lunes, 28 de diciembre de 2015

¿Gran economista, Presidente?

Por José Hernández

El correísmo quedará en la historia como una maquinaria de forjar mitos. Uno de ellos atañe al Presidente y él lo cultiva con la pasión y con la minucia de un antiguo relojero: ser un gran economista. Modestia aparte, aclara siempre con esas bocanadas de sinceridad que sus contradictores no le reconocen.
En ese papel se instaló Rafael Correa desde que Alfredo Palacio lo nombró Ministro de Economía en 2005. Desde entonces trató a sus pares como ortodoxos roñosos. Simples contadores. Los organismos internacionales mutaron –también todos– en aves de rapiña. La deuda externa la volvió ilegítima. Y los poseedores de bonos los convirtió en pérfidos mercaderes, en seres dedicados a vender la patria…
Desde la Presidencia se dedicó, en tono profesoral, a desasnar a todo el mundo; sobre todo a los economistas. Y con ese aire del tahúr que domina el juego, se empeñó en hacer creer que la bonanza económica –que favoreció a toda América Latina– solo era ecuatoriana y tenía que ver  más con su talento que con la lluvia de petrodólares.
El precio del barril de petróleo a 90 dólares, en promedio, hizo el resto: facilitó la preeminencia total del Estado como actor de la economía, la castración absoluta del Banco Central, la desaparición de todos los fondos de ahorro y contingencia, la creación de nuevos índices de medición incompatibles con los estándares internacionales, la tesis jurásica del desarrollo endógeno…
Los petrodólares auparon esa empresa de derroche destinada a vivir del cuento. Se burló de los ortodoxos que, conociendo los ciclos económicos, insistían en que su gobierno debía adaptar el modelo a la talla real de la economía. No hubo forma: la crisis económica lo encontró dando lecciones y proponiéndose como salvador de la economía de Grecia… Y la vieja izquierda europea, esa de Jean-Luc Mélenchon, le compró el discurso.
La caída del precio de petróleo desnudó el teatro de sombras que el correísmo construyó para perfilar sus mitos. Pero ni eso. Cual artista cinético, sigue  produciendo efectos ópticos para ocultar su retorno, a pie juntillas, a las viejas fórmulas que tanto estigmatizó: hipotecar el país, entregar a dedo pozos petroleros, agravar la deuda del Estado, deber a los proveedores, negar su responsabilidad en la crisis…
Ahora es evidente que no hay gran economista, que no hay milagro ecuatoriano, que el gran profesor solo es bueno cuando las arcas públicas están rebosantes. Su mito duró lo que duró la plata. Correa, el conservador impenitente, usó la franquicia de la vieja izquierda que nunca ha sabido producir riqueza y es experta en socializar la miseria.
Esa es otra factura para la vieja izquierda que lo acompaña. Su paso por el poder muestra la impostura de sus discursos. Correa, que navega entre capillas políticas, sigue usando los reflejos condicionados de esa izquierda autoritaria y burocrática que solo sabe hurgar en los bolsillos de los ciudadanos formales para sostener su clientela política. La creatividad de la que hace gala solo es eufemística: consiste en cambiar de nombre las recetas tradicionales para reivindicar a voz en cuello que son revolucionarias. Ese es el gatopardismo.
El fin del mito no hunde solamente a Correa: deja sin piso a esa izquierda (la vieja derecha administra otras taras) que pretende gobernar usando el discurso anticapitalista, antipatronal, antilucro… y que no tiene respuestas para la sociedad contemporánea. Correa por ejemplo estigmatizó el acuerdo comercial de Colombia y Perú con Europa. Recitó la prédica de la vieja izquierda. Y tras casi cuatro años, requirió el apoyo de esos dos países para subirse en el tren. ¡Cuatro años perdió el país con Europa!
El derrumbe del mito correísta, del gran economista, de la vieja izquierda productora de milagros económicos, del correísmo como vehículo hacia un futuro radiante… implica, al fin, la caída del Muro de Berlín en Ecuador. Que esto ocurra 26 años después de ese hecho histórico, da cuenta de dos realidades inquietantes: un retraso conceptual y político monumental en Ecuador y una miseria escandalosa que puede ser (y ha sido) instrumentalizada por la vieja derecha y la vieja izquierda: las dos populistas, las dos autoritarias, las dos convencidas de que la sociedad solo es un cascarón vacío.
¿Gran economista, Presidente? ¿Todavía se lo cree?

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