domingo, 30 de agosto de 2015

Se ciernen dos catástrofes

Walter Spurrier Baquerizo
Domingo, 30 de agosto, 2015


Esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor es un sabio consejo. De eso se trata con El Niño y el Cotopaxi.
El Niño se manifiesta en el Pacífico central con una fuerza no vista desde 1997-98, y no se lo siente aún ya que estamos protegidos por la corriente de Humboldt. Cuando esta se vaya, El Niño se hará presente. Esperemos que sea tan solo un invierno fuerte, de muchas lluvias, sin llegar a ser catastrófico. Hay argumentos para tener esta esperanza: estaríamos en una década “fría” para nuestro mar y costa. Pero se mantiene la posibilidad de que sea virulento.
Recuerdo vívidamente los Niños de 1982-83 y 1997-98. El primero nos agarró por sorpresa, puesto que Niños de esa crudeza no habíamos experimentado en el Ecuador contemporáneo. Se cayeron puentes en la Costa, las ciudades se inundaron. Barrios que se habían extendido sobre cauces de río secos fueron arrasados. Las lluvias extremas redujeron las cosechas y causaron las condiciones propicias para la propagación de hongos, entre ellos el que afecta al banano.
Las cifras dicen que el de 1997-98 fue más fuerte, pero quizá nos agarró más preparados o más acostumbrados. Mi impresión es que el efecto fue menor que el del anterior.
Ambos Niños coincidieron con caídas del precio del petróleo, moratoria de la deuda externa y crisis bancaria. El de 1997-98 también coincidió con la actividad del Pichincha que cubrió a Quito con un gran manto de ceniza y causó problemas en las vías respiratorias. Pero no recuerdo que se haya pensado que fuese posible que una erupción pusiese en peligro a la capital.
Las autoridades centrales y seccionales deben pasar revisión a los daños causados por estos dos Niños y tomar precauciones. Un daño particularmente crítico fue el colapso de puentes en la vía Machala-Guayaquil, la más importante del país para las exportaciones privadas, y que no ha ameritado inversión por parte del Gobierno central.
El Cotopaxi es un volcán activo, lo cual en términos geológicos quiere decir que erupciona con cierta regularidad, siendo la más reciente 1877-80, quizá la más violenta registrada en tiempos históricos. Pero los tiempos geológicos son más largos que los humanos. La próxima erupción toca ya, pero “ya” puede significar tanto hoy como dentro de 40 años.
Mientras, El Reventador amenaza la infraestructura petrolera, y el Tungurahua, a Baños y su industria turística, las zonas potencialmente afectadas no son densamente pobladas y por lo tanto de más fácil evacuación. Pero el Cotopaxi amenaza al conglomerado de Quito.
El mayor peligro que trae el Cotopaxi es el deshielo de los glaciales, por la lava, causando aludes de lava y piedras que podrían llegar en cuestión de minutos al Valle de los Chillos, que en 1877-80 era agroindustrial y hoy es urbano y densamente poblado.
Una erupción del Cotopaxi no tendría que ser tan fuerte como la del siglo XIX. Pero en todo caso traería gran daño humano y económico.
Penden sobre nuestras cabezas dos amenazas de la naturaleza. Hagamos votos porque no se desencadenen con toda la magnitud de la que son capaces. (O)

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