Jaime Cedillo Feijóo
Si la noticia de que el Concejo Cantonal entregará la máxima Presea “Santa Ana de los Ríos de Cuenca”, al sacerdote César Cordero Moscoso, en la sesión solemne, con motivo del nuevo aniversario de fundación de la ciudad patrimonial, provocó indignación en la ciudadanía; la respuesta que el “eximio” dio a las personas que le acusan de haberles violado en su niñez y adolescencia, causó un profundo dolor en las víctimas, familiares y en la comunidad: “aquel que quiera mantenerse íntegro no permite que el abuso tenga lugar”. ¡Cuánta arrogancia!, ¡cuánta soberbia!, ¡cuánta prepotencia!, ¡cuánta inmoralidad!, en su alma podrida. Ni una pizca de arrepentimiento, peor pedir perdón.
El victimario arremete sin piedad, culpa a los indefensos por no haberse mantenido íntegros, ellos son los culpables, él es el santo que tiene que ser llevado a las altares por tantas bondades. Sus grandes obras “educativas” se multiplicaron, al igual que aumentaron los abusos sexuales durante décadas. Cada relato de sus víctimas es sobrecogedor: “yo era un niño que apenas tenía siete años, empezaba a vivir, no conocía el mal, cuando caí en sus garras, acabó con mis sueños e ilusiones. No entendía que es lo que estaba pasando. Me preguntaba: ¿por qué el padrecito que enseña catecismo, que nos confiesa y nos entrega la comunión, nos manosea, mete sus manos en nuestros cuerpos, nos hace esto? ¿por qué?. Nunca hubo una respuesta, lo que sí llegó con el paso del tiempo fueron dudas, incomprensiones, frustraciones, depresión, que desembocó en vicios como el alcoholismo, las drogas, hasta el suicidio. Eso le ocurrió al hermano de Jorge Palacios, no pudo más, se quitó la vida, a los 27 años de edad. Los que quedan han tenido la valentía de contar la verdad, de decir esto nos pasó, César Cordero me violó, me llevó a su dormitorio, me abusó, no una sino incontables veces. Y claro, así satisfacía su perversidad, su brutalidad, su sadismo.
Tiene que quedar escrito y bien claro, que once de los quince concejales que componen el Concejo Cantonal de Cuenca, votaron a favor de la distinción para el “eximio”, luego vino la protesta de María Palacios, una carta al Alcalde rechazando la designación para una persona que había hecho tanto daño, y claro, ardió troya, vinieron los mea culpas, los golpes de pecho, las aclaraciones, varios de los concejales que dieron su voto a favor del reconocimiento, tuvieron la osadía de participar en la marcha por las calles céntricas de la ciudad “conventual”, para pedir justicia y sanciones para el abusador. ¡Cuánto cinismo murmuraba la gente al ver la poca vergüenza de los ediles!. La Arquidiócesis de Cuenca se pronunció, pidió perdón a las víctimas. Los directivos de la Universidad Católica, en un inicio salieron en defensa de su rector vitalicio, luego agacharon cabezas por el bochorno, retiraron el monumento que adornaba la entrada a la basílica, el nombre, las fotografías, las placas, y todo lo que tenga que ver con el “eximio”. Alcalde y Concejo Cantonal, están en deuda con su ciudad. Hay que tener dignidad para reconocer el grave error cometido, no es que no sabían, era un secreto a voces que salió a la luz gracias a su desacertada decisión. ¿Cuánto se ha desvalorizado la entrega de los reconocimientos?. Ahora ya no es por méritos, sino por compromisos políticos, pago de favores, la trayectoria y los aportes a la ciudad poco cuentan. Es un reparto por votos, en la mayoría de casos.
El investigador enviado por el Vaticano se entrevistó con los sacrificados, con las familias, con el infame abusador, el informe ha sido entregado al Papa, ya llegará el veredicto. El Observador, cumpliendo con su trabajo periodístico, les ofrece un amplio reportaje sobre este caso, como un homenaje de solidaridad con los martirizados y sus seres queridos.
La Libertad de Expresión, ni se compra, ni se vende, ni se transa.
Publicado en la Revista El Observador, edición 105, junio del 2018.
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