Francisco Febres Cordero
Domingo, 11 de septiembre, 2016
Nada que ignoremos: el excelentísimo señor presidente de la República no permite que se le tope ni con el pétalo de una rosa. Eso, aunque todos lo sabíamos desde hace mucho tiempo, lamentablemente no se cumple en la práctica por culpa de los malos. ¡Qué necios que son los malos! ¡Qué testarudos!
Domingo, 11 de septiembre, 2016
Nada que ignoremos: el excelentísimo señor presidente de la República no permite que se le tope ni con el pétalo de una rosa. Eso, aunque todos lo sabíamos desde hace mucho tiempo, lamentablemente no se cumple en la práctica por culpa de los malos. ¡Qué necios que son los malos! ¡Qué testarudos!
Los malos no entienden que él es el presidente de la República y, por tanto, es digno de todo respeto y consideración. ¿Acaso que es cualquier ciudadano? Está investido de todos los poderes y por eso se inviste con esas camisas de diseños étnicos, a fin de que nadie lo confunda.
Y por eso también tiene dos aviones, helicópteros, guardaespaldas, una cantidad de títulos honoris causa y una pareja de perros cuyos cachorritos regala cada rato porque él es bien bueno con los perros. Y es tan bueno que también subasta los relojes que le regalan, para con eso financiar las deudas a los chinos. ¡Es tan desprendido! Asamblea propia también tiene, justicia propia, fiscalía, contraloría. Cómo será de bueno que hasta departamento en Bélgica tiene, para recibir allí a los desocupados que, como él, se van a quedar sin trabajo. ¿Quieren saber qué más tiene? Tiene cadenas nacionales, tiene sabatinas, tiene medios de comunicación, tiene ministerios, tiene Twitter.
Elé. O sea a alguien que tiene eso y mucho más hay que tenerle respeto, pues. Cómo va a ser posible que cualquiera salga y, dado de mucho, le contradiga, le conteste una carta o pronuncie una frase que desdice lo que el excelentísimo señor presidente de la República dice. ¡Qué atrevimiento! ¡Qué grosería! Con razón hay un tribunal de la Santa Inquisición para chamuscar en la hoguera a los réprobos, a los infieles, a los descreídos, a los fariseos, a los sepulcros blanqueados.
Él es la autoridad y, por eso mismo, está imbuido de potestad. Y de verdad. Y de vanidad. Y de locuacidad. Y de invulnerabilidad. Y de prepotencialidad. Y de irascibilidad. Y de dictatoriedad. Y de insultabilidad.
O sea es mucho lote. Él puede romper ante la audiencia los periódicos que le dé la gana, porque dice que los periódicos no sirven ni para madurar aguacates y, si él lo dice, es por algo: su palabra es infalible. Si él dice que la prensa es corrupta, es porque es corrupta. Y si él dice que a los Pérez dueños de EL UNIVERSO hay que darles un yucazo cuando los vean en la calle, hay que darles. ¡Él lo dice porque es la autoridad! Y porque es sabio. Y porque busca el bienestar de la gente. La concordia entre todos. Y la paz. Porque él es bien bueno y su palabra está respaldada por la dignidad que ostenta, que es la más alta del Estado.
Él es el único que sabe quiénes son los limitaditos y quiénes los ilimitaditos. Los brutos. Los tipejos. Los canallas. Los poco hombres. Y, como sabe, lo dice. Por algo es la más alta autoridad.
También puede decir quién se va preso y quién no. Quién debe hablar y quién debe callar. A quién se puede dar yuca y a quién no.
Pero los malos no entienden eso y encima, cuando salen a las calles, le gritan: “Fuera, Correa, fuera!”. Y hasta, desde la esquina, cuando pasa le dan yuca.
¡Qué buenos que son los malos! (O)
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