martes, 15 de diciembre de 2015

La retirada del caudillo

Felipe Burbano de Lara
Martes, 15 de diciembre, 2015 - 00h07


Mientras el vicepresidente, el canciller y el ministro de Finanzas viajan desesperados a conseguir dinero en China para cubrir las urgencias económicas de fin de año, el caudillo aprovecha los honoris causa que viene recibiendo para proclamar –urbi et orbi– los históricos logros de la revolución ciudadana. Mientras en el país no hay dólares para pagar los sueldos de la burocracia, y la economía se desinfla a un paso vertiginoso, Rafael Correa no hace sino elevarse a los altares, proclamar su grandeza, su inteligencia y condenar las mediocridades nacionales.
Se ha instalado una honda esquizofrenia política en la escena nacional. Ahora que no será candidato presidencial en el 2017, hemos empezado a vivir el retiro del caudillo: será largo, insufrible, plagado de ceremonias para consagrarlo como el relevo de Alfaro en la historia política del Ecuador. Si la figura del Viejo Luchador actuó como una sombra durante al menos la primera mitad del siglo XX, Correa aspira a que la suya lo sea por algunas décadas en el siglo XXI. Cada homenaje será, como lo fue el de la Universidad Claude Bernard, escenario para contrastar su grandeza con las mediocridades nacionales. Mientras soy el primer político internacional en recibir un honoris causa en dicha universidad, en Ecuador me toca lidiar con las mediocridades de los Pérez Guartambel y las Lourdes Tibán. Una arrogancia mayor a toda forma oligárquica de dominación política.
La mirada dual de su grandeza y la mediocridad de los otros marcará el largo retiro. Por un lado, fiestas y ceremonias en cada pueblo de la patria a la que tanto amó, para expresarle agradecimiento eterno; por otro, castigos a los enemigos, reformas pendientes dentro de su socialismo del siglo XXI, y blindaje de la revolución ciudadana. Podemos anticipar lo que se vendrá el próximo año en el espejo de las transiciones argentina y venezolana. Mientras los kirchneristas boicotean desde el inicio al gobierno de Macri, y Cristina Fernández se despide como la nueva Eva Perón; los chavistas, derrotados sin atenuantes en la elección parlamentaria, hablan de contrarrevolución. En el camino, Correa se une al coro chavista para calificar a quienes ganaron en las urnas de golpistas. Todos comparten la misma visión mesiánica: después de nosotros el diluvio o los contrarrevolucionarios.
Pues esa será la triste tarea de Correa: despedirse un año entero y al mismo tiempo impedir que todo cambie; o la continuidad a través del sucesor escogido, o la desestabilización, como ya lo anticipa con la amenaza de la muerte cruzada. No hay relevos democráticos posibles con quienes se creen, a pesar de las evidencias, llamados a gobernar por 300 años. Si la mediocridad de los electores los coloca por debajo de la grandeza de los procesos abiertos por los populistas del siglo XXI, pues seguirán hablando en nombre de unas entelequias llamados pueblos en eterna lucha por liberarse. Hablarán desde el mesianismo populista y no desde el pronunciamiento concreto, claro, incontrastable, de los electores en ejercicio de sus derechos políticos.
Mientras sus ministros mendigan recursos en la China para cubrir los huecos del gran despilfarro petrolero, el caudillo ha iniciado, en la intimidad de sus abismos personales, la construcción de su propia grandeza. Esquizofrenia política en altas dosis. (O)

No hay comentarios:

Publicar un comentario