martes, 22 de diciembre de 2015

POR: Felipe Aguilar A.

Publicado en la Revista El Observador (Diciembre del 2015) 

Voces femeninas en la literatura cuencana
Usamos literatura en su sentido más amplio, como letra, es decir, nos referimos a  los libros que, independientemente  de  su género y sus intenciones estéticas, circulan en nuestro medio. En efecto, hoy cuando se patenta  el verbo goglear y se lo conjuga con más frecuencia que amar; cuando Gutemberg parecería que sucumbe ante el poder de Bill Gates y las nuevas generaciones se forman y se educan de acuerdo con su habilidad para conectar y desconectar aparatos, comprobamos, con satisfacción,  que el libro , aunque muchos quisieran verlo difunto, goza de buena salud y que en Cuenca se publica – y hay que aspirar que también se lea – obras de buena factura escritas por mujeres de diversas edades y profesiones, pero unidas por una ética indeclinable: el valor estético y crítico de la palabra.  Nos referiremos, en esta oportunidad, solamente a libros que se han publicado en los últimos dos meses.

Medicina y Música

En Cuenca la medicina no ha estado reñida con las bellas letras. Médicos de altas calidades han dejado también páginas definitivas para el patrimonio literario. Pensamos en Miguel Moreno, César Hermida Piedra y, en nuestros días, Guilermo Aguilar Maldonado Aguilar, César Hermida Bustos, Aurelio Maldonado Aguilar y un nombre femenino de relieve, el de  Magdalena Molina Vélez, nieta de Juventino Vélez Ontaneda, un lojano, pionero del periodismo en Cuenca, injustamente olvidado.   Aunque, de manera fundamental, la existencia de la doctora Molina ha estado dedicada al ejercicio eficiente de su profesión, no ha soslayado la posibilidad de vincularla con sus otras vocaciones, la historia, la poesía, la música.  Tiene algunos escarceos poéticos decorosos, una valiosa recopilación de los aforismos de Hipócrates y un interesante  estudio sobre uno de los hombres más calumniados y, a veces, endiosado, de la historia, el libertador Simón Bolívar. Hoy, la autora, melómana confesa, ha publicado un libro de temática muy antigua, pues los griegos, esos grandes preceptistas  de la historia, ya lo planteaban:    la música como terapia. Aunque algunas aseveraciones puedan ser discutibles desde una perspectiva fríamente científica, la obra, escrita con solvencia y corrección idiomática,  es valiosa en la medida en la que, con sencillez y claridad,  pone al alcance del profano, temas  muy complejos. En definitiva, sin ocultar la intención didáctica y docente, el libro es útil y, aunque parezca que llovemos sobre mojado, resulta saludable y curativo. 

La poesía como magia
La poesía no es necesariamente leguaje críptico que penetra en las zonas más oscuras del corazón humano. La poesía  no es – aunque puede serlo -  tortura y desasosiego. La poesía puede ser sencilla, cándida y alegre   transparencia. Y, al decir, candidez decimos pureza. Y, al decir alegría, decimos amor a la vida. Estas reflexiones vienen luego de la lectura de Viento dorado, un poemario ilustrado escrito por Carmen Lucía Cordero López, quien ve, en la poesía, la posibilidad máxima de comunicación, de tender puentes, de  llegar a la plenitud del ser: Yo he nacido para dos cosas: / acercar distancias 7 y amar la vida, dice la poeta.  Pese a su juventud o quizás precisamente gracias a ella, Lucía Cordero asume los riesgos  de escribir micropoemas – mientras más reducido es el espacio, más delicada es la tarea poética -  pues, encapsular en ellos, la belleza íntima de las cosas cotidianas, junto a una penetración en las realidades simultáneamente fugaces y eternas – el tiempo, el amor -  de la condición humana, resulta labor compleja.  Por otra parte,  “ vinos nuevos en viejos odres”, la joven autora revitaliza tópicos – el carpe diem horaciano, la  rosa, la mariposa, que nos recuerda a la Autobiografía  de Alfonso Moreno Mora, el gran modernista,  bisabuelo de la  escritora – para producir su ópera prima, un mínimo y luminoso  libro, que anuncia buenas y jugosas cosechas, si es que persiste en el duro oficio de escribir. 

 Una investigación necesaria. 
La historia demuestra que la escritura ha sido  zona casi  exclusiva de los hombres. Recordemos como confirmación de este aserto que Aurora Dupín, flor de paradojas: pese a que perdió su sexo para defenderlo; vestía ropa para varones y fumaba unos espléndidos puros;  usaba un seudónimo masculino, George  Sand,  advino   a la inmortalidad como un símbolo del feminismo. Si eso sucedía en Europa, no es difícil imaginar la postergación de la mujer ecuatoriana  en los diversos campos de la actividad humana: la política, la medicina, el derecho, la religión, la poesía. 

Precisamente, el  libro La emergencia del sujeto femenino en la escritura de cuatro ecuatorianas de los siglos XVIII y XIX,  de Alexandra Astudillo Figueroa, analiza los difíciles caminos que las mujeres de nuestra historia tuvieron que recorrer para proclamar el derecho inalienable a expresar por escrito sus ideas, sus principios, sus propuestas. Astudillo, académica de muy alto nivel, Directora del Departamento de Español de la Universidad San Francisco, indaga con lucidez y un muy rico apoyo bibliográfico, en los escritos – poemas, diarios, cartas – de cuatros mujeres,  de quienes teníamos perfiles antojadizos y prejuiciosos. Hoy, gracias al estudio sagaz y meticuloso de Alexandra, tenemos nuevas perspectivas de Catalina  Herrera ( 1717 – 1795 ) la religiosa inmersa entre la disciplina de una monja y sus anhelos de mujer;  de Manuela Sáenz ( 1797 – 1856)  que no fue únicamente la amante de Bolívar, sino una auténtica patriota que defendió con ardor sus derechos, como mujer y como ecuatoriana, en los inestables años de comienzos de la república;  de Dolores Veintimilla de Galindo ( 1829- 1857 ) no solamente la frágil y desprotegida poeta romántica sino una mujer valiente que hace frente a una sociedad pacata e inmersa en el más irritante conservadorismo, para  preservar a la vida y buscar equidad y La Generalita Marietta de Veintimilla ( 1856- 1907 ) que se enfrenta en  sus Páginas del Ecuador, ni más ni menos que al gran insultador de nuestra historia literaria, el insigne Juan Montalvo.      

Los lectores  tenemos marcado recelo e incluso antipatía por los libros académicos, por solemnes y  pedantes,  pero gracias a la diafanidad expresiva de la autora – una verdadera maestra de la redacción – el temor se trueca en interés y leemos sin tropiezos pues la cita bibliográfica siempre es pertinente – para reforzar un concepto o para refutarlo – y recurre al léxico técnico solamente cuando es imprescindible. En suma, un muy valioso libro, incluso por lo coyuntural pues, justo cuando las mujeres ecuatorianas alcanzan posiciones estelares – tres de ellas  presiden el máximo Poder del Estado – se proclama que la principal virtud femenina es la sumisión. El libro de Alexandra nos recuerda – “prohibido olvidar”-  que la mujer jamás ha sido sumisa. Ni conviene que lo sea.   

La poesía como búsqueda.
Tannia Rodríguez posee una muy sólida formación académica en universidades nacionales y del exterior. Con ese bagaje,  su actividad artística se fundamenta en un irrestricto respeto a la palabra. Sabe de su valor, sus desafíos, sus veleidades y por eso, busca seducirlas, recrearlas, combinarlas y hacerlas habitar en un espacio y un entorno grato.   Por ello, El fruto del paraíso, su último libro, solamente viene a confirmar los altos valores estéticos que ya se avizoraban en sus primeros textos.   El  poemario, sin lugar a dudas, tiene unidad temática y, sus diversas partes se integran en un todo armónico, coherente y homogéneo. Esto que, aparentemente, es sencillo, resulta  tarea compleja cuando se trata de asumir conflictos profundos y hurgar en los recovecos de la historia, los mitos y los libros sagrados, desde un yo lírico lleno de incertidumbres y preguntas.   Se trata, por lo tanto, de  un libro original  en la medida en la que se inserta en una tradición, pero para renovarla y  enriquecerla y ha sido saludado en forma entusiasta por  María Augusta Vintimilla, la voz crítica de mayor rigor y autoridad en el Ecuador contemporáneo.  Nosotros, a partir de nuestra experiencia lectora, aseguramos  paladinamente que El fruto del paraíso de Tannia Rodríguez merece ser leído, degustado, evaluado y exige un puesto de importancia en el contexto de  la lirica joven del país. 

Un libo escrito con amor.
Para los que presumen que el arte y el culto a la belleza palpitan en la sangre, la familia Moreno les afirmará, en forma plena, en su creencia. En efecto, son varios los miembros de esta familia que han tenido peso y trascendencia en el devenir de las letras comarcanas: Miguel Moreno, el delicado poeta de Los Sábados de mayo  y El libro del Corazón,  los ensayistas, periodistas y poetas Moreno Mora, Manuel, Vicente  Luis y, sobre todo Alfonso, una de las cumbres del Modernismo en el Ecuador y su hijo  Eugenio Moreno Heredia, conspicuo representante del Elan cuencano, sobre quien, Susana Moreno Ortiz, ha escrito,  con el inefable y profundo amor de una hija, La Biobibliografía. Vivo en Poesía.   No hay que pedirle a la obra precisiones técnicas ni rigor metodológico, por el contrario, se trata  de un libro cálido, íntimo, intensamente subjetivo, guiado por el amor filial, la ternura y la nostalgia. Por eso la recreación de la Cuenca pacata, diminuta y fervorosamente conservadora;  las conmovedoras elegías por los amigos que se adelantaban a la “otra orilla”;  la inclusión de entrañables y, a veces ingenuas, anécdotas familiares y, sobre todo, el rescate de algunos textos inéditos que, resultan aportes definitivos para el acervo poético del país. En fin, es un libro que sin elogios desmesurados, nos presenta la preclara imagen de un poeta de sangre y de un hombre, Eugenio Moreno Heredia, que heredó poesía. Trasmitió poesía.  Y, vivió en poesía.  

En el balance final, hay que decir que el tiempo ha sido pródigo con la literatura escrita por mujeres, en consecuencia, hay que desear que, si así llueve, que no escampe.

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