miércoles, 18 de octubre de 2023


CRONICA DE UN DELITO DE BLANCOS 

 PROLOGO 

Por Alberto Acosta


La corrupción se ha transformado en un tema de urgente actualidad en el Ecuador. Los medios de comunicación están llenos de denuncias y escándalos. Sin embargo, a pesar de la creciente difusión, en pocas ocasiones se realiza un análisis profundo sobre este fenómeno social y menos aún se llega a alguna sanción. La mayoría de las veces las denuncias que devienen escándalos son olvidadas por la llegada de nuevos escándalos, con lo que la corrupción se complementa con una rampante impunidad. En esta oportunidad Diego Cornejo Menacho, uno de los investigadores periodísticos más perseverantes y profundos, nos 7 ofrece una crónica pormenorizada de un delito de blancos. Una crónica apasionante sobre la aritmética del poder, en la cual la suma del despilfarro y del cinismo pretende ser minimizada o aún anulada, restando las responsabilidades en el marco de leyes insuficientes y confusas. Operación en la cual también se resta desde el exterior, a través de un "asilo político", que hoy sirve para proteger a un reo de la justicia... En concreto estamos frente a un delito de blancos, digámoslo más claramente de "cuello blancos", que implica a la cúpula del poder gubernamental, empezando por su vicepresidente, ahora prófugo. Y, a pesar de su resonancia, este es un delito que aparece condenado a la desmemoria, perdido en los vericuetos legales que no desembocarán en una sentencia legal contra sus implicados. Algo que no es inédito en nuestra República. Cuántas veces los implicados en un atraco, pasado el tiempo de la prescripción o aún antes, retornan libres de cualquier sospecha, envalentonados para volver a figurar en la vida pública: en la acción política, en la gran empresa, en los mismos medios de comunicación... Si pudiéramos escribir una historia de la corrupción y de su complemento, la impunidad, ésta sería una suerte de telón de fondo del devenir en nuestra sociedad. Corrupción e impunidad que serían impensables sin el cinismo y la prepotencia. A tal nivel hemos arribado que hay quienes reconocen haber realizado prácticas corruptas y que, al mismo tiempo, intentan erigirse como campeones en la lucha contra la corrupción: basta observar la actuación del propio ex vicepresidente de la República, Alberto Dahik Garzozi, quien pretendió liderar una gran campaña en contra de los corruptos al tiempo de aceptar públicamente que su Gobierno, en repetidas ocasiones, tuvo que recurrir a arbitrios poco santos, digámoslo mejor, corruptos, al ceder ante diversas presiones políticas o chantajes, según sus diversas versiones, destinados a impulsar su programa "modernizador", entre otros a aprobar la ley que permita privatizar la Empresa Estatal de Telecomunicaciones o a reformar la Ley de Hidrocarburos, con el fin de crear las condiciones para que las transnacionales del petróleo sienten sus bases oligopólicas en el mercado doméstico. Y este personaje poderoso, el de mayor trascendencia e influencia en el Gobierno de Durán Ballén, desde su autoexilio en Costa Rica, luego de recibir el malhadado asilo, no tiene empacho en afirmar que "no me arrepiento de lo que dije y si se presenta la oportunidad, lo diré las cien veces que sea". 8 El pez por su propia boca muere, demuestra Cornejo en su texto. El autodenunciante, que presidía el Consejo Directivo de Transparencia Internacional, una organización creada para combatir globalmente a la corrupción, acató, además, una norma generalizada en los diversos gobiernos del mundo: en sus acusaciones de corrupción no asomaron sus correligionarios y tampoco sus compañeros de régimen, sino exclusivamente los opositores... Y por igual, cual si fuera otra norma del oficialismo de todo tiempo y lugar, los allegados a Dahik, empezando por el propio presidente, echan tierra sobre los escándalos propios y desatan presiones para propiciar su olvido. Lo cual es factible por la debilidad de las instituciones y la fragilidad de la trama social. Lo notable de este delito de blancos, deshuesado meticulosamente por Cornejo, es que en pocas ocasiones como en ésta hemos registrado una situación de corrupción tan flagrante como el manejo de los gastos reservados de la Vicepresidencia de la República: apenas una tercera parte del problema, en tanto faltaría por indagar el destino de los gastos reservados de la Presidencia y del Ministerio de Gobierno; no se diga los gastos reservados correspondientes a anteriores administraciones. Un acto de corrupción indudable y no solo por estar vinculado al mal uso de recursos económicos o porque habría provocado una serie de violaciones, susceptibles de ser castigadas legalmente. Insisto, la corrupción no consiste sólo en la comisión de actos ilícitos, que competen a los tribunales, o en el simple mal manejo o malversación de recursos económicos. La corrupción, en una amplia definición cultural, es la esencia del abuso del poder e incluye también actos incorrectos, aunque éstos no sean antijurídicos. Incluye, por tanto, abusos económicos, sociales y políticos, sea en la órbita estatal o privada. Y en este caso, que lo recordaremos simplemente como el caso Dahik, se sintetiza lo ilícito y lo incorrecto. En tanto representa un claro abuso del poder público, que alcanzó un inusitado nivel en manos del vicepresidente Dahik. Abuso destinado a provocar una serie de transformaciones para reorganizar la sociedad y la economía en función de objetivos aperturistas y liberalizadores a ultranza, útiles a los intereses de reducidos grupos dominantes y de sus aliados externos. Abuso que favoreció a sus allegados políticos y religiosos. Abuso que, también, habría funcionado en beneficio particular de Dahik, de sus amistades y familiares. A pesar de su singularidad, no es un acto de corrupción aislado el que nos preocupa. Hay que ubicarlo en un contexto de multiplicación 9 de casos corruptos, en un ambiente de clara consolidación del individualismo y de una extrema valoración del dinero. En un ambiente donde la modernidad justifica los medios, permitiendo que demasiadas personas den muestras públicas de un endurecimiento de su percepción sobre lo corrupto. Tanto, que algunos pretendieron voltear apresuradamente la página del caso Dahik para no afectar la estabilidad económica, otros no siquiera encontraron motivo de crítica en la actuación del vicepresidente y no faltaron algunos -como el cardenal- que se solidarizaron con el vicepresidente. Sin embargo, así como afloró el declive moral o la simple conveniencia crematística, experimentamos también una suerte de progreso social que no podemos negar y que debemos destacar. En esta ocasión, "los medios de comunicación del Ecuador, y diversas organizaciones sociales, jugaron un papel importante para que los presuntos delitos cometidos en el manejo de los fondos reservados de la Vicepresidencia de la República fueran puestos en evidencia y sometidos a los procesos político y penal". Esta acción - según Diego Cornejo- articuló la opinión pública "que, a la larga, imposibilitó que la verdad se esfumara en arreglos de personajes 'notables' y que se mantuviera en reserva, bajo la protección tutelar del presidente de la República, Sixto Durán Ballén, en una inexpugnable bóveda del Banco Central del Ecuador". Episodio que constituye otro de los capítulos bravos de este libro. Libro escrito con fuerza y singular agilidad, que se inscribe como un texto de obligada elaboración para consolidar la democracia. Sí, la democracia. En tanto ésta no se caracteriza por la ausencia de corrupción, sino por la forma en que la hace frente. Y, también, por supuesto, por la forma en que se la sanciona. Importa, entonces, rescatar la democracia, nuestro frágil y a veces tan vilipendiado proceso democrático, como un espacio donde pueden aparecer y ser denunciados los escándalos de la corrupción. Allí, a pesar de todas las limitaciones, hay posibilidades para descubrirlos y combatirlos, aún en los casos cuando en éstos están involucradas las altas esferas del poder. Si profundizamos nuestra reflexión desde la democracia, podemos llegar a una serie de conclusiones renovadoras. En especial cuando nos adentramos en la corrupción del poder. En ese terreno, la corrupción, desde esta perspectiva democrática, no sería otra cosa que la privatización del poder, en la medida que un burócrata del nivel que sea, o indirectamente un agente privado, instrumenta el 10 aparato estatal y sus recursos -los gastos reservados en el caso Dahik- para su beneficio particular o de clase. Entonces, el punto de partida pasa por descubrir e individualizar estas prácticas corruptas, que dependen de mecanismos que garantizan no sólo su funcionalidad sino también su ocultamiento y olvido. Por eso resulta imprescindible reforzar la transparencia y la memoria, como medios para robustecer los espacios orientados a combatir la corrupción individual y la institucional. Entendiéndola en su verdadera magnitud y comprendiendo sus repercusiones, para no quedarnos en la simple denuncia de los culpables y menos aún solo para contribuir a un vulgar ajuste de cuentas entre compadres resentidos: hipótesis de la venganza, que también encuentra cabida en estas páginas de Cornejo. Busquemos la verdad y apoyemos su difusión. Que el control social se concrete en primera línea a través de la opinión pública, con una auténtica de libertad de prensa y de independencia para los medios de comunicación. Permitamos a los comunicadores sociales el acceso a la información. Acabemos con toda forma de secretismo. En este empeñó la transparencia y la memoria asoman como las herramientas de mayor importancia. La transparencia desbrozará el camino si queremos que la corrupción sea la excepción y no la norma. Y la memoria impedirá que la corrupción encuentre su asilo en la impunidad... Entonces, para no perder el sentido de violación moral del caso Dahik, sobre todo cuando la violación política no fue censurada por el Parlamento y la violación legal al parecer no encontrará una salida adecuada, es preciso recurrir a este tipo de investigaciones periodísticas que garanticen la sanción moral a los actores, tanto como a sus pretensiones. Reportajes como éste, de Cornejo, facilitan no solo un expansivo e intensivo conocimiento de los casos de corrupción, sino que ofrecen elementos para combatirlos. Son instrumentos para alertar y comprometer a la sociedad sobre la necesidad de enfrentar a la corrupción y a sus vapores. Un esfuerzo que crecerá en el futuro, en la medida en se multipliquen trabajos como éste y en tanto nuevos investigadores, contando con el respaldo de los medios de comunicación, refuercen esta tarea. 20 de abril de 1996

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