por José Hernández
El cisma anunciado, se concretó el miércoles 27 en la reunión de Pachakútik. Los partidarios de cerrar la puerta al diálogo con otras fuerzas políticas, impusieron su lógica y, seguramente, retomarán la dirección de esa organización.
Estos tumbos o bandazos son moneda corriente en el movimiento indígena y los movimientos sociales. Ahí está su historia para comprobarlo. Lo nuevo es que la radicalización que se anuncia se produce tras nueve años de correísmo; gobierno que ha desconocido las reglas mínimas de la democracia. Se esperaba, entonces, que el primer reflejo de indígenas, movimientos sociales, la izquierda en general y todos los demócratas, fuera defender esas reglas de convivencia para reequilibrar la cancha. Es la forma para que, entre otras cosas, cada movimiento o partido vuelva a la esfera pública con sus visiones, pero en igualdad de condiciones.
La izquierda radical –que va de Carlos Pérez Guartambel al ex MPD, pasando por franjas socialistas y líderes indígenas como Humberto Cholango– no lo entendieron así. La separación del gobierno no los llevó a una reflexión sobre la democracia sino al reflejo condicionado que subyace en la historia de las ideas que defienden. ¿Resultado? Cuando salieron del gobierno, en vez de sacar las lecciones de lo que ayudaron a montar, tomaron el atajo más conveniente: acusar a Correa de ser de derecha. Y ya. Ninguna responsabilidad. Ninguna lección. Ninguna deuda con la sociedad. Ningún ajuste de cuentas con su propia línea política. Salir del gobierno los liberó del examen que debían hacer sobre lo que es pasar de sus teorías a la práctica gubernamental. Les bastó con acusar a Rafael Correa de traición.
Por supuesto que el correísmo no fue, en el plano económico, por el camino que los más radicales de esa izquierda extrema hubieran querido. Por ejemplo, Correa no siguió el ejemplo de Chávez que nacionalizó más de 1200 empresas. Es una fortuna que no lo haya hecho porque el resultado en Venezuela es dramático.
En el plano político, en cambio, Correa siguió el esquema que esa izquierda extrema defiende. Basta con hablar con algunos de sus miembros para entender que su modelo es Cuba y su prototipo de líder es Fidel Castro. No se trata de estigmatizar a nadie por sus ideas que son lícitas y respetables. Se trata de entender desde dónde se critica el modelo de Correa y por qué en vez de tender la mano hacia un acuerdo democrático, algunos dirigentes indígenas y sociales prefieren volver ahora al ostracismo político.
Correa sí tomó el modelo político de la izquierda más extrema (que coincide con la derecha extrema): concentración de poder, partido hegemónico, centralismo unívoco, prensa oficial, criminalización de la protesta, sociedad convertida en ente sospechoso, aparatos de propaganda, inteligencia y represión, caudillo del cual todo parte y por el cual todo pasa… El régimen correísta se montó sobre esa versión leninista. Y esa izquierda lo acompañó al inicio y aplaudió toda la empresa de demolición que era la que mejor convenía a su credo político. A eso se refiere esa izquierda cuando dice que Correa representó un paso hacia adelante y que por eso lo apoyó. Es más, hay dirigentes en ella que sostienen que si en 2017 tienen que escoger entre la centro derecha y el correísmo, votarán por el oficialismo.
La izquierda, esa izquierda que de una u otra forma sigue parqueada en Cuba, es la misma que defiende sin sonrojarse la experiencia bolivariana de Chávez. No ven la ruina de Venezuela. Ni la falta de libertades. Solo les importa una cosa: el discurso chavista. Que esas tesis coincidan con su credo. Que se apegue a sus dogmas. Que golpee al imperialismo, al capitalismo, a las oligarquías mundiales. Al gran capital. Esa izquierda sigue creyendo, a pie juntillas, en los textos de Marx, en los esquemas de Lenin, en las prácticas de Stalin. No le importa la realidad, solo los principios del manual que no osan confrontar con los resultados que producen. Porque siempre usan la coartada de-yo-fui. Siempre son víctimas. En el fondo, esa izquierda sigue creyendo que su futuro está en el pasado.
Una década de correísmo no le sirvió para reconciliarse con las libertades, los derechos fundamentales, la contradicción y la pluralidad como condiciones esenciales de la democracia. No le interesa, por ende, proponer acuerdo alguno para que esos valores unan a los demócratas como primer paso para superar el correísmo.
Ese es el punto fundamental que plantean Fanny Campos, Salvador Quishpe, Marcelino Chumpi y otros. Ellos no se han propuesto destruir su organización; están haciendo política. Y han demostrado desde Pachakútik un poder de convocatoria que no posee ningún otro partido u organización
Ese es el punto fundamental que plantean Fanny Campos, Salvador Quishpe, Marcelino Chumpi y otros. Ellos no se han propuesto destruir su organización; están haciendo política. Y han demostrado desde Pachakútik un poder de convocatoria que no posee ningún otro partido u organización
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