domingo, 13 de diciembre de 2015

Conciencia

Francisco Febres Cordero
Domingo, 13 de diciembre, 2015 - 00h14


Su sólida formación intelectual, su largo ejercicio académico, sus libros y sus ensayos no lo vuelven tan reconocible para el hombre común como su figura alta, corpulenta, su sonrisa entre desafiante e irónica, y su nariz prominente en cuya punta descansa el frágil armazón de sus lentes de miope y que, por la posición de equilibrio en el que están, resaltan lo que ha pasado a convertirse en una suerte de huella dactilar: sus cejas pobladas que se delinean hasta unirse como si fueran una sola, cualidad que les han merecido el alto honor de ser comparadas con las de Frida Kahlo.
Dice que a él le llama la atención todo el barullo que se ha armado porque, para la aprobación de esas reformas a la Constitución que fueron calificadas como enmiendas, no obedeció los lineamientos de su bancada y votó en contra, razón por la cual fue llamado por el comité de ética de Alianza PAIS, para ser juzgado. Fernando Bustamante apeló al dictado de su conciencia y dijo que vio llegado el momento de dar testimonio de sus valores, mientras añadía que de haber votado de otra manera no habría podido dormir tranquilo el resto de su vida.
Luego de nueve años de colaborar estrechamente con el Gobierno y haber alcanzado las más altas dignidades, de pronto, con la aguda percepción a la que echó mano cuando ocupó el Ministerio de Gobierno, su conciencia –que disfrutaba la molicie de una siesta que parecía interminable– levantó las cejas enmarañadas que cubrían sus ojos, despertó y, tras largo bostezo, puso en entredicho que la comunicación fuera declarada como un servicio público, por ejemplo.
Plácida dormía su conciencia cuando los ataques a los medios de comunicación por los que ahora dice estar velando se volvieron tan irracionales como persistentes, fueron objeto de sentencias firmadas por jueces que las recibieron redactadas a través de un misterioso “chucky seven” y tribunales creados bajo métodos inquisitoriales condenaron a la hoguera a medios de comunicación y a periodistas por el crimen nefando de expresar sus ideas.
Ahora, con su conciencia ya despabilada, afirma que haber acudido al arbitrio de llamar a su suplente (tal como había hecho en ocasiones anteriores) para que votara a favor de las reformas disfrazadas de enmiendas, se hubiera sentido como Poncio Pilatos, lavándose las manos.
Gracias a que su conciencia estaba adormecida no se vio en la necesidad de lavarse las manos cuando la Asamblea incumplía su deber de fiscalización o cuando sus compañeras de bancada expresaron su opinión sobre la despenalización del aborto y fueron sancionadas por ese mismo comité que ahora le juzga a él por el delito de disentir, de pensar libremente, de decir.
Gracias a esa conciencia anestesiada su mano se levantaba automáticamente el instante de las votaciones, aunque con eso se atentara contra los jubilados y se pusiera a la seguridad social en riesgo de desaparecer, y de tantas otras arbitrariedades que se convertían en leyes por imposición de un gobernante egocéntrico, prepotente y autárquico.
Cuando su conciencia parece haber despertado, ojalá pueda contemplar el panorama en perspectiva y comprobar que, con la misma placidez que dormía la suya, duermen las de otros, esos que siguen como Pilatos lavándose sus manos ennegrecidas por la ambición, la concupiscencia y el dinero. (O)

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