domingo, 23 de junio de 2024

 UN APETITO DE DINOSAURIO

René Cardoso Segarra
Un grupo de ciudadanos vemos con preocupación la falta de equilibrios en la relación turismo-cultura-patrimonios en Cuenca, ciudad tan delicada en su personalidad caracterizada, históricamente, por su cultura, las artes, historia, patrimonios. Esta condición reconocida en todo el país ha dotado a la urbe, pese a un intruso indeseable como el centralismo, de un carisma especial que enamora a sus propios ciudadanos y a quienes la visitan. Intruso incómodo, no invitado, que lamentablemente es potencializado por algunos burócratas locales que con sumisión al poder central guardan silencio, encubren y dejan pasar graves irregularidades. Ejemplo claro de lo que indico son algunos edificios públicos que se caen a pedazos por la falta de un mantenimiento básico.
Algunos de estos edificios son contenedores de valores culturales que una vez perdidos no podrán recuperarse. Museos y bibliotecas se encuentran en precarias situaciones. Lo he denunciado en notas anteriores. Edificios y colecciones esperan años por su conservación y restauración. Miles de piezas no pueden exponerse por el avanzado estado de deterioro en el que se encuentran. Procesos elementales como los inventarios han sido enterrados en sistemas centralizados nada amigables o simplemente obsoletos en sus formatos. La falta de centros de restauración con sus respectivos laboratorios de análisis químicos o de imágenes, es evidente. No existe uno solo en Cuenca ni en todo el país. Es algo así como que en una ciudad no tengamos un hospital para atender a sus ciudadanos enfermos. Ya propuse que un espacio adecuado para implementar estos talleres debería ser el antiguo colegio Borja, ahora en abandono y parcialmente ocupado por la Orquesta Sinfónica.
Sorprende, por decir lo menos, la ausencia de planes de manejo del Centro Histórico, así como la inexistencia de políticas culturales locales y de propuestas de gestión sustentable del turismo. Ya vemos que ni siquiera decisiones sagradas, tomadas en consultas populares para la preservación de nuestras fuentes de agua, han sido respetadas.
La última celebración de la tradicional fiesta popular religiosa del Septenario ha evidenciado algunas incoherencias de ciudad. Un concierto multitudinario, extraño por cierto con la tradición religiosa del Corpus Christi, dejó al descubierto una serie de confusiones y carencias de criterios y protocolos en el uso de los espacios del Centro Histórico. Ahora cualquier decisión sobre el manejo de la ciudad tiene una altísima sobredosis política enfocada en el culto a la imagen de sus gobernantes de turno. Y todo se justifica por la “reactivación económica” pero sin considerar en nada otras necesidades como el lamentable estado de los patrimonios culturales de Cuenca. Así el septenario se convirtió en catorceno. Cuenca va por convertirse en la ciudad del eterno festejo, el consumo desmedido, la desmemoria de su cultura e historia.
Un letrero que se encuentra en una de las avenidas de Cuenca, es fiel representación del peligro latente que se cierne sobre la ciudad: un apetito de dinosaurio por lo monetario, la diversión y el espectáculo, en detrimento de los valores de la cultura y del Centro Histórico de una ciudad que hace ya un cuarto de siglo fue declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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