Poco más de seis años le tomó al gobierno de Rafael Correa destruir al servicio exterior ecuatoriano. Se trata, básicamente, de los seis años en los que Ricardo Patiño estuvo al frente de la Cancillería.
Durante ese tiempo, que va desde el 20 de enero del 2010 hasta el 3 de marzo del 2016, la Cancillería ecuatoriana ha sufrido la transformación y distorsión institucional más traumática desde el año 1941, cuando se produjo el conflicto con el Perú y se refundó el servicio exterior ecuatoriano. Todo o casi todo lo importante y valioso que se construyó desde esa traumática experiencia, se ha destruido durante los seis años de Patiño, según diplomáticos que han trabajado y lo siguen haciendo en la Cancillería y que han pedido a 4Pelagatos no citar sus nombres.
La demolición del servicio exterior ecuatoriano se debe, según estas fuentes, a que Patiño convirtió al Ministerio de Relaciones Exteriores en una plataforma partidista que trabajó en función de lógicas de política doméstica y no exterior. Para algunos, incluso, este enfoque en la política interna está más relacionada con la visión y los intereses que tiene Patiño que con la del Gobierno o el movimiento Alianza País. Y cuando se ha enfocado en temas de política exterior, lo ha hecho desde una óptica ideológica tan sesgada que ha terminado por convertir al Ecuador en un actor internacional poco serio, al que no se le toma en cuenta. Dos ejemplos: el caso Assange o la cruzada para acabar con el sistema interamericano de derechos humanos.
La Cancillería se ha convertido en estos seis años -dice un diplomático de carrera- en el equivalente de lo que era el antiguo Ministerio de Gobierno durante la “larga noche neoliberal”. Es decir, en la plataforma institucional para la negociación de la política doméstica. Para lograrlo, lo primero que había que hacer, y que con gran éxito hizo la administración de Patiño, fue convertir la Cancillería en una oficina para repartir cargos y así granjearse simpatías e incondicionalidades. Un verdadero clientelismo diplomático. Esto explica el crecimiento exponencial del número de funcionarios contratados y del gasto público en este sector del Estado. Según los datos de enero del 2016, la Cancillería tiene 2132 personas. Esta cifra hay que compararla con los 687 funcionarios que tenía en el 2005, según datos de prensa que ya se preocupaba por el incremento.
Una mirada al presupuesto también arroja datos contundentes. El presupuesto ejecutado del 2015, bajo la tutela de Patiño, fue de 160 millones de dólares comparados con los 82,9 millones que el Congreso aprobó en el 2004 durante el gobierno de Lucio Gutiérrez. Si se ve el presupuesto de la Cancillería colombiana, se observa que su presupuesto alcanza más o menos 99 ó 100 millones, una cantidad inferior a la del Ecuador, un país mucho más pequeño y con menos recursos.
Este despilfarro se expresa en contrataciones que, para los diplomáticos consultados, resultan no solo excesivamente costosas sino hasta absurdas. Por ejemplo: la representación diplomática en España. Ahí hay, siempre según los datos de enero del 2016, 94 personas contratadas. En la época en que Francisco Carrión fue Embajador en España había entre 12 y 15 funcionarios en total, y siete, como máximo, en la Embajada en Madrid. Cuando se miran los detalles de esta información los resultados sorprenden. De los noventa y cuatro empleados que el Ecuador tiene en España, 50 trabajan en Madrid (29 en el Consulado y 21 en la Embajada). En Barcelona trabajan 16 funcionarios, en Murcia 13… Otro ejemplo de la generosidad con la que se contrata para funciones en el extranjero es Italia. En Milán hay 23 funcionarios. Las fuentes consultadas sostienen que esos números no se compadecen, ni de lejos, con las necesidades que la comunidad de migrantes ecuatorianos tiene en esos lugares. Básicamente el trabajo al que se dedican los funcionarios en esos lugares es al del activismo político con los migrantes. Además, cada cargo significa un capital político en términos de fidelidades.
Uno de los brazos de política interna, quizá el más importante, es la Secretaría Nacional del Migrante que, desde junio del 2013, pasó a formar parte del Ministerio de Relaciones Exteriores. Es un organismo cuyas actividades no se realizan únicamente en el extranjero sino en Ecuador. Por ejemplo tiene 42 funcionarios en Tulcán, 15 en Ambato, 34 en Manta y 61 en Azogues. Estos números, según las fuentes consultadas, no se corresponden con las necesidades que generan las comunidades vinculadas con los migrantes en esas ciudades. Antes de la existencia de esa Secretaría eran las gobernaciones las que entregaban pasaportes y hacían trámites. ¿Se justifica que haya 42 empleados en Tulcán o 16 en Milagro? ¿Qué hacen? “Política”, responde uno de los diplomáticos consultados.
El Gobierno ha dicho que esta inmensa operación burocrática se justifica por el nuevo escenario internacional en el que Ecuador ha pretendido ser protagonista. Pero los resultados de la diplomacia ecuatoriana no parecen confirmar ese aserto. La última cumbre de la Celac que se realizó en la sede de Unasur, al norte de Quito, parece ser uno de los mejores ejemplos del escaso peso diplomático que este gobierno tiene el concierto internacional. Su pobre convocatoria se expresó en la magra participación de presidentes. En Quito apenas estuvieron 14 mandatarios (los antillanos con subsidio del gobierno ecuatoriano) cuando a las reuniones anteriores en La Habana y San José, Costa Rica, asistieron 33. Pero no solo fue un tema de asistencias. Tras la la reunión no se dio una declaración consensuada y, según diplomáticos que trabajaron en la coordinación de la cita, lo único que hubo es “mucha propaganda, fotos y discursos vacíos de contenido”. Lo que se suponía iba a ser el eje de la reunión y propuesta de Ecuador, la lucha contra la pobreza y la inequidad, no fue siquiera tomada en cuenta para una declaración final.
El ex canciller Francisco Carrión coincide en que la política exterior ha sido liquidada durante la administración Patiño. “La herencia que recibe el nuevo Canciller (Guillaume Long) es pesada, no dispone de un sistema organizacional adecuado para la implementación de la política exterior. Se encuentra destruida su estructura y con un personal profesional desmotivado”, escribió en una de sus más recientes columnas de El Comercio en que también anota, como herencia de este período, la eliminación de la Academia Diplomática. En ella se formaba la diplomacia ecuatoriana y fue reemplazada por un Instituto de Altos Estudios que no cumple con ese objetivo.
La pérdida de peso del Ecuador en el concierto internacional es evidente. Todos los esfuerzos que se dirigieron a construir una arquitectura institucional regional fracasaron: la Alba es ahora un organismo moribundo, Unasur se halla dividida y sin norte y nunca se llegó a consolidar el llamado Banco del Sur. Se suman los escandalosos apoyos a regímenes sangrientos como el de Siria y Corea del Norte en foros internacionales como las Naciones Unidas.
La destrucción del servicio exterior ecuatoriano no se limita a la desaparición del Ecuador como actor serio en el campo internacional, sino en el alto costo financiero que supuso la construcción de un inmenso aparato de política doméstica. Como señala Carrión en su columna los seis años de Patiño fueron “una larguísima noche de desconocimiento, despilfarro y escándalos”. Todo para forjar una plataforma de activismo político al servicio de Ricardo Patiño, flamante Ministro de Defensa.
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