martes, 31 de octubre de 2023

 

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Por Elda Cantú

Senior News Editor, Latin America

La mañana del miércoles, cuando el huracán Otis acababa de tocar tierra en Acapulco, en la costa del Pacífico mexicano, muchas personas intentaron comunicarse con el puerto. Pero la tormenta categoría 5 había dejado sin electricidad ni comunicaciones a la ciudad de más de 850.000 habitantes.

Andrea Flores, una residente de medicina originaria de Acapulco, despertó en Monterrey, en el norte de México, con una sola preocupación: ubicar un radio de onda corta.

La madrugada anterior, Andrea había hablado con sus padres por teléfono. Estaban guardando enseres y planeaban resguardarse en un baño de su vivienda con los cuatro gatos de la familia. Su madre “estaba muy consternada porque los vientos estaban súper fuertes”, me dijo vía telefónica. Los vientos de Otis superaron los 260 kilómetros por hora.

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Horas después, ante la ausencia de noticias, Andrea reclutó a un amigo en su búsqueda: “Necesito que me consigas un radio”. Ella había crecido viendo el equipo y escuchando anécdotas de su padre, Marco Antonio, un ingeniero radioaficionado, y tenía la corazonada de que él buscaría contactar a sus colegas. Para ellos, “es una obligación poder estar en contacto”, dijo Andrea, y ayudar a la comunicación “cuando no hay ni luz ni internet ni teléfono”.

Y, ahora, la ciudad estaba en esas condiciones. “En todo Acapulco no quedó un poste de pie de las líneas de la Comisión Federal de Electricidad, muy impactante”, dijo el jueves el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina.

En WhatsApp se formaban grupos de personas que buscaban a sus familiares. Los medios de comunicación trataban de contactar a los reporteros de la zona. Las carreteras estaban afectadas por derrumbes e inundaciones y llegar era difícil.

“Es un caos”, le diría el viernes un integrante de Protección Civil a Emiliano Rodríguez Mega, reportero del Times en un albergue de la ciudad. “Es un desastre Acapulco”.

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Una mujer caminaba el domingo por una calle enlodada en Acapulco. Encontrar alimentos en la ciudad es difícil, aunque el gobierno está comenzando a distribuir provisiones.Alexandre Meneghini/Reuters

En Monterrey, la búsqueda de Andrea se extendió por las universidades, donde algún laboratorio tal vez contara con un equipo. Y gracias a la sugerencia de un taxista, llegaron a un taller de reparación electrónica, y de ahí siguieron la pista de una antena hasta la casa de un radioaficionado que ayudó a pasar la voz entre más compañeros.

Ese mismo día, apenas a horas de la tormenta, Andrea supo a través de una cadena de desconocidos que su papá había logrado conectarse gracias a una batería de auto.

En Querétaro, en el centro del país, Rubén Navarrete empezaba a operar la estación control de la Red Nacional de Emergencia de la Federación Mexicana de Radioexperimentadores, un grupo de voluntarios que compiló una lista de personas que buscaban a sus seres queridos en Acapulco y de damnificados que deseaban contactar a sus familiares.

El viernes, cuando me comuniqué con Navarrete por teléfono, en varias ocasiones paró nuestra conversación para atender las transmisiones. Me dijo que en ese momento los integrantes de la red tenían una lista de más de 100 personas que pedían comunicarse. Las cifras oficiales daban cuenta de decenas de muertos y apenas un puñado de desaparecidos. Los radioaficionados estaban atentos a Marco Antonio, el padre de Andrea, en Acapulco.

Secuelas del huracán Otis en el barrio de Progreso, en Acapulco, México el lunesQuetzalli Nicte-Ha/Reuters

“Con un alambre improvisó una antena y cada X tiempo se comunica por radio”, relató Navarrete. Le daban información y él, “con sus propios medios”, iba a ubicar a las personas que le indicaban y ellos, a su vez, contactaban “a las personas que tenemos para avisarles que sus familiares están bien”.

Navarrete ya había llamado a una mujer mayor en EE. UU. para decirle que su hija estaba a salvo y había ayudado a alertar a las autoridades de que una comunidad requería atención médica. Pero él y sus compañeros —todos voluntarios— estaban preocupados porque no sabían si Marco Antonio Flores tendría combustible para sus búsquedas.

Y es que en todo el puerto, no solo hacía falta gasolina. Sin servicio eléctrico tampoco había servicio de agua. Y muchísimos supermercados y tiendas de conveniencia habían sufrido saqueos. Las fuerzas armadas habían empezado a repartir comida y agua pero no era suficiente. Muchas personas se preguntaban por qué el huracán había sido tan sorpresivo. Otras decían que los esfuerzos del gobierno no eran suficientes.

“Esto es un colapso total”, le dijo a Emiliano uno de los más de 2000 electricistas que trabajan allá para restablecer la energía. “Es como hacer una infraestructura nueva”.

La recuperación de Acapulco será larga. El 80 por ciento de los hoteles, cruciales para una economía que prácticamente vive del turismo, estaban dañados, según las autoridades. Se prevé que algunos negocios no volverán a abrir.

En medio de ese escenario, añadió Navarrete, era “motivante” que alguien como Marco Antonio “empiece a improvisar y a tratar de ayudar a su comunidad”.

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