jueves, 18 de febrero de 2016

De las sabatinas solo queda el cocolón




Publicado en febrero 13, 2016 en La Info por José Hernández

Los últimos enlaces de Rafael Correa podrían llamarse sabatinas-cocolón. Ya nada queda en la olla, pero el Presidente raspa el fondo y, para disimular, se adorna con poses tipo lover (una chica le lanza besos o él los envía) o con registros románticos que por minutos lo convierten en actor de farándula: este sábado colmó el espacio exhibiendo grabaciones en las cuales canta al lado de Miguel Bosé.
correa bose
La sabatina-cocolón no pierde nada del libreto que la convierte en el reality-show estelar del correísmo. La de esta semana se transmitió durante 223 minutos desde la explanada del Teatro Centro Cívico Eloy Alfaro en Guayaquil.
Correa la aborda como gladiador camino a la arena. No solo se exhibe y se hace aclamar: también marca la cancha. Se planta como héroe incomprendido. Qué difícil que es gobernar, lanza a una audiencia que a esa hora –las 10:10– todavía luce fresca y deseosa de figurar en los canales del Estado. Basta con aplaudir y hacerse notar. ¡Qué terrible es la gente que lo critica y lo combate! Estos días, que califica de difíciles, qué no ha tenido que oír: leguleyadas, abuso de poder disfrazado de derecho, gente de mala fe, prensa corrupta que no sabe ni lo que dice… Y remata con aplausos ese primer round contra esos enemigos virtuales sin los cuales no habría sabatina. Ni cocolón.
Lo mejor del Presidente, allí donde sobresale porque ese acto lo tiene bien rodado, es en la forma cómo busca volver verosímil su reality-show. Exagerar hasta la caricatura ya no le cuesta. Lo hace dirigiéndose a los jóvenes, a los que ahora tienen 16 ó 17 años, para contarles cómo era el país de antes de la revolución ciudadana. No había rutas ni puentes ni escuelas públicas. Lo único que exportaba el país eran seres humanos. 2,5 millones de personas expulsadas. El pasado fue el feriado bancario…
Demostración hecha. Eso fue el neoliberalismo y la partidocracia. Y eso es lo que hay tras los ataques a su gobierno. Se habla de 8 000 denuncias de corrupción en la Fiscalía. Son de cualquier cosa. Se dice que hay más de 700 líderes sociales cuya protesta ha sido criminalizada. Son un puñado y son violentos. La prensa es agredida. Error: llaman agresión al pedido oficial para que rectifiquen sus mentiras. El Presidente concluye: jóvenes no dejen que se sacrifique lo más valioso que es la verdad.
De ahí a la crisis. Su gobierno sí ha hecho ajustes y, además, son muy fuertes. Y tras baraja algunas cifras, da el golpe de gracia a los sufridores: el ajuste es para los ricos, no para los pobres. Aplausos de los invitados que ni son pobres ni son tan pocos como ese centenar que, según dice, respondió al llamado de los militares en servicio pasivo para manifestar en la Shyris, en Quito.
Las cifras inexactas y la mala fe de los mismos de siempre exasperan al Presidente. Eso lo dice con desparpajo actoral. Pero no solo eso: sobretodo el nivel del debate político. La irresponsabilidad de la oposición y de la prensa corrupta. La falta de seriedad de los políticos y los periodistas disfrazados pues en realidad son políticos. No son técnicos. No conocen. Mienten.
Lo dice con ese tono de hartazgo y suficiencia de quien no recuerda haber convertido la política en un catálogo de insultos y amenazas. Pero él no pierde el libreto: recuerda que este sábado cierra los cursos de economía acelerada que da desde hace meses para guiar a los historiadores que escribirán sobre su gestión económica. ¿Los fonditos? No eran necesarios y no hubieran alcanzado ni para un mes. En cambio hay hidroeléctricas, multipropósitos y carreteras. ¿Mucho gasto público? Mienten. Es el menor de la zona. ¿Muchos impuestos? Falso. ¿Excesivo número de autos? Lo hemos desmentido. ¿Aumento e instituciones? Hemos creado 40 (luego dijo 35) y hemos desaparecido 100 (luego dijo 107). ¿Quebrado el IESS? Esa afirmación atenta contra nuestra inteligencia. Tiene superávit y la deuda a su favor la adquirió con nuestro propio dinero… Conclusión: aprendan a pensar. Y cuando oigan que el IESS está quebrado acosen en las redes a aquellos que dicen barbaridades como esa.
A estas alturas, el Presidente ya raspa la capa más profunda del cocolón: él no ha sido suertudo, el precio del petróleo no explica la bonanza económica de su gobierno pues el ingreso per capita neto ha sido en su gobierno inferior al del período 1971-2006… En este punto, el actor del reality-show se declara superado por ese mundo macondiano donde pululan embusteros y caretucos. Su problema –lo dice como si hablara de él– es que es “demasiado lógico”. Además, modestia aparte, es economista: algo sabe de cuentas y estadísticas…
Puesto en sus zapatos, el tema del Issfa debió superarlo. Y lo reconoce. No entiende cómo el Issfa, que es mantenido por su gobierno, propició un intento de desestabilización. Eso no lo asusta. Por el contrario: inspirándose en Antonio José de Sucre que daba pelea donde se le presentaba, ratifica que hay batallas que no buscan, pero si las encuentran, las darán. Los de siempre (y ahí mete a los grupos militares o ex que presionan) deben saber que en cada calle, esquina o plaza aparecerá un revolucionario (más tarde agregó 99) que dirán: al pasado nunca más. Y que no dejarán que se metan con la llamada revolución ciudadana.
En obras repetidas, los discos se rayan. Correa habla del dictamen vinculante del Procurador. No exhibe el texto que lo dejaría sin voz. Dice, torciendo el cuello a la realidad, que actuó según el derecho. Mete a los defensores del Issfa y al Issfa entre los actores del viejo país. Esta vez agregó una novedad al discurso: tres veces –la última no le funcionó el tablero– asegura que el dinero del Issfa y del empleador lo pone todo el Estado. El caso del Issfa es, en última instancia, una ficción. “Todas las correas salen del mismo cuero”. El Issfa no ha construido riqueza, dice, ha recibido riqueza.
El Presidente hunde el acelerador: se pregunta por qué el Issfa tenía esos terrenos, por qué los militares tenían empresas (que pasaron al Issfa), por qué los clubes exclusivos, por qué comían en forma diferente a los soldados… y en otras vajillas. Temas que son de agenda pública pero que, en este momento usa con fines políticos y proselitistas. Aquí sus libretistas no debieron preguntarse si esa no es la mejor forma de echar gasolina al fuego.
Correa es un actor. Tras 462 sabatinas mantiene la entereza necesaria para hacer creíble lo que dice ante sus seguidores. Pero su reality-show luce insustancial y repetitivo. De la era dorada, no queda sino el cocoló

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