miércoles, 25 de octubre de 2023

 SIN TETAS NO HAY PARAÍSO 

GK- Norman Wray - 24 de octubre del 2023


En 2006, una producción  colombiana le explicó al mundo lo que Colombia vivía —y aún vive— por la influencia narco. Se llama Sin tetas no hay paraíso. La serie toca varios temas, y todas sus historias y personajes sacan a la luz algo que se construyó a través del tiempo, resultado de una sociedad que toleró la ilegalidad y su influencia en la cotidianidad de todos los días: la cultura traqueta.  

La cultura traqueta es aquella en la que a los ciudadanos no les preocupa saber de dónde viene el dinero ni se preguntan porque su mesías tiene tanto, explica Daniel Mejía Lozano en el portal colombiano revistalacomuna.com. 

Desde la década de 1980, Colombia empezó a hundirse en la cultura traqueta cuando aceptó socialmente prácticas mafiosas, germinadas en la ausencia del Estado y el crecimiento de la desigualdad social. 

Disfrazadas de filantropía y compromiso social, personajes que se crearon (y se creyeron) héroes criollos, ayudaban a las personas más pobres. Al mismo tiempo, tenían la frialdad de ordenar atentados con explosivos en centros comerciales o la muerte de decenas de seres humanos en accidentes de dudosa explicación. 

La estrategia de los capos, se concentró en acumular poder y erigirse como ejemplo de éxito social y mantener el negocio de la producción y exportación de cocaína a los centros de consumo mundial y evitar su extradición a los Estados Unidos. Nombres como los del “Patrón” entran en esa lista, que es larga y se llena de dones, capos, jefes, divas del narcotráfico, entre tantos otros. 

Omar Rincón analiza el tema en un artículo de la revista Nueva Sociedad Lo narco, dice, “no es solo un tráfico o un negocio; es también una estética, que cruza y se imbrica con la cultura y la historia de Colombia y que hoy se manifiesta en la música, en la televisión, en el lenguaje y en la arquitectura”. 

Hay una “narcoestética ostentosa, exagerada, grandilocuente, de autos caros, siliconas y fincas, en la que las mujeres hermosas se mezclan con la virgen y con la madre”, explica Rincón. A lo mejor, argumenta el artículo, “la narcoestética es el gusto colombiano y también el de las culturas populares del mundo. No es mal gusto, es otra estética, común entre las comunidades desposeídas que se asoman a la modernidad y solo han encontrado en el dinero la posibilidad de existir en el mundo”.

De esa forma, legitimaron la idea de que no importa de dónde viene el dinero, mientras venga. El triunfo de la cultura traqueta. 

COMO EJEMPLO ATERRADOR SE VE EN LA SERIE, ENTRE OTRAS COSAS, COMO LOS CUERPOS NO VALEN NADA, MENOS AÚN LAS PERSONAS QUE VIVEN EN ELLOS. EL DINERO MODULA EL COSTO DE ESOS “PEDAZOS DE CARNE” —POR LO GENERAL DE LAS MUJERES, EN UN MERCADO QUE SUBE EL PRECIO DEPENDIENDO LA ESCALA SOCIAL DEL OBJETO DEL DESEO DEL PATRÓN. A CUALQUIER PRECIO. 

Ahora, al parecer, los ecuatorianos, desde edades tempranas y en su cotidianidad más básica, aprenden socialmente que el poder es una herramienta de abuso de un ser humano sobre otro, mediado por un precio en efectivo. Se empieza a legitimar una forma de vida riesgosa pero lucrativa. Como decía el académico Omar Rincón: “Una cultura del todo vale para salir de pobre, una afirmación pública de que para qué se es rico si no es para lucirlo y exhibirlo”. 

Si esto siempre ha sido un problema, ahora vivimos la misma situación agravada por los estilos de vida impuestos por el crimen organizado y su fuerza para meterse silenciosa pero totalitariamente en la cotidianidad. 

Así las traquetas, la violencia, el dinero fácil a cualquier precio, la forma de vida mafiosa, se vuelven medio de supervivencia y ascenso social. “Sicario es el joven que vive de matar por encargo, quien vive poco pero a gran velocidad y con mucha adrenalina, que mata y se juega la vida para dejar con algo a la cucha [la mamá]”, explica Omar Rincón. “Sicario es quien mata por trabajo, reza a la virgen, adora a su mamá, tiene novia pura y amante hembra. Sicario es quien afirma que «madre solo hay una porque padre puede ser cualquier hijueputa»”, dice Rincón.  

Rincón recurre a Salazar para explicar que la narcoestética consiste en “buena pinta, buen charol, buena nena”. Rincón concluye que es una estética “hecha del collage entre ‘budas generosos, porcelanas chinas, estatuas de mármol, muebles Luis XV, pinturas fosforescentes”, y “galofardos” —esos “guapos apasionados” por la música antillana, el tango y los pleitos de honor y la venganza.

En Ecuador, la  interacción del tejido social solidaria está siendo desplazada por  la desesperación de la soledad que sufre nuestra población más pobre, por la exacerbación de las desigualdades, que, además, la pandemia del covid-19 ayudó a profundizar. 

Así, se abona todos los días el terreno para que la cultura traqueta siembre sus valores con más fuerza en comunidades desarticuladas y abandonadas a su propia suerte.


No va a ser posible afrontar el drama del Narcoestado, con una sociedad que acepta esos códigos como naturales, cotidianos, peor aún, que los ve como modelos a seguir. Hay un problema de fondo cuando vemos que nuestros jóvenes empiezan a llevar con orgullo la camiseta con la foto del capo famoso de turno. 

El personaje elevado a héroe por la tele y las plataformas de entretenimiento, reproduce y alimenta el mito, el referente, la cultura hace extrañar hasta los estampados de Bob Esponja. Pues si es verdad que tenemos los políticos que nos merecemos, y que los políticos surgen de lo que da la tierra, no nos asustemos entonces cuando ese liderazgo en el Estado nacional o local, sea una muestra más del traqueterismo instalado como una forma de vida.

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