lunes, 20 de mayo de 2019

JUAN CUVI
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Pedagogía de la vileza
¿Sorprende la visceral reacción de los correístas obtusos a propósito del quebranto en la salud de Julio César Trujillo? No. Una década de agravios públicos desde el poder naturalizaron una pedagogía de la ruindad. La población terminó creyendo que la autoridad trae implícita la potestad para ultrajar al prójimo. No se diga los fanáticos seguidores del caudillo.
El escenario se vuelve aun más impúdico por las connotaciones que tiene. Los agitadores a sueldo del correísmo quieren exorcizar su cobardía agrediendo a un anciano. Se aprovechan de los espacios democráticos que ellos mismos clausuraron durante diez años. Disfrazan de agresividad su crónica sumisión. Se envalentonan con los más débiles.
En el fondo, lo que les atormenta del papel cumplido por el doctor Trujillo es que desnudó su impostura. No solo sacó a la luz las inmoralidades cometida durante diez años, sino que ridiculizó los embustes de una serie de personajes que se aprovecharon de un falso discurso de izquierda para sacar provecho personal. El socialismo verde-flex fue las estrategia más hábil y eficiente para crear una casta de nuevos ricos. Tal como lo hizo el velasquismo por cinco veces consecutivas.
Les duele haber perdido un jugoso amamantamiento. Les aflige constatar que el retorno se vuelve cada día más lejano e improbable. Les apesadumbran las evidencias cada vez mayores sobre el atraco perpetrado en contra de los fondos públicos.
CORREA CREÓ UN SISTEMA DE ENVILECIMIENTO POLÍTICO POCAS VECES VISTOS EN LA HISTORIA ECUATORIANA. HIZO ESCUELA. TAL VEZ PARECIDA A LAS QUE EN SU MOMENTO IMPUSIERON GARCÍA MORENO Y VEINTIMILLA. CERRAR LA BOCA Y LLENAR LAS FALTRIQUERAS, JUSTIFICAR LOS ABUSOS HASTA LA OBSCENIDAD, CERRAR LOS OJOS FRENTE A LA CORRUPCIÓN.
Correa creó un sistema de envilecimiento político pocas veces vistos en la historia ecuatoriana. Hizo escuela. Tal vez parecida a las que en su momento impusieron García Moreno y Veintimilla. Cerrar la boca y llenar las faltriqueras, justificar los abusos hasta la obscenidad, cerrar los ojos frente a la corrupción. Todo barnizado con un grandilocuente discurso revolucionario, que confería heroicidad a una pedestre conducta delictiva.
Si la militancia correísta permitió tantas irregularidades es porque obtuvo a cambio lo que nunca habría alcanzado por mérito. Cargos, prebendas, ingresos, reconocimiento, viajes… la lista de beneficios es interminable. Y la retribución fue siempre la misma: una incondicionalidad que llegó hasta la infamia. Como haberse solazado con la tragedia de Julio César Trujillo.
En otras circunstancias, la sociedad ecuatoriana habría esperado una reacción de los jerarcas del correísmo obtuso frente a los desenfrenos de sus subordinados, de sus rabiosos operadores en las redes sociales. Pero su silencio insinúa complicidad. O al menos aquiescencia.
Sería impensable pedirles a los correístas solidaridad con quien les ha quitado el traje de la impunidad. Pero tampoco se les puede exigir un mínimo de respeto:  su talante no da para tanto.

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