El nuevo rostro del correísmo rima con crimen
Rafael Correa fue vinculado hoy al caso de Fernando Balda como presunto autor de delitos de asociación ilícita y secuestro. Más allá de las implicaciones judiciales que pueda tener (la jueza dispuso que se presente cada quince días ante la Corte Nacional a partir del 2 de julio) este hecho desnuda el verdadero rostro de un gobierno que cruzó las barreras éticas y jurídicas de un estado de derecho. El caso Balda (y ya hay otros en camino) muestra que la falta de control que tuvo el gobierno de Correa, la concentración de poderes, la ausencia de límites, desembocaron, en ciertos casos y abiertamente, en una política criminal autoritaria. Rafael Correa, que sufre de amnesia y desconoce a los que lo involucran, repite que se trata de una patraña política orquestada, ante la cual no plegará la Interpol.
El rostro que adquiere el correísmo en las cortes no es nuevo para aquellos activistas sociales, empresarios (escasos), opositores políticos o periodistas y medios, que padecieron sus efectos durante diez años. Pero es una revelación lacerante para aquellos que armaron, protegieron, defendieron y socaparon un régimen que, desde un inicio, pusieron bajo su control y dominio todas las instituciones y tallaron, con visión de sastre, un sistema a la medida del caudillo narciso que entronizaron en el poder.
Ahora el país puede ver que ese ejercicio de total irresponsabilidad política no solo aceitó la falta de cordura en Carondelet: aupó el cometimiento de delitos de Estado y la violación de Derechos Humanos. La licencia entregada al caudillo por parte de su partido, el buró político, el gabinete, sus asambleístas, sus funcionarios y las instituciones (cortes, Consejo de la Judicatura, Fiscalía, Contraloría, Procuraduría, superintendencias, Defensoría del Pueblo… la lista es enorme), es producto de adhesión voluntaria, intimidación o miedo. Desde siempre se supo, no obstante, y por adelantado, el resultado: dominio absoluto de un partido, defensa irracional del poder y de sus acciones, persecución y violencia contra los disidentes e imposición de un mando vertical absoluto e indiscutido. Coerción y miedo para unos. Manipulación y fascinación ante el líder para otros. Para eso se creó un aparato de propaganda destinado a rodear al líder de un halo mitológico indispensable para que, gracias a su carisma, manipulara, encantara, sedujera a las masas que veían en él a un padre protector.
Tras toda esa cortina, yacía la realidad: un caudillo imbuido de sí, frío, calculador, despiadado. Convencido de que él era dueño absoluto de todos los poderes. Es ese monstruo que ayudaron a nutrir todos y cada uno de aquellos que aún hoy invocan los poderes fácticos y la prensa corrupta para justificarlo. Gentes que, desde Alberto Acosta, Fánder Falconi y Virgilio Hernández, pasando por Pabel Muñoz y Gustavo Jalkh, no entendieron en su momento –o siguen sin entender– que el poder sin contrapesos no puede producir sino lo que el país, frotándose los ojos, contempla estupefacto: delincuentes. Corruptos contumaces. Cínicos irredimibles o tontos útiles. E incluso asesinos.
La descomposición del correísmo no solo pasa por la vinculación de algunos de sus líderes a delitos de Estado. También pasa por su incapacidad absoluta a reflexionar sobre su gestión en el ejercicio del poder. Su única estrategia, que Correa está animando en las redes sociales y sus incondicionales secundan, es negarlo todo. Declararse amnésico e invocar la persecución política. Y para ello vuelve al libreto sempiterno: crear ficciones, manipular los hechos, confundir los términos de la realidad: allí donde se habla de justicia, ellos gritan judicialización de la política. Allí donde hay testigos, ellos hablan de pruebas forjadas, de gente amenazada para involucrar a Correa.
Descubrir que tras la enorme cortina de propaganda no solo hubo corrupción sino delitos (secuestro de Balda, asesinato del general Gabela o encubrimiento, farsa del 30S que llevó a la cárcel a muchos ciudadanos… la lista es larga), es una prueba insuperable para ese seres de manos limpias y corazones ardientes. Pero es igualmente una prueba para esa sociedad que descubre, como escribió Étienne de la Boétie, en el siglo XVI, que “El pueblo (sufrió) el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito”. De un narciso desprovisto de valores, rodeado de aduladores, convertido en ser mágico por una sociedad que se reconoció en él, votó innumerables veces por él y se entregó a su lógica con los ojos cerrados.
Se supone que esta vinculación, que convierte a Correa en virtual reo de la Justicia, es una nuevo llamado de atención para los ciudadanos que también tienen lecciones que sacar. Una en particular: no firmar cheques en blanco a ningún político. Y huir de los hipnotizadores si quiere evitar que, tras el discurso, se perpetren, como en el caso de la década pasada, cualquier dislate; incluso acciones criminales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario