Muchos han resuelto el conflicto ético otorgándole impunidad: la indelicadeza o las acusaciones son menores comparadas con la dimensión de los actos de corrupción y de las cantidades que sus excolegas y excompañeros robaron, en sus narices, supuestamente sin que lo sepa.
Moreno dio un viraje inesperado. Se volvió contra quienes lo hicieron vicepresidente, contra quienes le becaron en Ginebra. Fulminó las pretensiones monárquicas de Correa, desalojó a muchos; no a todos, de los mas rabiosos correístas. Ha mudado la política internacional y las relaciones comerciales e intenta, con tardanzas, otras líneas de gestión económica sin desarmar íntegramente el modelo estatista y persiste en el asistencialismo. Toda esta suma de cambios, que son importantes pero insuficientes en relación con el requerimiento de un cambio estructural, indujo a que el anticorreísmo pliegue a su favor. A su vez, puso frenético al correísmo, volcó en su contra el más abyecto deseo de venganza personal y sedición política. Correa, alma podrida, muestra superior odio a Moreno que el que tendría por su más encarnizado enemigo. Ha demostrado que es capaz de rebajarse aún más de lo ruin que fue durante su presidencia. Sacar las fotos de los archivos digitales de la vida privada de Moreno muestra eso, o reclutar nuevamente como aliados a los traidores retacos de cuerpo y alma. La falta de escrúpulos de personas como Patiño recurrirá a todo medio para lograr venganza. Sin cuartel y sin límites, Correa buscará lapidar a Moreno y retomar el control para evitar juicios, sanciones y gozar de impunidad.
El enemigo de enemigo es mi amigo dicen. Sin más, sin una reflexión de lo naturalmente cínica de esa conclusión, sin reparos o beneficio de inventario, se ha depurado al presidente Moreno de sus culpas, indelicadezas y presunciones. Ahora es amigo y hay que poner cara de pendejo para evitar que inculparle de sus culpas e indelicadezas beneficie al que ahora es su némesis, el retorcido prófugo del ático.
Esa es la nueva polarización: los obsecuentes de la mafia y los traidores a la mafia a la que se han sumado los prácticos de la vida que soslayan el pasado de Moreno, miran de reojo a sus acusadores y arman escudos éticos: ahora es amigo. En el medio, quienes reconocemos sus aportes en cambiar la crudeza del correísmo, en las formas, pero no nos permitimos olvidar las faltas que arrastra de su pasado y complicidad y tampoco las faltas en las que incurre en el presente, somos juzgados como aliados inconscientes de la estrategia sediciosa de Correa.
No parece un ingenuo como para no percatarse de que era parte, pasiva digamos, de una camarilla de saqueo. Luego, para macerar su candidatura se fue a Ginebra con una jugosa subvención de dinero estatal, ordenada por Correa con un decreto ilegal. La vida en Europa fue más sabrosa. De eso ahora le toman cuentas con la lógica extorsiva de quien traiciona a la mafia. En el ejercicio de su gobierno, Moreno se ha rodeado de personajes que provocan dudas. Esta Cuesta y sus inexplicadas relaciones con Manafort, con Cadena y financistas de campaña.
También junto a Moreno hay muchos colaboradores que buscan dotarle de integridad y coherencia. Pero sin la capacidad suficiente para imponer ese propósito en el conjunto de la gestión gubernamental. Las cercanías de esos personajes, aquellos de los vínculos inexplicados y proyectos cuestionados, incrementa la vulnerabilidad de un Presidente que se rifó su capital político y son, parece, quienes más influencia y control tienen sobre la voluntad y decisiones que toma Moreno o que deja que tomen. Ya lo decía Julio César Trujillo, que el presidente depende mucho de algunos asesores y cambia frecuentemente de opinión.
Moreno requiere mayor soporte político por su debilidad intrínseca y porque está obligado inevitablemente a adoptar medidas duras para salvar en algo el desastre dejado por la corrupción de Correa. Reformas para evitar el colapso que son, sin embargo, impopulares y en las que las mentes corruptas del correísmo asentaran un discurso, nuevamente, para destruir a Moreno. Pero ese apoyo no puede ser obtenido soslayando resarcir sus culpas, requerir disculpas, deshacerse de lo que crea dudas. Y no, como ha sucedido: poner al gobierno contra quienes investigan o a defender la honra presidencial sin asumir que la mejor defensa es transparentar las culpas y lavar la cara para que quede fresca ante la opinión pública.
Diego Ordóñez es abogado y político
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