jueves, 25 de abril de 2019

¿Por qué ningún político dice la verdad al país?

   en Conexiones4P/Elenfoque  por 
¿Por qué hay esta sensación de déjà vu, de un tema que expulsa a otro de la mirada pública, de un país que corre desbocado en la misma baldosa? Hay, es evidente, un vacío de liderazgo. De norte. De certezas. Por supuesto en el gobierno no se acepta esta tesis y se responde que el país se cansó del tipo de liderazgo de Rafael Correa: un mandatario metido en todo, a toda hora y sobreproducido mediáticamente. Moreno, dicen sus colaboradores cercanos, prefiere hacerlo a su manera.
Sin embargo, el propio Presidente se ha encargado de sembrar otras ideas en la opinión. Quizá la más importante es aquella según la cual está contando los días para irse. Moreno no ha podido salir de esa zona de debilidad política en que quedó parqueado tras su ruptura con Rafael Correa. Y uno de los mayores efectos, en 23 meses, es no haber dicho la verdad al país. El Presidente dora la píldora. Gana tiempo. Todo ocurre (esto es cícilico) como si hubiese un acuerdo tácito entre los electores y el gobierno para manejarse entre líneas. Se dicen las cosas pero no con la crudeza que sus realidades requieren. Se evocan pero no se sacan conclusiones ni se toman los correctivos que esas circunstancias reclaman.
En el país la política funciona como si hubiese licencia para engañar. Para patear el balón hacia adelante con la expectativa, pueril e ilusoria, de que si se ignora la realidad, habrá cómo evitar su carga engorrosa de obligaciones. Correa no dejó la mesa servida, pero ni el gobierno ni la oposición dicen lo que eso representa e implica y los ciudadanos entienden que es sensato reclamar que la era de la bonanza y el derroche se mantengan. El Fondo Monetario hace un acuerdo político con Ecuador y el gobierno entiende que puede decir, y dice, que el acuerdo se logró porque ese organismo reconoció las bondades de su política económica. Y lo más curioso: nadie se da por enterado de que ese acuerdo requiere reformas que el gobierno no sabe cómo logrará, que en la Asamblea nadie sabe quiénes votarán y que la ciudadanía no admitirá.
Engañarse es un deporte nacional que se practica a plena luz del día. Los movimientos sociales preparan protestas contra un gobierno que ellos presumen navega en la opulencia, pero se niega a repartir. Los prefectos, recién elegidos, visitan al Presidente y llegan con un solo pedido: que les pague las deudas de 348 millones de dólares. Los sindicalistas se oponen a la flexibilización laboral (todos buscan otro nombre) y dicen defender a los que trabajan, cuando hay cinco millones de personas que no tienen trabajo adecuado en el país. En el mismo registro, Cynthia Viteri y Juan Luis Morales, elegidos alcaldesa de Guayaquil y prefecto de Guayas no fueron a la invitación del Presidente de la República. ¿Quién habrá dicho a los socialcristianos que este gesto de distanciamiento con Lenín Moreno es altamente rentable para la candidatura presidencial de Jaime Nebot? ¿Habrá dicho a Nebot Jaime Durán (asesor de Paco Moncayo y Jefferson Pérez en las últimas elecciones) que los electores le premiarán por hacer oposición a uno de los gobiernos más débiles del que se tenga memoria? ¿Hay algún mérito en ello? ¿Le habrá aconsejado Durán decir, como efectivamente ha dicho Jaime Nebot, que el FMI “tiene una receta única para todos los males y todos los pacientes, en vez de reducir el peso del Estado obeso, le ajustan el cinturón al pueblo y a los productores» (…)? Por supuesto Nebot no debe recordar que su candidata a la elección presidencial, Cynthia Viteri, ofreció en 2016, que ese Estado obeso creara un nuevo subsidio para regalar electricidad a aquellos que consumen por debajo de 110 kilovatios al mes en la Sierra y 130 kilovatios en la Costa y en Galápagos. Ser generoso con plata del erario no molesta a Nebot. Y echar la culpa al FMI de lo que hizo Rafael Correa tampoco lo mortifica. O dar la espalda a Moreno cuando él lo ayudó a poner donde está y sabe, además, en qué condiciones llegó y en qué estado está el país.
La política es así el arte de mentir, disimular, engañar, dorar la píldora, vivir dando vueltas alrededor de lo mismo, patear el balón para adelante, crear mesas de diálogo para nada, dar la impresión de… No hay quién diga la verdad al país porque, obviamente, ese gesto de salud pública no suma votos. Y mientras ningún político pinte la verdad como es, el país seguirá estancado: electores pidiendo lo imposible. Sindicalistas parqueados en la primera mitad del siglo XX. Militantes de izquierda adorando ideas que producen miseria. Empresarios de algunos sectores pidiendo que el Estado subsidie su actividad. políticos populistas que cambian votos por plata pública, sin que nadie considere que eso debería ser codificado como delito.
Si la política es el arte de cambiar la realidad, en Ecuador mutó: aquí es el arte de crear una realidad paralela (con pleno acuerdo de los ciudadanos) y entre todos jugar a fabricar bombas de tiempo, embelesados con la idea de que nunca explotarán. Políticos y ciudadanos se cuentan mentiras con los ojos abiertos. Todos claman que quieren cambios y todos hacen lo pertinente para que los cambios no se den, sean sostenibles, se vuelvan política de Estado y se hagan en un ambiente democrático y responsable que permita proteger a los más desfavorecidos.
Foto: Presidencia de la República.

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