martes, 12 de junio de 2018

La tiranía del estado
En el caso particular del Ecuador, aquella visión trasnochada de una caterva de políticos que llegando al poder creyéndose ungidos y grandes iluminados, tuvieron la osadía de considerar que los ecuatorianos éramos un poco menos que retrasados mentales, a quienes nos tenían que dar pensando desde la carrera que estudiar en la Universidad, hasta el producto que importar o consumir y el lugar en el cual trabajar.
11 de junio del 2018
POR: Carlos Rivera
Es el director de la Escuela de Economía de la Universidad de Cuenca. Tiene dos maestrías en la Pontificia Universidad Católica de Chile, una en Macroeconomía y otra en Economía Financiera y un diplomado en Gerencia por la Universidad San Francisco de Quito.
¿Por qué no esfor-zarse en su lugar en facilitar-le la vida a miles de empren-dedores abru-mados por la sobre carga tributaria?"
Desde un tiempo acá mucho se ha discutido sobre los desequilibrios fiscales, el excesivo endeudamiento, la corrupción y la inseguridad jurídica como algunos de los elementos causales de la crisis en Ecuador, pero muy poco se ha dicho respecto de las relaciones entre el Estado y la ciudadanía, que a partir de la llegada de la Revolución ciudadana, tomó un nuevo y peligroso matiz.
Cuando digo Estado, me refiero exclusivamente al ejercicio político del círculo de poder, a quienes Milton y Rose Friedman en su libro “La tiranía del status quo”, junto a los burócratas y grupos de interés les definió como el “triángulo de hierro” que controla el poder del Estado para beneficiarse a expensas del resto. Añadiría una segunda explicación para el caso particular del Ecuador, aquella visión trasnochada de una caterva de políticos que llegando al poder creyéndose ungidos y grandes iluminados, tuvieron la osadía de considerar que los ecuatorianos éramos un poco menos que retrasados mentales, a quienes nos tenían que dar pensando desde la carrera que estudiar en la Universidad, hasta el producto que importar o consumir y el lugar en el cual trabajar.
De allí que este juego de intereses ocultos y taras bien marcadas es lo que está detrás de la sobredosis de carga tributaria, regulación, dirigismo e intervencionismo estatal, y donde la única receta que tienen para todos los problemas es, en primer lugar, crear el ente burocrático que estudie el problema;  y en segundo lugar, buscar y castigar al culpable que “siempre” debe estar detrás del problema, y por último, crear impuestos que financien esta partida.
Nadie discute que el Estado tiene muchos problemas reales que enfrentar y que se requiere ingentes recursos. Pero con ese pretexto crear una burocracia excesiva para tratar los problemas no se justifica. Considerar que las empresas, que son las que crean riqueza, son los villanos de la película y que hay que castigarlas con impuestos y sobrerregulaciones es peor.
Los dogmas del estatismo se han probado falsos hasta la saciedad. ¿Por qué insistir en ello? ¿Por qué no esforzarse en su lugar en facilitarle la vida a miles de emprendedores abrumados por la sobre carga tributaria y de regulaciones y terminar con la tiranía del Estado?

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