Jaime Chuchuca Serrano
De los cuatro volúmenes que conforman la obra de Michael Mann, The sources of social power (Las fuentes del poder social), hoy me quiero referir a un par de ideas del último tomo de esta obra monumental que abarca las globalizaciones de 1945 al 2011.
Mann sostiene que la conexión entre el keynesianismo y el neoclacisismo parió al neokeynesianismo, y de los resultados de este surgió el neoliberalismo. El neokeynesianismo fue un producto de la lucha de clases después de la segunda guerra mundial. Por miedo a las revoluciones políticas en el mundo occidental y en Japón, se buscó el pleno empleo, la redistribución estatal por tributos, la sindicalización, la negociación colectiva y el Estado de Bienestar. “Esta fue la edad de oro del capitalismo”, musita Mann. El giro neoliberal surge como una reacción al neokeynesianismo y a las políticas de la Industrialización por Sustitución de Importaciones, que hicieron un énfasis en el Estado para el desarrollo del capitalismo.
El neoliberalismo envuelve el fundamentalismo de mercado: sacraliza el poder económico y la eficiencia de las empresas, estigmatiza al Estado y las organizaciones colectivas, desregulan los mercados laborales y totemiza las privatizaciones. El FMI, el BM, los bancos internacionales y varios medios de comunicación se convierten en cardenales del dominio transnacional sobre lo nacional.
Ahora bien, sugiero que probamente se puedan sacar lecciones de las 4 debilidades históricas del neoliberalismo que resume Mann: primero, el origen histórico social de los mercados y la intervención del Estado en su construcción como lo dijo Polanyi. Segundo, el neoliberalismo como una ideología utópica que busca un mercado autoregulado sin ninguna ley real de la sociedad, pero que reside en los pactos de los más poderosos. Tercero, el neoliberalismo distribuye el poder en los monopolios y oligopolios, quienes concentran la mayoría de los recursos. Y cuarto: el neoliberalismo subordina todo el poder a la economía; los bancos y corporaciones actúan con el mayor autoritarismo. La mayoría de Estados, escribe Mann, son más democráticos que cualquier corporación. “No puede haber democracia genuina sin controles políticos al autoritarismo económico”. Concluyo preguntando: ¿será que los controles políticos latinoamericanos están preparados o pueden superar el autoritarismo de los mercados?
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