PABLO CUVI
Cuando uno escucha lo que opina la gente de a pie, no los políticos de lado y lado, sobre las marchas y las protestas, advierte que nadie se pronuncia realmente por un golpe de Estado y que la teoría de una gran conspiración internacional tampoco es muy verosímil. De igual manera, los noveleros conceptos de golpe blando y calentamiento de calles, aunque suenan bonito, se reducen, en la jerga de los quiteños sobre todo, a bullas de distinto calibre. Y no falta quien corte el asunto por lo sano diciendo que nos ponen a discutir tonterías cuando hay problemas más concretos. Puede ser. La verdad es que los ecuatorianos somos expertos en discutir leguleyadas: por algo hemos redactado veinte constituciones inútiles. Y también somos expertos en bullas y en golpes blandos, sin armas ni violencia, lo que de alguna manera nos honra, aunque el Canciller encargado afirme que la clase media quiteña es peligrosamente violenta. Si esto fuera cierto, ‘otro gallo nos cantara’, como reza el dicho, pero no hay tal, porque blandos fueron los golpes de Estado contra el ‘Loco que ama’, contra el ‘7 Armonías’ Mahuad y contra Lucio, levantamiento este en el que participaron varios miembros del actual Gobierno, quienes luego estuvieron de acuerdo con el clásico ‘coup d’Etat’ contra los 57 diputados de oposición. Y digo clásico porque, en rigor, el golpe de Estado se da al interior del mismo Estado, como lo recuerda Curzio Malaparte en su legendario manual. Digamos que el golpismo es un mal endémico de los países donde no funcionan realmente las instituciones democráticas, que sirven más bien como pantalla del abuso de poder. Revisando la historia latinoamericana desde el siglo XIX, constatamos que golpismo y caudillismo han marchado juntos; mejor aún, que son las dos caras de la misma moneda (perdón por el cliché) de modo que los llevamos en la carga genética. Pero eso no significa que cualquier bulla o cualquier marcha de protesta pretendan remover al inquilino del respectivo palacio de Gobierno. Solo el voluminoso señor Maduro ve golpes hasta en la sopa y acusa al Pentágono de organizar el asalto de pobladores hambrientos a una tienda de víveres, con muerto incluido. Acá, a raíz de las protestas desatadas por las amenazas contra la herencia y la plusvalía, el discurso oficial habla de calentamiento de calles y los curiosos andan buscando las obras del teórico del golpe blando, un señor Gene Sharp, a quien no he leído, pero que es muy citado en ‘A force more powerful’, de Ackerman y Duval, quienes analizan los principales levantamientos no violentos del siglo pasado, donde se destacan los polacos de Solidaridad, los chilenos contra Pinochet y el movimiento de Mandela contra el ‘apartheid’. Pero en vez de consultar historias y teorías foráneas, sería bueno preguntar a varios funcionarios cómo califican a las marchas que ellos apoyaban cuando estaban del lado de los indígenas y no del poder. pcuvi@elcomercio.org
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