miércoles, 26 de agosto de 2015

Los golpistas ya pasaron…
Es bastante paradójico leer en las redes sociales, o en los pasquines oficiales la frase "los golpistas no pasarán" que se esgrime para tratar de denigrar a los actores civiles críticos que protestan, con legítimo derecho, en las calles. La verdad es que los golpistas ya pasaron… en el 2007.
25 de agosto del 2015
POR: Andrés Ortiz Lemos
Escritor yacadémico.
Como si esto fuera poco, se ha implantado un sistema de dominación aristo-crático y racista".
Desconsolado por la incomodidad de transitar por los laberintos de la democracia liberal, Alberto Fujimori decidió disolver el Congreso de su país el 5 de abril de 1992. No juzguemos a este ex mandatario a la ligera, (seamos comprensivos). Fujimori, emotivo y temperamental como era, simplemente quería dedicarse a pisotear los derechos humanos de sus rivales, aterrorizar campesinos, esterilizar mujeres indígenas y someter a los medios de comunicación bajo el implacable molde del discurso oficial. El ¨chino¨ defendía, eso sí, la institucionalidad de un supuesto estado democrático. Cabe decir, sin embargo,  que los académicos que han estudiado el fujimorato llamaron a este extravagante ejercicio de anulación de los otros poderes políticos: ¨golpe de estado¨.
Sí. Aparentemente cuando un Presidente considera que debe ir más allá de las facultades para las que es elegido y contrarresta a la función legislativa (u otros poderes) para sujetar bajo su voluntad a las instituciones democráticas, está incurriendo en un golpe de estado o en un auto golpe (para decirlo de una manera más delicada). Esto no lo digo yo, sino prácticamente toda la constelación de científicos sociales que han estudiado el Perú de los noventas (Por ejemplo: Conahan; Ellner; Yupanqui y Peralta; Montero…y un largo y tedioso etcétera).
A mediados de  1970 José María Velasco Ibarra estaba particularmente desconsolado. El Presidente quería reformar la Constitución para albergar  más poder, como cabeza del ejecutivo,  pero los congresistas no cooperaban, en especial los liberales (esos tipos insufribles que creen en las instituciones democráticas), la poca fortaleza de la economía no ayudaba, y por si esto fuera poco un grupo de bachilleres se puso a exigir el libre ingreso a las universidades  (mire usted los jóvenes rebeldes y sus afanes por tratar de tener un futuro mejor). Bajo esas circunstancias, el 22 de junio de ese año,  a don Velasco Ibarra no le quedó más remedio que disolver el poder de las otras funciones de estado, y entronarse como dictador.
Sí. Aparentemente, cuando un Presidente decide ir más allá de las atribuciones para las que fue electo, y contrarresta, de manera abusiva,  a los otros poderes del  Estado,   se convierte en un dictador.  Pero no, no me crea a mí, eche una ojeada a los académicos que se han aproximado al velasquismo (De la Torre; Ayala Mora; Rodas Chávez; Cuvi, y un largo etcétera). Todos concuerdan en que un mandatario, aún electo bajo reglas del juego democrático,  se convertirá en un dictador si decide contrarrestar a las otras funciones de la estructura política del estado.
Ahora bien, si los sociólogos, politólogos, e historiadores tienen  claro que Fujimori fue un golpista, y Velasco Ibarra llegó a ser un dictador, (por lo menos durante un par de años),  entonces quisiera que alguien me explique cuál sería el problema de aplicar las mismas categorías de análisis al fenómeno correista.
En efecto, el siete de marzo del 2007 la mayoría de diputados del Congreso Nacional fueron destituidos (como castigo por oponerse a las arbitrariedades del Tribunal Electoral y del gobierno), arrojando de esa manera la primera pieza de dominó  en una larga y catastrófica serie de acciones que terminarían anulando las otras funciones de estado, a favor del poder ejecutivo. Este pintoresco "golpe" no carecería de apoyo popular. La izquierda y los movimientos sociales apoyaron aquel poco disimulado abuso de manera eufórica.
Varios militantes del desaparecido MPD acudieron briosos a amedrentar a los diputados que trataron de oponerse. Los dirigentes de los movimientos sociales históricos veían con entusiasmo como la nueva patria daba una lección a la odiada partidocracia, y una bien nutrida turba (sí señor, eso es lo que eran) de ciudadanos de corazones ardientes y manos limpias se convulsionaban de histérico entusiasmo ante lo sucedido. Ahí estaban todos los grupos progresistas, desde partidos de extrema izquierda, sindicatos de trabajadores, hasta organizaciones cívicas chéveres y modernas como Ruptura de los 25. Todos danzaban el baile histriónico del autoritarismo consensuado detrás del flautista de turno.
La Asamblea Nacional Constituyente fue un verdadero himno a la cursilería,  y al despliegue de retórica despojada de sentido. Sendos asesores europeos repartían a granel sus frases prefabricadas de corrección política y eslóganes socialistas, los cuales desde luego no significaban nada. En efecto, la Constitución del 2008 es una condensación literaria que acapara una serie de frases coquetas, y significantes sin significado, a fin de legitimar el monstruoso engranaje que permitiría al ejecutivo acaparar la totalidad de las instituciones políticas. Derechos de la Naturaleza; Economía social y solidaria; Buen vivir; Participación en democracia; Estado plurinacional;  Unicornio azul (bueno esa última  no está pero debería estar). He estado los últimos siete años entrevistándome con politólogos, sociólogos, economistas, dirigentes sociales, tratando de que alguien me diga que significan esas frases, en el contexto ecuatoriano, y nadie ha podido darme razón de qué quieren decir.
Entre poemas mal logrados y eslóganes moralinos, la Constitución terminó implantando una estructura que contrarrestaba el equilibrio entre las tres  funciones del estado creando dos más (función electoral, y función de transparencia y control social) a fin de neutralizarlas. Ahora las reglas del juego en tiempo de elecciones caerían en manos del presidente;  mientras que  la sociedad civil y las instancias de participación serían reguladas por el estado.  El régimen de transición permitió generar instituciones que planteen la ilusión de la pluralidad para que sea el ejecutivo el único que lleve el mando de las cosas.
¿Y los movimientos sociales, y su poder crítico? Lamentablemente casi todos se dieron cuenta demasiado tarde, o fueron separándose del gobierno por puntos específicos definidos por las agendas de sus dirigentes. Los golpistas habían pasado. No de una manera brusca con tanques de guerra, sino usando el viejo truco de la ranita a la que se invita a nadar en un jacuzzi para luego cocinarla sin que se de cuenta, que en realidad estaba en una cazuela. (El Dr Carlos de la Torre ha sugerido una categoría para definir este fenómeno: "La muerte lenta de la democracia", sin embargo a mi me gusta más la imagen de la ranita que bucea feliz mientras el agua se calienta lentamente a su alrededor, hasta que finalmente queda lista para ser servida con papas).
Los tres componentes de la esfera pública, es decir: prensa, movimientos sociales y opinión académica, fueron contrarrestados por el gobierno, de la misma manera que lo habían sido las instituciones de la sociedad política. Las leyes de Participación, de Medios de Comunicación, y de Educación superior crearon instituciones llamadas  Consejos, los cuales desde la ilusión de la pluralidad establecieron contextos dictatoriales (¿usemos ese término, qué dicen?) que han congelado la natural autonomía que debería tener el ámbito civil y público.
Como si esto fuera poco, se ha implantado un sistema de dominación aristocrático y racista. Tómese el trabajo de investigar quien es la élite correista. Prácticamente todos son actores acomodados del quintil número cinco, y casi todos son blanco mestizos. De hecho es mucho más fácil tener un visitante europeo como ministro que  ver a un indígena o a un afro ocupando un cargo de ese tipo. Por eso existe esa particular adveración del nuevo  poder político hacia los movimientos indígenas.
Es bastante paradójico leer en las redes sociales, o en los pasquines oficiales la frase "los golpistas no pasarán" que se esgrime para tratar de denigrar a los actores civiles críticos que protestan, con legítimo derecho, en las calles. La verdad es que los golpistas ya pasaron… en el 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario