jueves, 17 de diciembre de 2015

POR: Marco Robles L.

Publicado en la Revista El Observador, edición Diciembre del 2015 

Mecanismos del sistema y terrorismo
¿Qué es lo que hace el gobierno judío con el desdichado pueblo de Palestina, ante el celestinaje más atroz de EE UU y las potencias capitalistas de Europa? Les despoja de sus tierras, destruye sus casas, mata a sus ciudadanos, coloniza el territorio que no les pertenece. Y cuando muere un niño, un joven o una anciana por las balas del ejército judío, prácticamente nadie de ese mundo demócrata de Occidente, con las excepciones de rigor, se solidariza con el martirizado pueblo palestino. Los soberbios gobernantes del Estado de Israel, protegidos por el imperialismo, se burlan de cualquier decisión de la Organización de las Naciones Unidas.


Otro reino de los mil años que se esfuma.
El relativamente corto, pero intenso período de la denominada “guerra fría”, inaugurada por Winston Churchill, en 1946, mediante el agresivo discurso contra la ex URSS pronunciado en Fulton, EE UU., concluyó 45 años después con la desintegración del llamado campo socialista y el fin de la Unión Soviética, en 1991. El mundo, que hasta esa fecha estuvo dividido en dos grandes bloques, se volvió unipolar, con una sola súper potencia, EE UU, dirigiendo al planeta, decretándose el “fin de la historia”, el inapelable triunfo del conservadorismo político y el neoliberalismo en economía –suficiente recordar a Margaret Thatcher y Ronald Reagan-  y la Organización (exclusivamente militarista) del Tratado del Atlántico Norte- OTAN, nefasta herencia de la “guerra fría”, absolutamente sometida a los planes norteamericanos, a su implacable estrategia geopolítica. No olvidemos que esta organización militar ha sido un instrumento ejecutor, sin mayor deliberación, de las políticas más agresivas de EE UU., especialmente en Europa, Asia y África del Norte. 
Esta situación obedecía a que la potencia norteamericana emergió completamente fortalecida de la segunda guerra mundial, tanto en el plano económico, como en el militar y político, situación que se explica porque las inmensas pérdidas en vidas humanas y materiales tuvieron como escenario fundamental Europa, sobre todo la antigua Unión Soviética, con sus 27 millones de víctimas, Polonia, Checoslovaquia, Francia, la Alemania nazi, la Italia fascista y en el extremo Oriente, primordialmente el Japón imperial y militarista. Estados Unidos emergió indemne y fortalecido de esa espantosa conflagración.
Sin embargo, luego del colapso y desintegración de la URSS, los politólogos de Occidente se encontraban más eufóricos todavía, porque estimaban que el mundo se había vuelto unipolar para siempre, el neoliberalismo reinaría por eternas memorias, EE UU, que ya disfrutaba de su “traspatio” en casa, y los países miembros de la OTAN, serían los nuevos amos del mundo. Lo que sucedió con el bloque soviético les llevó a pensar así: la desintegración de la otrora súper potencia, la caída y ocaso de Mijaíl Gorbachov –aunque se fue contento porque le dieron el Nobel de la Paz-, y el surgimiento al poder del autoritario Boris Yeltsin, entregado “en cuerpo y alma” a las estrategias imperiales, la llegada de los llamados “Chicagos Boys” y las privatizaciones a mansalva en la Federación Rusa –y también en las otras repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética-, lo cual determinó el surgimiento de la mendicidad, prostitución -¡inclusive infantil!-, de multimillonarios, de oligarcas y temibles mafiosos. Rusia experimentó una enorme pobreza todos esos años, desocupación, privatizaciones. No había dudas, pensaban los expertos en política internacional de Occidente: reducido a su mínima expresión el gigante euroasiático, controlada China, sometidos a nuestra órbita Arabia Saudí y los emiratos árabes, cautivos y prácticamente “pulverizados” Afganistán, Irak, desaparecida Yugoslavia y creada una decena de repúblicas enanas (como Montenegro, en donde EE. UU posee la más grande base militar de helicópteros de toda Europa), sometida a nuestra “atracción fatal” Vietnam, en donde nuestros predecesores, R. Nixon y H. Kissinger hicieron temblar a todo el planeta, bombardeada Libia y convertida en escombros, especialmente a cargo de nuestros adalides: el francés Nicolás Sarkozí  y el norteamericano Barack Obama, ¡Premio Nobel de la Paz, a mucha honra!, asesinado brutalmente Kadafi; nuestro “inefable” Caballo de Troya, Israel, ayudando a cuidar Oriente Medio y Próximo y convirtiendo la existencia del pueblo palestino en un infierno; recolonizada gran parte de la desdichada África, humillada y ofendida Grecia por la bancocracia europea, seguros más que nunca en nuestro traspatio, con el ejemplo de México, en donde Ayotzinapa, los cárteles de la mafia, la violencia inaudita, que desde la época de Felipe Calderón hasta el actual “insigne” estadista (¿?) Enrique Peña Nieto, ya llegan a ¡150.000 víctimas!, las corrupciones y privatizaciones, son exclusivamente un espejismo, un invento de los periodistas perversos.

Recuperándose del colapso.      
Muerto Yeltsin, llegó al poder Vladímir Putin, un ex miembro del Comité de Seguridad del Estado-KGB, quien se reveló un político inteligente, firme y decidido a recuperar el poder de la Federación Rusa, la más importante república que formaba parte de la Unión Soviética. Reservado, de pocas palabras, frontal, se empeñó en ese muy difícil reto de poner en pie a Rusia. Cuando terminó su primer período presidencial y fue sucedido por Dmitri Medviedev, los avances eran notables. La recuperación había comenzado alentadoramente en la economía, las finanzas, la producción, la industria y sobre todo la vital cuestión de la defensa. Medviedev terminó con buena nota su período y se presentaba un problema serio, sin duda preocupante: ¿quién debería sucederle en esas condiciones cruciales que vivía Rusia? El problema no era nada sencillo, porque Rusia estaba prácticamente aislada, la mayoría de países que formaron el bloque socialista se integraron al agresivo bloque militar de la OTAN, varios pasaron a formar parte de la Comunidad Europea, como Estonia, Lituania, Polonia, desaparecía Yugoslavia y estos países, con los brazos abiertos aceptaban la instalación de bases militares del imperialismo en sus territorios. En las fronteras asiáticas de la Federación Rusa, también el imperialismo acordaba instalar enclaves militares para rodear a la antigua potencia rival. Con China, el gigante del Lejano Oriente, todavía no se construía sólidas relaciones comerciales, económicas e industriales; estratégico-militares, ni pensar siquiera. En aquellos tiempos todavía vivía el destacado filósofo, sobre todo brillante politólogo y escritor de un estilo elegante, Fédor Mijailovich Burlatski, autor, en unión del famoso historiador Aleksandr Abramovich Galkin, de una singular obra, “El Leviatán Contemporáneo” (Cовременный Левиафан), publicado en ruso en 1985, año en el que, coincidentemente, todavía me encontraba en Moscú, en el Instituto de Ciencias Sociales, por lo que en alguna conferencia que brindó en dicho Instituto (no recuerdo exactamente si fue ahí o en otro lugar), me obsequió esa obra en unión de Galkin, con el correspondiente autógrafo. 
Pero el asunto de fondo con relación a este tema fundamental que tratamos, tiene que ver con el papel de Burlatski con relación a quien debería reemplazar al presidente saliente. Efectivamente, el año 2006 se pronunció públicamente porque Vladímir Putin sea escogido para presidente de la Federación Rusa: “Sencillamente, no veo una real alternativa al presidente Putin”, había manifestado. (Según la semblanza biográfica publicada en ruso, en Wikipedia, 07/12/2014: К Президентской республике. Публвкация на сайте «Ð Ð¾ÑÑÐ¸Ð¹ÑÐºÐ¾Ð¹ газеты» 29.12.2006 г.). Fédor Burlatski, quien falleció el 26 de febrero de 2014, faltándole pocos días para cumplir los 88 años, con su penetrante talento y perspicacia, acertó brillantemente en su recomendación.
El equipo de Putin, con el cerebral Sergei Lavrov en el Ministerio de Relaciones Exteriores, con el mismo Medviedev, como su ministro del Interior,  un Alto Comando de las Fuerzas Amadas muy profesional y un selecto equipo de científicos y técnicos, se dedicaron silenciosamente, sin aspavientos, a la compleja tarea de recuperar el prestigio de sus Fuerzas Armadas, de ponerlas a la par con las de EE UU, y en algunas cuestiones superarlas, sin ninguna duda. Además, acordaron nexos en el campo económico y también militar con China, Irán, los países del BRICS y otros Estados importantes, por manera que EE UU, ya no podía hacer lo que hacía antes con total desparpajo: el papel de gendarme internacional.              
Eso explica la intervención de Rusia en Siria, para combatir a los terroristas del Estado islámico, pero ¡por expresa petición del gobierno de ese país!, al que EE UU y sus obedientes socios de la OTAN, han querido a toda costa liquidarle, como ya hicieron con el gobierno de Libia, para luego entrar al reparto del botín. Obama ha tenido que aceptar que el imperialismo al cual él representa, ya no puede hacer lo que se le antoje, que ya se conforma un mundo multipolar en lo económico-político y militar y que el imperialismo ya no vive la bonanza de años pasados, porque las políticas neoliberales, no son la panacea en las actuales condiciones que vive el mundo. 

El fantasma del terrorismo.
El terrorismo de naturaleza político-religiosa que azota al mundo contemporáneo, ronda por todas partes, por todos los continentes. Nadie se encuentra exento de estos problemas. Pero ahora el turno le ha correspondido a Francia, primordialmente y también a Rusia, con la explosión de un avión personal que mató a 224 personas. Estos crímenes monstruosos han recibido la condena mundial y los pueblos y Estados víctimas de estos demenciales actos, la correspondiente solidaridad. Pero el terrorismo de grupos fanáticos, no surge por generación espontánea y los gobernantes deben encontrar las causas para acabar con este azote de nuestro tiempo. Por ejemplo, ¿por qué los grupos terroristas en estos últimos años provienen generalmente de una rama del Islam y de ciertos países árabes? ¿No tiene una explicación en los horrores que han cometido algunas potencias de Occidente con pueblos como los de Irak, Afganistán, Libia, Siria y otros? ¿Acaso lo que el “dúo del terror”, G. W. Bush y Tony Blair hizo en Irak, fue poca cosa? Se considera que fueron asesinados ¡más de un millón trecientas mil personas y su país convertido en ruinas!, aunque en Occidente jamás hubo condenas de los grandes imperios mediáticos ni manifestaciones de solidaridad pariguales a las relacionadas con la masacre en Francia ¿No fue una de las mayores atrocidades lo que hizo en Libia el otro “dúo” Sarkozí-Obama? No olvidemos que en tiempos de Gadafi, dictador y todo, ¡pero amigo del ex presidente francés y del actual Nobel de la Paz, Obama!, Libia era el país del mundo árabe con el mayor  desarrollo económico y con notables conquistas sociales. Actualmente ese país es una visión fantasmagórica, literalmente, un montón de escombros, sin Estado. En Siria las potencias “demócratas” empeñadas en liquidar a Basar al Ashad, con el pretexto de combatir al Estado islámico, armaron a los terroristas -¡opositores moderados! al gobernante sirio, como dice el inefable señor Barack Obama, el mejor representante que pudieron encontrar las transnacionales y los banqueros de su país-, y estos les han hecho probar su propia medicina. ¿Qué es lo que hace el gobierno judío con el desdichado pueblo de Palestina, ante el celestinaje más atroz de EE UU y las potencias capitalistas de Europa? Les despoja de sus tierras, destruye sus casas, mata a sus ciudadanos, coloniza el territorio que no les pertenece. Y cuando muere un niño, un joven o una anciana por las balas del ejército judío, prácticamente nadie de ese mundo demócrata de Occidente, con las excepciones de rigor, se solidariza con el martirizado pueblo palestino. Los soberbios gobernantes del Estado de Israel, protegidos por el imperialismo, se burlan de cualquier decisión de la Organización de las Naciones Unidas.  
Este es el problema de fondo y latente: lo que las potencias del Occidente cristiano han hecho con algunos pueblos del mundo árabe e islámico. Entonces el terrorismo y los terroristas surgen, se organizan, se arman –¡en ocasiones ayudados por los mismos Estados imperialistas”!-, y matan, sembrando el terror y el sufrimiento de personas inocentes del mundo Occidental. Pero un análisis de esta naturaleza no encontraremos jamás en los grandes imperios mediáticos de Occidente, no porque están afectados de limitados recursos intelectuales, sino de una limitada moral. Ese es el fondo del asunto. Entonces, es necesario cambiar en esta cuestión fundamental.

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