lunes, 31 de agosto de 2015

19.08.2015
   
Gustavo Politis, etnoarqueólogo e Investigador de la Nación

“Con los indígenas tenemos una deuda impagable”
Por Raquel Roberti
Contar el pasado de una forma o de otra no es inocuo, lo ha demostrado la Historia con sus dos vertientes: la liberal y la revisionista. Conocer los hechos desde otra óptica, muchas veces legitima determinado poder ejercido por una o muchas personas. Consciente de que al hablar del pasado está en juego el presente, Gustavo Politis le da a su profesión un carácter diferente. Etnoarqueólogo, no se limita a excavar y clasificar los restos que encuentra sino que avanza sobre la comprensión del modo de vida y la cultura de los pueblos que dejaron esos rastros. Profesor de las universidades nacionales del Centro (Unicen) y de La Plata (UNLP), investigador superior del Conicet y director del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano (Incuapa), este año fue distinguido como Investigador de la Nación, un galardón otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Politis dedicó su carrera a investigar las comunidades originarias de cazadores recolectores de la región pampeana y otras zonas de América del Sur, con la esperanza de que su trabajo derive en políticas públicas para la protección de esos pueblos, de su identidad y sus territorios. “Por los restos que encontramos en diversos sitios, entre ellos Arroyo Seco en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires –dice en conversación con Veintitrés–, tenemos la certeza de que el cono sur de América, y la Argentina, comenzó a ser habitada hace 14 mil años”.
–¿Hay descendientes de esas comunidades?
–Tendríamos que certificarlo con análisis de ADN, pero ya se comprobó que más de la mitad de los argentinos tienen algún ascendiente indígena. En la región pampeana habitaron los Querandíes, los Pampas, los Tehuelches y un poquito más al norte los Chaná-timbú, que además de ser cazadores recolectores, tenían algo de horticultura. En el siglo XVI, cuando llegaron los españoles, habitaban el delta del río Uruguay pero estaban en la región por lo menos dos mil años antes. Se creían extinguidos, pero hace unos años un señor se dio a conocer como descendiente chaná, habla la lengua de chico porque la madre y la abuela se lo enseñaron, diciéndole que era una lengua secreta. Lo que sucede es que estas sociedades se fueron mestizando desde épocas muy tempranas, lo que produjo una mezcla genética y la pérdida de algunas pautas de conducta tradicionales. Los Querandíes no existen más pero no quiere decir que se hayan extinguido sino que se fueron mestizando con otros indígenas, con criollos y fueron formando la sociedad que hoy es la Argentina.
–Las comunidades originarias mantienen un reclamo tanto de territorio como de recuperar sus formas de vida, ¿cómo congeniarlo con la actualidad?
–El reclamo se relaciona con los derechos, a la tierra, a la lengua, a la forma de vida. Pero ya no pueden vivir aislados de la sociedad. Su sistema económico, social y político se desarticuló, no pueden dar vuelta atrás. No pueden juntar piñones o cazar porque ahora los terrenos donde realizaban esas cosas son propiedades privadas. Creo que las comunidades indígenas de América latina están integradas a la sociedad y es irreversible; pero desde nuestra sociedad debemos tratar de mitigar los problemas que ha traído esa integración básicamente respetando sus deseos. Lo territorial es muy importante, yo empezaría por ahí si pudiera hacer algo, porque hasta hace 140 años eran los dueños de la tierra y los desalojaron por la fuerza. Cada avance que se ha producido sobre sus territorios y sobre ellos es irreversible. La arqueología tiene pendiente escribir una historia indígena porque la sociedad occidental los dejó sin historia. ¿Cuánto tiempo se dedica en el colegio secundario a la historia de los pueblos indígenas, 14 mil años, y cuánto al siglo XVIII y demás, 500 años?
–Esa idea se relaciona con su propuesta para los museos…
–Claro, mi idea es que sean espacios de memoria, de reivindicación. No quiero plantear algo idílico, pero debemos respetar al otro cultural, los museos deben dejar de mostrar una historia que comienza en 1880 con el primer fortín, la primera carreta, menos los primeros indígenas que estaban desde mucho tiempo antes. O mostrarlos como algo exótico, al lado de una roca o un hueso, un fósil. La idea de la arqueología en general es volver a poner a los grupos de indígenas como sujetos de la historia, no como objetos de la colonización. Y sujetos activos, porque nadie es consciente de las contribuciones indígenas al mundo.
–¿Qué aportaron?
–El tomate, el maíz, el poroto, la papa, el zapallo, el cacao. Todos son inventos indígenas, no existían en la naturaleza. Los indígenas americanos domesticaron plantas silvestres por un proceso consciente y crearon los cultivos que cambiaron la alimentación del mundo. La gran conquista de América no era el oro, los españoles se apropiaron de los alimentos y de las semillas…
–¿Cómo se puede revertir el desconocimiento y el prejuicio social respecto de los pueblos originarios?
–La gente debe entender que nuestra sociedad tiene una lógica de razonamiento y un patrón de racionalidad diferente al que tienen los indígenas. Nuestro mundo, esta sociedad capitalista urbana, industrial, quiere meterlos adentro, pero el trabajo asalariado, por horas, la acumulación, no está dentro de la lógica indígena. Es muy difícil generalizar al hablar de indígenas porque hubo variantes desde la imperial incaica hasta los cazadores recolectores y la forma de integración fue muy diferente. El problema es que la integración es producto de la expansión de Occidente sobre el resto del mundo, que no toma en cuenta otras culturas, y deja afuera al que no encaja dentro de esa lógica.
–Cuando no los extermina…
–Sí, como la mal llamada Conquista del Desierto. Había otras alternativas, de integración y respeto, pero se eligió la peor, el exterminio físico y el desplazamiento de sobrevivientes. Vaciaron la Patagonia de indígenas y los reemplazaron por ovejas, compañías inglesas, terratenientes, y eso pasó hace muy poco, apenas cien años. Los sobrevivientes de ese gran genocidio tienen las secuelas. Más allá del gobierno y del país, nuestra sociedad tiene una deuda, que nunca podrá pagar, pero por lo menos podría saldar una parte. Deuda por haberlos empujado hacia los márgenes.
–¿Para qué puede servir el galardón de Investigador de la Nación?
–Ojalá sirva para reafirmar el estatus científico de las ciencias sociales. Les da visibilidad a la antropología y a la arqueología como disciplinas importantes para el desarrollo, porque aunque no generan patentes, aportan conocimiento. Los indígenas van a cambiar porque con nuestra sociedad al lado no hay forma de que no lo hagan. Pero ya que nosotros lo inducimos, tenemos la responsabilidad de que ese cambio sea lo menos traumático, lo más amigable y respetuoso posible, y que tenga por objetivo darles lugar para preservar su cultura.

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