viernes, 7 de junio de 2024

 

De la vicepresidenta Abad y otros demonios

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

Escuché la semana pasada al viceministro de Gobierno, Esteban Torres, alegar que sería nefasto que la vicepresidenta Verónica Abad asuma la presidencia de la República después que el presidente Daniel Noboa pida licencia para candidatizarse a la reelección, tal como ordena la Constitución. Y no podía entender por qué aquello habría de ser una catástrofe, hasta que he escuchado hoy a la señora vicepresidenta anunciar que derogará la subida del impuesto al valor agregado, y que además revisará el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que permitirá al país recibir un crédito de cuatro mil millones de dólares a desembolsarse durante los próximos cuatro años.

Por supuesto tengo claro que ninguna de las dos cosas las pudiera hacer. Primero porque solo la Asamblea Nacional tiene la capacidad para crear o derogar impuestos. Y segundo, porque nada habría ya que negociar con el Fondo Monetario una presidenta temporal. Pero el callejón sin salida que parece suponer su presencia debe obligarnos a pensar sobre lo irresponsable que fue haberla escogido como binomio, y si tiene derecho a ser reelegido una persona que ha demostrado tanta falta de juicio.

powered by 

Yo no recuerdo un error semejante. Ni una relación tan violenta entre un presidente y su vicepresidente en una Historia que ha sido pródigo en enfrentamientos entre ambos mandatarios. Ni León Febres Cordero y Blasco Peñaherrera, que no cesaron de lanzarse improperios durante todo el mandato, a mediados de la década de los ochenta, llegaron a hacerse tanto daño. Noboa ha desterrado a su vicepresidenta. Y bajo el artificio de que la nombraba embajadora por la paz la envió al que era en ese momento el lugar más peligroso del mundo: la ciudad de Tel Aviv, sobre la cual ese momento caían miles de misiles lanzados por la Yihad islámica.

Poco después, el SNAI bajo su dirección, ha enviado a su hijo, acusado de pretender cobrar un soborno de alrededor de mil dólares, a la más severa prisión de máxima seguridad, junto a los más peligrosos asesinos y capos del narcotráfico, con la secreta esperanza, según ha dejado entrever una de las voceras del régimen, de que abandone las funciones en Israel para regresar al Ecuador a socorrer a su hijo.

Para encontrar una relación tan violenta entre un presidente en ejercicio y su vicepresidente, elegido en la misa papeleta, habría que retroceder al cuarto velasquismo, en 1962, cuando tras disolver el Congreso Nacional, el doctor José María Velasco Ibarra ordenó capturar al vicepresidente Carlos Julio Arosemena Monroy al Panóptico García Moreno (entonces un lugar tan temible como es ahora La Roca). La jugada le salió mal (como suele suceder cuando se juega con fuego) y las Fuerzas Armadas terminaron derrocando a Velasco y reconociendo a Carlos Julio que salió del Panóptico a directamente a Carondelet.

Gloria y miseria de una Historia de la que si algo debimos haber aprendido es que las reglas del juego deben respetarse. Nada terrible pasará si la vicepresidenta Abad asume el poder mientras el presidente Noboa se candidatiza para reelegirse. Pero si, abusando del poder, recurre a artimañas para violar la Constitución será señal inequívoca de que no debemos votar por él.

Porque, qué diferencia puede haber en votar por un correísta, o por un anticorreísta que no ha dudado en pactar con ellos, y que se comporta de la misma manera que aquellos a los que dice combatir. Daría lo mismo. Peor aún: el solo haberlo planteado para el debate debería obligarnos a reflexionar y quizás, buscar una tercera opción, un tercer candidato, que enfrente a la mafia del narcotráfico y sus aliados políticos, sin pactar con ellos; que dirija la economía hacia un crecimiento vigoroso; y se comprometa a respetar la ley, los derechos humanos y la Constitución. Sí se puede.

No hay comentarios:

Publicar un comentario