El poder puede ser un monstruo frío. Ese horizonte consume a aquellos que, administrándolo, pierden los límites de la decencia, la ética, lo humano. Stefan Zweig, en Castellio contra Calvino, describió a aquellos “monstruos disfrazados de hombres” que no ceden ni frente a cualquier arranque de humanidad. Para ellos primero está la autoridad, la doctrina, la inquisición antes que la compasión.
El correísmo dio lugar en Ecuador a la aparición de estos seres cuya frialdad solo es comparable con su cinismo. Y pensar que muchos en el país creen que ya no hay que hablar de Correa y su obra demoledora para la política y para las conciencias. Basta ver la agenda de estos días: ¿no tiene que ver con el acuerdo con el FMI? ¿Con Assange? ¿Con el IESS y su quiebra? ¿Con la reconstrucción fallida de Manabí y Esmeraldas a pesar de los tres mil millones de dólares que reunió? ¿Con el debate sobre la suerte del CPCCS? Y así se puede seguir. Tanto, que la pregunta adecuada es: ¿algún tema de esta coyuntura cíclica del país escapa al montaje institucional y a las políticas y actitudes tenebrosas de Rafael Correa?
El más reciente: Edison Cosíos falleció. Lo hizo después de 7 años y siete meses de haber sufrido un disparo de una bomba lacrimógena que provocó la pérdida del 65% de su cerebro. Entonces tenía 17 años. Una bomba disparada, en el interior del Colegio Mejía, por la policía dirigida por José Serrano, ministro estrella de Rafael Correa. Hasta este 16 de abril, solo el amor de su familia le devolvió parte de la conciencia. Sí -dijo algunas veces su madre- él oye, entiende lo que se le dice y responde con señales y gestos. Pero su cuerpo acumuló los estragos de las medicinas y ayer lo abandonó.
Se esperaba por parte de aquellos responsables políticos que tuvieron que ver, de cerca o lejos, con las circunstancias de su muerte un mea culpa. No llegó. Correa puso un tuit en el cual ni se sabe por qué Edison estuvo inconsciente en una cama ni por qué su familia y su madre en particular, cuya abnegación saluda, vivieron a su lado durante casi ocho años. Lo mismo hace José Serrano, quien habla de una tragedia que afrontó para “que ese acto no quede en la impunidad”. No hay asomo de responsabilidad política en sus mensajes. Es claro que no es con ellos. Correa no asume la responsabilidad de haber sido, en aquel momento, Presidente de la República. Serrano no se siente responsable de la policía, de sus acciones, de la violencia que practicó aquel 15 de septiembre de 2011 en la calle y en las instalaciones del Mejía.
La sacralización de aquella violencia, que se esconde tras su actitud, no puede ser más evidente: los dos solo atisban a comentar (ni siquiera lamentan) la consecuencia. El caso de Edison Cosíos delata ese cinismo yerto que tuvo el correísmo para crear una situación de enfrentamiento y violencia en el país, capaz de armar conciencias y manos y llevar a policías y militares a actuar con desmesura. No se hacen cargo de sus palabras y sus actitudes: Correa no da muestras de saber por qué Edison resultó tan gravemente herido en una refriega con la policía en su gobierno. Serrano se comporta como un ser ajeno al evento: la muerte de Edison es dolorosa; tanto como cuando se enteró de la tragedia.
Ninguno se confiesa actor en grado alguno del hecho. Correa ni siquiera se ubica en el mapa de lo ocurrido. Serrano no dice que él pudo evitar esa tragedia, bajar el nivel del enfrentamiento, dosificar el uso de la fuerza. No. Él liquida su responsabilidad endosándosela a un policía que tuvo la mala suerte, o la mala idea, de disparar la bomba lacrimógena a la cabeza de los manifestantes; lo cual no hace parte de los protocolos de conducta en ese tipo de choques. Hay que tener un desdén poco común por la deontología del cargo para conducirse como lo hizo y como lo hace José Serrano. Cualquier ministro, en cualquier país con sentido común, habría renunciado tras ese 15 de septiembre: a eso la gente normal llama responsabilidad política. Serrano no lo hizo y ahora saca pecho porque buscó un uniformado suyo para subir al patíbulo. Esa es la visión de liderazgo que les asiste: usar a sus subordinados como escudo humano.
Seres yertos ajenos a sus responsabilidades y a la ética: el correísmo no acaba de sorprender y mostrar el daño profundo que hizo en la esfera pública y en el cerebro y corazón de sus líderes y adoradores. Edison no es un héroe: fue una víctima de esta raza nueva de monstruos disfrazados de hombres que parió el país en la famosa década.
Foto: fotomontaje 4P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario