que funge más de militante de su partido que de coronel del Ejército Nacional?
¿Cree usted que la fuerza –si llegara a ser empleada– solucionará el problema político que usted está en la obligación constitucional de resolver pacíficamente? Mire Venezuela. Allá ya hay fuerzas paramilitares. Los militares ya son chavistas. Y analice el resultado: hay muertos, detenidos, desaparecidos, enjuiciados… Y la calle sigue caliente. Y Maduro dejó de ser Presidente y se volvió jefe de una facción dispuesta a matar para seguir a la cabeza del gobierno que arruinó a Venezuela. ¿No es ese un espejo, Presidente?
La historia enseña que entrar a la violencia es un proceso relativamente simple y, en muchos casos, previsible. Hay voces que arman las conciencias. Y una conciencia armada, es una mano presta a disparar. La historia dice que hay acciones que suscitan reacciones. Y que una vez instalado el vértigo, la violencia se nutre sola. El ojo por ojo es la regla y es tan vieja como el Antiguo Testamento. Usted debe haberlo leído.
La historia enseña que el discurso que usted recitó ante los militares ha sido usual en muchos gobiernos. Haga click en “yo o el caos”: ha sido la máxima de todo aprendiz de déspota. Pedir a su gobierno que corrija, decirle que no es el dueño del poder, recordarle que tiene un plazo en la Constitución, presionarlo desde la calle… no acaba con la Patria. Deje de alborotar los cuarteles. No haga creer que es lícito que un militar hable como el coronel Montenegro: no lo es. Los militares no tienen que tomar partido ante los ciudadanos inermes. Y tampoco le deben a usted inversiones y compras militares por los 1750 millones de dólares que dice haber gastado en su administración. Es dinero público. Dinero de aquellos que lo apoyan y de aquellos que lo quieren lejos de sus vidas.
La historia dice, Presidente, que los gobiernos pasan. O siguen. Pero con votos, no con balas. Para esos gobiernos hay cortes internacionales. Por eso no involucre –no pretenda involucrar– en esta disputa democrática a los militares. La tarea suya no es velar por conceptos abstractos, tras los cuales disfraza sus intereses, como el destino de la Patria. Es velar por el respeto a la vida de todos. Ese es el valor supremo en democracia y usted lo sabe porque el 30-S –que hubiera podido ser evitado– produjo muertos.
A usted le corresponde, por ocupar el cargo más alto, la mayor responsabilidad: evite, Presidente, el círculo fatal de la violencia. Vuelva a la política, porque hablando se entiende la gente. Oiga a aquellos que lo critican y dígale a Pabel Muñoz que no hay diálogo nacional cuando se habla con 8 000 personas… el INEC dice que hay en el país 16 millones de personas.
Oiga lo que le exige la calle: corrija. Retire las enmiendas. Calme el juego. Desdramatice la esfera pública porque el poder no es suyo y usted tiene que irse en mayo de 2017. Y si decide violar la Constitución para volver a presentarse, pues espere: el país verá si vuelve a votar por usted.
Un panorama como ese no requiere militares, amenazas, fuerzas de choque ni ficciones golpistas como las que usted cuenta ahora a los militares. Evite, porque ese es su deber constitucional, que el país, dividido por usted, ahora se enfrente. Y no golpee las puertas de los cuarteles. Ya es hora de asumir que los civiles pueden arreglar sus diferencias, normales en democracia, sin poner las pistolas de los militares y de los policías sobre la mesa.
La historia también enseña que aquellos que reemplazaron la política por la fuerza, tuvieron que volver a la política después de haber contado y enterrado a sus muertos. Eso, a un Presidente responsable debería producirle pesadillas despierto.
Con el respeto debido a su función,
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